Me aburre la soledad

No es eso, tú bien sabes que las puertas de mi casa están abiertas para toda aquella que quiera darme de su querer, así sea poco.


Soy consecuente con mi inapropiado proceder en situaciones que son de mi nula incumbencia. Si, lo acepto. Me gusta el chisme.

Suelo escuchar conversaciones ajenas, no por morbo, ni mucho menos con afección hacía la obtención de una posible información con uso a posteriori. Sino, más bien porque suelo reflejarme en los relatos de los demás e inventar historias en las que yo también soy participe. Algo así como buscar la presencia de residuos de almuerzo entre mi dentadura en el reflejo de la ventana de un carro cualquiera… con pasajeros dentro. Lo que no es pasajera, es mi vergüenza si soy descubierto (en ambas situaciones).

Es así, como me monto en cualquier relato, rebusco opiniones, planteo situaciones y escarbo posibles finales. Son innumerables las veces en las que un relato de amoríos ha terminado con un posible desenlace dantesco después de permitirse pasar por mi imaginar.

Testimonio de esto, es don José, no sé si este sea su nombre, puesto que de él solo recibo el saludo y la confirmación de que se encuentra bien los días que nos topamos en el parque. Normalmente, suele hacer ejercicio a un costado de donde yo trato de treparme en unas barras paralelas generando crujidos anatómicos en lugares que consideraba inexistentes. Suele ir acompañado de una señora de tez morena, dos cabezas más baja que él, y de edad similar (aparentemente). Por su delicado concentrar a la hora de mirar los torpes estiramientos de don José, muchas veces consideré que era su esposa, pero con la última conversación que capté parabólicamente, entendí, que era su compañera de vida, o por lo menos de lo que le resta de ella.

-More, la vida me cuesta- dijo don José, a la par que llevaba su rodilla al pecho.

– Y a mí me vale- replicó ella, con sonrisa picarona.

-Por esos chistes maricas es que a veces dudo en convidarte a darnos un vuelto- Y antes de recibir otro remate sarcástico por parte de su compañera, agregó – No, ¿sabes qué?  más que empinarme la vida, me aburre la sol…

– Edad, te sobra para empezar con tu terquedad hacia esa vieja. Todo es ella, siempre es el centro de atención, nunca te despegas de ella- Interrumpió la señora.

– En eso te equivocas, cuando salgo contigo, ella se queda esperándome en casa. Así que no me la trates mal, que ha estado conmigo desde que a consuelo se la llevó un signo zodiacal ya hace 13 años- dijo don José, a la par que me sonreía, afirmando su saber acerca de mi retentiva entrometida. No pude evitar demostrar mi pudor.

– Deberías de abrirle la puerta de tu casa a una viejita cascarrabias como tú, así la sacas a patadas a la otra- dijo ella, a la par que hacía señas a un grupo de mujeres que estaban bailando al otro lado del parque.

-No es eso, tú bien sabes que las puertas de mi casa están abiertas para toda aquella que quiera darme de su querer, así sea poco. El problema, es que consuelo antes de irse no me dejó la llave del corazón, y por más que fuercen las chapas, nadie se ha logrado colar- agregó don José, a la par que la convidaba a dar un recorrido rápido cerca de donde se encontraba el grupo de señoras.

Tras despedirnos por medio de gestos, decidí culminar mi labor y partir hacía mi casa. En todo el transcurso no dejé de pensar en soledad, la cual aburre, castiga y priva de muchos placeres. Pero, sobre todo, en ocasiones, la soledad también hace de consuelo.


Hablemos: https://www.instagram.com/pablomerro/

Algo diferente: https://www.youtube.com/watch?v=576VPewieTg&t=90s

Juan Pablo Romero

Semi estudiante de enfermería.

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