Manifiesto a la masculinidad herida

Hoy me adviene una necesidad enorme de aceptarlo, de gritarlo, de decirlo:
¡Sí, yo he sentido rabia de ser hombre!

He sentido rabia porque aprendí que ser hombre
era callar sin quererlo,
era no manifestar las emociones para no mostrarme vulnerable,
era estar obligado a tener todo perfectamente planeado,
era proteger a otros sin importar si estoy en riesgo,
era poner en primer lugar las necesidades ajenas sin pensar qué siento,
era ser fuerte ante la adversidad,
era mostrarme sólido cual roca en todo momento,
era guardar malestares para no generar conflicto,
era dar sin preguntarme qué es lo que quiero.

¡He sentido rabia de ser hombre!

Porque escuché y sigo escuchando
que todos los hombres son perros,
que todos los hombres son morbosos,
que todos los hombres son guaches,
que todos los hombres quieren acostarse con todas las mujeres,
que no hay día ni momento en el que no queramos hacerlo.

¡He sentido rabia de ser hombre!

Porque aprendí que el hombre
debe tener siempre una respuesta inteligente,
debe encontrar soluciones para cualquier problema,
debe sacar el mayor provecho,
debe ser mejor que los otros hombres,
debe tener más que los demás,
debe ser más exitoso,
debe saberlo todo,
debe ser bueno en todo,
debe conocer cada detalle de las cosas,
debe ser el más galante y caballeroso,
debe conquistar muchas mujeres.
debe darles un beso por tardar en el segundo encuentro.

¡He sentido rabia de ser hombre!

Porque me inculcaron que ser hombre
es ser torpe para amarse,
es competir para ser alguien,
es ser desconfiado,
es huir a la derrota,
es ser un salvador de los otros,
es estar desprovisto de miedos.

¡He sentido rabia de ser hombre!

Porque entendí que un hombre
no debe dejarse ver la cara de bobo,
no debe darse para no perder,
no debe reconocer las tristezas,
no debe ser tierno,
no debe ser cariñoso,
no debe demostrar demasiado porque alguien se aprovechará de ello.

Cuán heridas pueden estar las masculinidades en un mundo que nos ha formado desde creencias mucho más que nocivas e insidiosas. Familias, sociedades,  generaciones enteras, en su mayoría entregadas a ideas que con más perjuicios que beneficios han limitado la existencia, y han abandonado, muchas veces sin quererlo, la búsqueda de una equidad fundamentada en permitirnos a todos, hombres y mujeres, manifestar sin ningún tipo de miedo lo más profundo que nace de las esencias.

Somos hijos de siglos de historia, no tiene sentido luchar contra eso, y si bien hay que aceptarlo como sociedades tenemos una deuda histórica con la mujer, hoy también hemos de aceptarlo tenemos una deuda histórica con el hombre y lo que rodea sus masculinidades.

Es que cómo no sentir rabia con nosotros mismos, si de la mano de estas creencias hemos caminado en el mundo, confirmando a cada paso su existencia, logrando por añadidura que lo que sentimos que realmente somos, no se vea soportado por lo que vemos que hacemos. El espejo de la realidad nos devuelve constantemente imágenes propias que riñen con las formas como hemos querido comportarnos, son ellas el reflejo de una multitud de capas construidas alrededor de nuestros seres, de nuestra perfección, de nuestra pureza.

Hoy creo firmemente que sanar nuestras historias comprendiendo las circunstancias que han rodeado las existencias, nos permitirá como sociedades resignificar y reestructurar las formas como nos relacionamos con los otros. Es allí donde aparecen la feminidad y la masculinidad, esas energías poderosas y bondadosas, no como rivales ni competencia, sino como complementos que habitan en cada uno de nosotros.

Es este un manifiesto porque no tiene sentido que nos sigamos viviendo desde tantos y tan desgastantes dogmas. Es este un manifiesto porque hablarle hoy a nuestros masculinos quizás podrá ayudar a entender las estrategias disfuncionales que nos han enseñado para relacionarnos con nosotros mismos y con las mujeres. Es este un manifiesto porque tiene sentido hoy y ahora, que nos dispongamos decididamente a sanarnos, a permitirnos ser lo que siempre hemos sentido que somos, y a aceptar y abrazar las feminidades y masculinidades presentes para vivirnos sin miedo desde nuestras esencias.

Juan Camilo Acevedo Valencia

Amante de diferentes expresiones del arte y la cultura, enamorado de las infinitas posibilidades creativas del alma y el pensamiento. Graduado como Psicólogo, estudiante de teatro y músico aficionado. Asiduo espectador y contemplador de montajes y creaciones en esta Ciudad de Artistas.