El objetivo de las políticas públicas es la lucha contra la pobreza y su reducción. Sin embargo, las políticas que se toman para lograr ese objetivo son muy distintas entre países y Gobiernos, lo que genera casos de éxito como Irlanda y casos de fracaso como Argentina.
El fracaso de los países en la lucha contra la pobreza radica en que los políticos no entienden muy bien este fenómeno y se empeñan en luchar constantemente contra sus causas, sin tener presente que la pobreza no tiene causas. Ludwig von Mises acuñó en La acción humana el dogma Montaigne, el cual plantea que “la pobreza de los pobres es a causa de la riqueza de los ricos”, argumento ampliamente desmentido y catalogado como dogmático; pero, en ocasiones, pareciera que ese dogma está muy presente en la mente de los políticos colombianos.
La pobreza es la condición natural del ser humano en todos los tiempos, pues al nacer estamos desnudos y con frío y hambre. Lo que permite salir de ese estado de pobreza es la libertad para transformar el entorno por medio del trabajo y la acumulación de capital, mejorando así las condiciones previas. Esto es muy importante, porque es el origen del mayor número de políticas públicas contra la pobreza. Al igual que los físicos no se dedican al estudio de la oscuridad, sino de la luz, las políticas públicas no deben estar orientadas a la lucha contra las causas de la pobreza, sino a potenciar las causas de la riqueza. Los políticos que han logrado sacar a las personas de la pobreza son aquellos que comprendieron que esta no tiene causas y la riqueza sí, es decir, aquellos que se formularon la pregunta ¿Por qué no somos ricos?, en lugar de ¿Por qué somos pobres?
Ha existido una progresión continua –con pequeños retrocesos– en la riqueza de todas las personas, en el sentido de que todos los hijos –con marginales excepciones– son más ricos en relativo que los padres. Esto se debe principalmente a que la riqueza no es una constante en el tiempo, sino que varía dependiendo de las acciones que se toman en torno a él.
Alberto Benegas Lynch (h) define que la fuente de riqueza de una sociedad se encuentra en las tasas de capitalización, y que son todas aquellas inversiones, máquinas, equipos, instalaciones y conocimientos que hacen de apoyo logístico al trabajador para aumentar su productividad. No obstante, entre las políticas públicas más comunes en América Latina, se encuentran las transferencias estatales; la poca efectividad de este tipo de políticas se centra en que convierte el ahorro capitalizable en consumo corriente, ergo, destruyen las tasas de capitalización futuras a las cuales obedecerá la creación de riqueza para los habitantes de un país.
Para ser rico se necesita trabajar utilizando la mayor cantidad de bienes de capital, y para producir bienes de capital hay que renunciar a una parte del consumo presente. De este modo, las políticas públicas deben fomentar el ahorro, protegiendo el derecho a la propiedad privada y aprobando las buenas inversiones partiendo del libre ejercicio de la actividad empresarial.
Si buscamos solucionar la pobreza, debemos potenciar aquellos factores que permiten la creación efectiva de riqueza a partir de principios de respeto irrestricto a la propiedad privada y promover el ahorro, que son, ulteriormente, los que permiten el incremento de las tasas de capitalización de la sociedad en general.
La versión original de este artículo apareció por primera vez en el Diario La República (Colombia) y la que le siguió en nuestro medio aliado El Bastión.
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