Luis Almagro: Cuba al estrado

Fuente: @Almagro_OEA2015

Como lo diría el bardo newyorkino Bob Dylan en una canción inolvidable: «The Times They Are a-Changin’ «: los tiempos están cambiando. Gracias, Luis Almagro.

Sesenta años de historia, inconmovibles y ya aceptados como una segunda naturaleza destinada a reinar por los siglos de los siglos, se han visto sacudidos por una declaración del Secretario General de la OEA, Luis Almagro, que rompe con los paradigmas calcificados de una organización multinacional que luego de echar a la dictadura castrista de su seno decidió dejarla vegetar intocada y eternizarla en el limbo de lo intocable. Cuba, la indiscutible, la admirada, la consentida y heroizada, sube al estrado. Sus crímenes revalsaron la paciencia. La tiranía enfrenta, por primera vez en su longeva historia, el cuestionamiento radical de las más altas instancias colegiadas de la región. Luis Almagro acaba de declarar en un encuentro público con representantes auténticos de la sociedad civil cubana, en Lima, que es inadmisible que Raúl Castro, amo y señor feudal de una sociedad prácticamente en estado de catalepsia política, de paso a una sucesión dinástica y entronice a uno de los suyos como futuro príncipe y tirano de la isla. El reino ha sido sacudido. La tiranía no va más.

Es un cambio de paradigmas de 180 grados. Hace nada, durante el secretariado del socialista chileno José Miguel Insulza, se le veía exultante caminando a la vera de un sonriente Fidel Castro creyendo posible lograr lo que coronaría su reinado con un logro de valor trascendental: volver a los Castro al seno de la comunidad hemisférica. En gloria y majestad. Sin cambiar un ápice en su conformación tiránica. Y lo insólito no fue la propuesta, que no encontró una sola oposición en el seno de la organización que consideraba no sólo normal sino altamente deseable que la dictadura más longeva y sanguinaria se sentara en la mesa de discusiones de la asamblea general, Par entre Pares e igual entre iguales, en Washington y a no más de siete minutos de la Casa Blanca – como acaba de recordárselo a Donald Trump el periodista argentino Andrés Oppenheimer – con democracias impolutas como la norteamericana, la canadiense, y las pocas dignas de mención que por entonces sobrevivían. Lo insólito fue el despreciativo rechazo de Fidel, que por entonces seguía haciendo de las suyas y quien consideró una humillación y un desaire que se le invitara a participar de un arrejuntamiento de genuflexos, arrodillados y postrados ante los amos del imperio. Resonó burlona la guasa de Carlos Pueblo cantando «con la OEA o sin la OEA, ganaremos la pelea». A más de medio siglo de distancia, los Castro proclamaban su victoria ante un Secretario General genuflexo y dispuesto a lamerles las botas. Nada de que asombrarse: era y sigue siendo la tiranofilia de las izquierdas latinoamericanas.

Fue hace nada, pero parecieran siglos. Chávez vivía y se paseaba majestático por los foros internacionales, recibía saludos cordiales de Barak Obama, al que le regalaba, panfletario, «Las venas abiertas de América Latina», del uruguayo Eduardo Galeano. Sin siquiera imaginar que además de recibir la aterradora visita de la Parca, que lo descuartizara sobre una camilla del CIMEQ, en donde recibiría la debida momificación esperando el traslado final a su patria devastada, los días de José Miguel Insulza estaban contados y desde la nación de Galeano y Pepe Mujica, del gabinete mismo del ex tupamaro, saldría la figura que impulsaría y acompañaría el giro copernicano que ha comenzado a dar América Latina, con Kirchner muerto, su mujer con un pie en la cárcel, Dilma defenestrada, Lula en chirona esperando una pena de doce años – una cifra mágica – y que «Der Schlachter» – el carnicero, como llamara la revista alemana Der Spiegel a Nicolás Maduro – sería repudiado, rechazado y aislado por todas las democracias del mundo, salvo las de Bolivia y Nicaragua, si se las puede considerar de tales.

En lo más oscuro de la noche, comenzó el amanecer. El golpe de Luis Almagro da en el corazón tiránico de la América Española. Es un pase de factura de dos siglos. Cuba no sólo fue el último reducto de los invasores españoles, mientras los venezolanos libraban la Guerra a Muerte y sacrificaban trescientas mil almas por independizar a cinco naciones, sino que fue en su pasado colonial la sociedad más esclavista, más racista, más arribista y más prostituida de la región. El prostíbulo de la marinería de la Flota, durante sus tres siglos de historia. Y el mayor reducto importador de titulos de nobleza de la Corona y de esclavos africanos para satisfacer a su sacarocracia, cuando ya el esclavismo había sido desterrado de América. Hoy es la única tiranía latinoamericana, a título propio. Que la venezolana, para su deshonra, no pasa de satrapía. Una dictadura subordinada.

Al parecer, Latinoamérica recomienza su heroica aventura por la libertad. Retoma la tarea interrumpida en 1959. Se derrumban los viejos mitos y se destierran las añejas y manoseadas certidumbres. Como lo diría el bardo newyorkino, Bob Dylan en una canción memorable: «times, they are in changing»: los tiempos están cambiando. Gracias, Luis Almagro.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania