«Mi pronóstico -o si prefieren, opinión- sobre lo que ocurrirá en los próximos tres meses con la agenda legislativa de Colombia es bastante claro: nada sucederá.»
Mi pronóstico -o si prefieren, opinión- sobre lo que ocurrirá en los próximos tres meses con la agenda legislativa de Colombia es bastante claro: nada sucederá. Nada será tramitado. Nada avanzará. Todo quedará en un congelador político.
¿Por qué me arriesgo a hacer tal afirmación? La respuesta es simple. A partir del 29 de julio, entramos oficialmente en un ciclo electoral regional. Esto significa que todo el contingente parlamentario, los bloques legislativos de las regiones, los congresistas, senadores y representantes a la Cámara estarán en gran medida ocupados respaldando a sus candidatos regionales, posicionando sus piezas y diseñando sus estrategias políticas. La ley les concede este derecho, y es correcto.
No obstante, hay un elemento añadido a esta ecuación que generará consecuencias a largo plazo, pero discutiremos esto más adelante. El presidente Gustavo Petro, debido a su carácter, su falta de objetividad y su discurso profundamente divisorio, ha logrado transformar un debate que debería ser de ámbito nacional en una cuestión regional. Hace poco conversaba con un líder de izquierda en el eje cafetero, quien me decía que no se debería importar el debate nacional al ámbito local.
Le respondí que, por supuesto, eso sería lo ideal en circunstancias normales y no en un contexto de alteración y exaltación como el que Colombia vive hoy. El actual presidente ha logrado esa importación. Hoy en día, cualquier aspirante a un cargo público en Colombia, si desconoce o no entiende que Petro ha trazado el camino de la campaña, que los ciudadanos quieren conocer su postura sobre el gobierno nacional actual, entonces ese candidato está fuera de sintonía con la realidad colombiana y no será elegido.
Quien no entienda que lo que sucede en la Casa de Nariño -las decisiones erráticas, el interinismo, la ambigüedad ministerial que estamos presenciando- afecta a las regiones, debería retirarse de la carrera política.
Redondeando esta idea, ningún miembro del Congreso, incluso aquellos de partidos autodefinidos como liberales, conservadores u otros, querrán verse asociados con el gobierno nacional, con Gustavo Petro, con el Pacto Histórico o con la Colombia Humana. La gente está cansada y cobrará su descontento en las urnas.
Pero no piensen que esto se debe a un proceso de introspección o un acercamiento a la razón. No, es simplemente una maniobra estratégica de marketing político en la que se desvincularán temporalmente del gobierno nacional para lograr sus metas regionales. Luego, apuntarán nuevamente sus armas hacia las dádivas del Ejecutivo. Es vergonzoso, pero así se juega este juego por estos personajes.
Lo más grave de todo esto es que, una vez concluido este periodo legislativo, el tiempo de Gustavo Petro para implementar su tan promocionado cambio social se acorta. El sueño que intenta vender a la ciudadanía, esa utopía que los idealistas creen que logrará con una simple firma, se desvanece. Y con esa evaporación, el presidente de la república seguirá radicalizándose.
Aquí es donde la ciudadanía debe mantenerse firme ante lo que viene. Pero de eso hablaremos en otra columna.
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