Exploramos cómo el feminismo es usado como herramienta por María José Pizarro para promover agendas políticas bajo el disfraz del empoderamiento femenino.
El verdadero feminismo lucha por todas las voces,
no solo por las que el poder decide escuchar.
Hernán Tena
En una época en donde la igualdad y la equidad deberían ser pilares indiscutibles de nuestra sociedad, el feminismo ha sido secuestrado. No nos dejemos engañar, no estamos asistiendo a una lucha genuina por los derechos de las mujeres, sino más bien a una manipulación cínica de estos ideales en favor de agendas políticas partidistas. Este feminismo de conveniencia, promovido con fervor por ciertos sectores de la izquierda, ha decidido quién merece estar en el panteón de los «elegidos» y quién no, en función de su alineación política.
El verdadero empoderamiento femenino no se trata de levantar ídolos de barro en un campo minado de ideologías extremas. La verdadera representación implica un espectro completo de pensamiento, donde mujeres de todas las ideologías tengan voz y voto. Sin embargo, la realidad nos muestra un escenario donde solo las voces que resuenan con la retórica progresista son amplificadas. Las otras, aquellas que se atreven a disentir o que simplemente no encajan en el molde ideológico prefabricado, son sistemáticamente silenciadas, canceladas, o en el mejor de los casos ignoradas. ¿Es este el feminismo que queremos? ¿Un movimiento que no abraza la diversidad de pensamiento, sino que la sofoca bajo el peso de una agenda política? No, este no puede ser el camino hacia la igualdad que pretendemos construir.
Mientras tanto, los íconos feministas que se ajustan al guion de la izquierda son exaltados con pasión. Celebramos a las líderes que se alinean con una visión progresista de la política, mientras que deliberadamente atacamos a aquellas que podrían desafiar estos dispositivos retóricos. Esto sin titubeos es hipocresía, es un juego peligroso que pretende presentar una cara de inclusividad mientras practica la exclusión activa de cualquier voz contraria.
Esta es una práctica decepcionante y dañina. La política, en su ideal más noble, debe ser un lugar de discusión abierta y representación justa de todas las perspectivas. Sin embargo, lo que estamos viendo hoy es una cooptación de los movimientos feministas para servir a intereses políticos estrechos que, en última instancia, no benefician a la pluralidad ni a la mujer en su conjunto, sino a unas pocas seleccionadas que juegan bien sus cartas en la partida.
¿Acaso podemos llamar progreso a un movimiento que ignora conscientemente la diversidad de sus miembros y las necesidades reales de las mujeres a nivel mundial? La respuesta es un rotundo no. Debemos exigir más. Hay que demandar un feminismo que sea verdaderamente inclusivo, no solo uno que sea conveniente para aquellos que buscan capitalizarlo para ganancias políticas. El camino hacia la igualdad verdadera está pavimentado con la honestidad, la integridad y la representación equitativa de todas las voces, no solo las que el coro de la corrección política ha decidido amplificar.
El discurso de María José Pizarro, aunque disfrazado con la promesa de progreso, omite sin despeinarse la presencia y el impacto de destacadas líderes femeninas de la derecha. Por ejemplo, mientras exalta a Claudia Sheinbaum, la candidata electa de izquierda en México, ignora completamente a Xóchitl Gálvez, segunda en las encuestas y cuya candidatura también rompió moldes en un ámbito tradicionalmente dominado por hombres. Además, en el escenario internacional, figuras como Giorgia Meloni en Italia e Isabel Díaz Ayuso en España, ambas de ideologías conservadoras, han ascendido a posiciones de considerable poder, remodelando el paisaje político de sus respectivos países. ¿Por qué sus historias de éxito no merecen el mismo reconocimiento? La respuesta es simple: no encajan en la narrativa conveniente que Pizarro y sus afines desean promover, esa que corea al estilo de Yolanda Díaz el: “a la mierda la derecha y la oposición; y al poder la izquierda y la gente “de bien”.
La izquierda política, en su intento de monopolizar el tema del feminismo, frecuentemente descarta el mérito y la diversidad de pensamiento. Este enfoque selectivo debilita los principios del verdadero feminismo y perjudica el desarrollo de una sociedad equitativa y representativa. La manipulación del feminismo como herramienta para ganar capital político es evidente en la forma en que se celebran ciertas victorias mientras se minimizan otras, simplemente porque no provienen del «lado correcto» del espectro político. Este tipo de sesgo es intelectualmente deshonesto y éticamente cuestionable, ya que promueve una división más profunda en lugar de la unidad y la igualdad que el feminismo busca originalmente promover.
El impacto de esta narrativa sesgada es un reto para el futuro político. Al limitar la percepción pública de quién puede ser un líder efectivo basado en su alineación política, se está coartando el espectro de candidatos viables y, por ende, restringiendo la verdadera elección democrática. Este fenómeno no solo podría distorsionar los resultados de las elecciones futuras en Colombia y más allá, sino que también podría alienar a una porción significativa de la población que se siente no representada por el actual enfoque polarizado de la izquierda. Además, perpetúa un ciclo donde los votantes pueden llegar a sentir que su única opción es apoyar a candidatos que no necesariamente reflejan sus valores o mejores intereses, simplemente porque la narrativa dominante ha marginado otras alternativas viables.
