Empieza este año sacudiéndonos con la partida de la profesora María Teresa Uribe. Una mujer fascinante, exigente, transparente y de una lucidez intelectual con la que guío una escuela de pensamiento a lo largo de sus muchos años de trabajo en el Instituto de estudios políticos de la Universidad de Antioquia. María Teresa Uribe fue la responsable de traducir a nuestro entorno a Hannah Arendt y sus reflexiones sobre la importancia de la palabra como criterio institucional para combatir el ruido de la guerra. Solía decir en sus intervenciones: “La guerra es ruido porque no da lugar a la palabra.” A la luz de Arendt tejió un marco teórico para describir el totalitarismo, el conflicto y las condiciones sistemáticas de dominación.
Toda una generación de estudiantes interesados por la política, la sociedad y el conflicto, siempre reconoceremos en María Teresa Uribe a una profesora de la mayor claridad intelectual. Sus palabras, sus preguntas y sus respuestas siempre fueron luz. Lo que sembró como socióloga lo cosechó como maestra. A pulso y con decisión fundó una línea de pensamiento sobre la fractura social y el conflicto en Colombia, que se replica con enorme mística y reconocimiento desde la maestría en estudios políticos de la U de A.
Para María Teresa Uribe el origen del conflicto estaba dado por la fracturada relación entre centro y periferia. Desde el origen de las instituciones públicas la centralización obtusa y despiadada fue generando relaciones de dominación derivadas de los intereses propios, por expansión o defensa, que surgían tras la ausencia estatal. El despilfarro del centralismo arrojó la periferia a su suerte. A una orfandad inclemente porque sin Estado cualquier expresión de dominación es violencia. Y en el marco de relaciones de violencia no media la palabra sino la fuerza.
Esta ruta interpretativa fue reveladora para analizar la historia de Colombia a lo largo y a lo ancho del tiempo. No solo desde la capital de la República sino desde las administraciones locales en el interior de los departamentos. Su denuncia fue clara: el interés por hacer que los ciudadanos de la capital tengan óptimas condiciones de infraestructura y posibilidades materiales no puede hacernos olvidar la intemperie a la que se exponen campesinos y desplazados en veredas remotas donde la presencia estatal es poca o nula. Eso hizo mirar la sociedad en diferentes dimensiones: lo que hace una socióloga en toda la extensión de la palabra.
En coherencia con esta denuncia de las fracturas generadas por la débil comunicación entre centro y periferia, María Teresa Uribe fue impulsora, líder y una voz decisiva en todos los debates que se llevaron a cabo en la Universidad de Antioquia de cara a los procesos de regionalización. La Universidad de Antioquia, situada en Medellín (la capital) siempre ha tenido las puertas abiertas para quien, según procesos de selección, se haga a un cupo. Pero no es una opción para muchos aspirantes que radicados a muchas horas de distancia no solo deben calcular el tiempo de clase sino la manutención y la supervivencia en una ciudad que les es ajena. Por ello, la educación de calidad y pública no es una opción sino un sueño irrealizable.
Voces como la de María Teresa Uribe, libres, con sensatez e independencia ideológica, hicieron posible que la U de A diera un paso más adelante en favor de la inclusión y las oportunidades para tantas personas con talento y sin posibilidad de movilizarse a ciudad universitaria. El Alma Máter de los antioqueños sale de su sede central para instalarse en las regiones de Antioquia y asegurar así, presencia estatal no reducida a pie de fuerza. Abrir aulas y bibliotecas: poner la voz de la razón en zonas azotadas por el ruido de tantas guerras innecesarias.
Es por ello que cada vez que un profesor es contratado por la Universidad de Antioquia para servir un curso de pregrado o posgrado en regiones, no solo viaja con sus notas académicas sino que lleva un pedacito del espíritu de quien hizo mucho por asegurar que un tesoro como el del conocimiento no sea solo un privilegio de quienes llegan a la capital sino un regalo universal al alcance de todos.
John Fernando Restrepo Tamayo