Esta estrategia de exclusión, aunque pueda proporcionar beneficios a corto plazo para ciertos grupos, es insostenible en el largo plazo. La verdadera democracia requiere una diversidad de voces y la capacidad de reconocer y celebrar el liderazgo en todas sus formas, sin importar la ideología política que lo impulse. Es hora de cuestionar de manera crítica estas tácticas y exigir un enfoque más inclusivo y equitativo que realmente sirva a todos los miembros de la sociedad.
La columna de María José Pizarro, bajo una fachada de empoderamiento y progreso, parece no ser más que una plataforma cuidadosamente diseñada para pavimentar su potencial candidatura presidencial en 2026. Este es el juego sutil pero evidente: utilizar causas nobles como el feminismo para avanzar agendas personales y políticas. En un contexto donde Colombia podría unirse al grupo de naciones que han elegido a una mujer como presidente, Pizarro se perfila no solo como una candidata, sino como la heredera ideológica de un legado marcado por la lucha armada y la controversia política. Su columna no es solo un llamado a la acción para las mujeres, sino una jugada estratégica para posicionarse como la sucesora natural de una dinastía política que comenzó con su padre, un conocido exguerrillero.
Este enfoque, puede ser astuto y se puede hasta disfrazar de progresismo, pero plantea interrogantes significativos sobre la autenticidad de su compromiso con el feminismo. ¿Es el empoderamiento femenino simplemente un disfraz conveniente para ambiciones personales más profundas? Este tipo de maniobras sugiere que el verdadero objetivo no es tanto el avance de todas las mujeres, sino el avance de una mujer en particular y, por extensión, de una agenda política específica.
¿Qué dice esto sobre el estado del empoderamiento femenino en la política? Si el feminismo se convierte en una herramienta para el avance individual disfrazado de progreso colectivo, ¿no estamos acaso perpetuando las mismas dinámicas de poder que el verdadero feminismo intenta desmantelar?
Así, frente a este panorama, uno no puede evitar preguntarse: ¿qué significa realmente el empoderamiento femenino en política? ¿Es simplemente la elección de cualquier mujer, o es la elección de una mujer cuyas políticas y principios promuevan genuinamente la equidad y el bienestar de todos los ciudadanos, más allá de su género y orientación política? ¿Es el feminismo realmente servido cuando se utiliza como una herramienta para la consolidación del poder, o debería ser una plataforma para desafiar el status quo y ofrecer nuevas soluciones a viejos problemas? Estas son las preguntas que debemos considerar de manera crítica, pues en ellas reside la clave no solo para un futuro político más equitativo, sino para una sociedad que verdaderamente valora y practica la justicia y la igualdad para todos.
Este es el ejemplo claro de un señor explicando lo que es el feminismo, le aclaro una cosa, Isabel Día Ayuso no es feminista, Meloní tampoco es femista, son mujeres blancas con privilegios que utilizan estos mismos para generar discursos de odio, xenofobia y denigra todo lo que ha luchado el movimiento feminista. Así que, quien esta manipulandoe n realidad el discurso feminista no es Maria Jose Pizarro sino usted señor Hernán que no tiene ni idea de lo que es el movimiento feminista.
Nila:
Es interesante que menciones los privilegios y cómo estos afectan al movimiento feminista. Sin embargo, parece que has pasado por alto un detalle crucial: María José Pizarro (blanca y privilegiada), al igual que su hermana, no está donde está por mérito propio, sino gracias a los privilegios que les ha otorgado su linaje político. Son claras representantes de lo que en ciencia política se conoce como «delfines políticos», individuos que alcanzan posiciones de poder por la herencia de sus conexiones familiares, no por su lucha personal o mérito.
Desde la ciencia política, el análisis del feminismo y sus distintas corrientes es mucho más profundo y crítico que lo que tú planteas. Las figuras como Isabel Díaz Ayuso y Giorgia Meloni pueden no ser activistas del feminismo tradicional, pero al intentar negarles su identidad como mujeres y su capacidad de actuar políticamente en nombre de un feminismo que no comulga con tus ideas, estás replicando los mismos patrones de exclusión que criticas. ¿Acaso no es un principio fundamental del feminismo luchar por la equidad y la inclusión? ¿O es que ahora vamos a caer en la trampa de priorizar a unas mujeres mientras se aplasta a otras solo porque no coinciden con nuestras visiones ideológicas?
Autores como Iris Marion Young han argumentado que el feminismo debe abarcar la diversidad de experiencias y no excluir a aquellas que, por su contexto o ideología, se apartan de la narrativa dominante. Además, es curioso que hables de feminismo cuando la izquierda, que tantas veces ha sido señalado como un bastión de lucha por la igualdad, no incluyó mujeres en sus filas de manera significativa hasta bien entrado el siglo XX. Esta exclusión histórica es un recordatorio de que los movimientos políticos y sociales, incluyendo el feminismo, no están exentos de crítica ni de la necesidad de evolucionar.
Tu discurso, al igual que el de muchos otros, peca de simplismo y de una falta de reconocimiento de las complejidades que rodean al feminismo contemporáneo. Quizás es momento de reflexionar sobre cómo los privilegios que criticas también operan dentro del mismo movimiento que defiendes, empezando por las propias Pizarro.