Estamos invitados a una celebración

“El discurso del capitalismo con su mascara más feliz es la invitación constante a una gran fiesta”.


Pongamos un caso hipotético, un amigo te invita a una fiesta y digamos que es con motivo de su cumpleaños, como en toda invitación tu piensas primer algunas cuestiones, por ejemplo, asistir o no, qué personas estarán, dónde será la fiesta y que regalo vas a llevar, etc, finalmente vas. El mismo amigo, un tiempo después organiza otra fiesta por motivo de sus grados, es algo importante para él y nuevamente surgen los mismos pensamientos, como es algo importante para tu amigo, decides asistir. Un tiempo después, este amigo so pretexto de un cambio de casa decide invitarte al nuevo espacio, por simple curiosidad lo quieres conocer, mismas cuestiones antes de acceder a ir y sin más, asistes con la sensación de que últimamente se festejaron tres acontecimientos distintos de tu amigo. Pasan solo unos días y ya tienes pendiente una nueva invitación de tu amigo, esta vez, con la excusa de ser su despedida de soltero. En este punto, comienzas a pensar que tu amigo ocupa gran parte de su agenda y calendario en sus celebraciones a las que, un poco obligado por el cariño que le tienes, terminas asistiendo a todas. Tu amigo anuncia una fiesta para celebrar cualquier otra cosa, pero esta vez, decides no asistir, sufres el hartazgo de tantas celebraciones. Tu inasistencia causa sorpresa entre los conocidos, la relación con tu amigo sufre las consecuencias y finalmente te sientes mal.

El discurso del capitalismo con su mascara más feliz es la invitación constante a una gran fiesta, todos estamos invitados y queda en pendiente el compromiso para cada cual. Padecemos la alegría perpetua, la celebración de todo y por todo. No terminamos de asistir a una cuando ya nos invitaron a otra, esto se hace evidente tanto en la vida de la ciudad como en la vida privada. El calendario está determinado por grandes celebraciones, amor y amistad, el día de la madre, el padre, halloween, el pride, navidad, el día de alguna cosa. Pero en la vida íntima, con nuestros seres queridos se suman cada vez más celebraciones, no basta celebrar los cumpleaños, si vas a tener un bebé, hace algún tiempo se inventaron el baby shower, aunque la criatura aún siga en la tranquilidad de la inconciencia entre líquidos maternos. Ahora, para aumentar el ingenio y la fiesta se suma la gran revelación del sexo del bebé, que consisten en el descubrir con dos colores, azul o rosado, cual es el sexo que se le asignó genéticamente por Dios al pequeño, pero el nacerá y podrá decidir su orientación sexual, y quizás cuando lo descubra se podrán inventar una fiesta de reasignación, confirmación, incertidumbre, entre cualquier cosa que se pueda celebrar. Y esto solo por dar un ejemplo de algunas celebraciones, o a quien no le tocó dar una cuota para celebrar los cumpleaños a los compañeros del trabajo, incluso si la carga numérica de la existencia del colega laboral te importa poco o nada.

Ojo, pero hay que celebrar, cuidado si de pronto comienzas a dejar de celebrar con todos, o quizás te pierdes un día de San Patricio, y qué carajos tiene que ver una festividad irlandesa conmigo, pues quien sabe si tu amigo el pelirojo se siente identificado y quiere ir a un lugar que lo decoraron con verde y tréboles. A ver, detengámonos un momento a pensar, ¿por qué tantas celebraciones? Cuando la cultura occidental se regía por los tiempos religiosos, habían tiempos de celebración y tiempos de solemnidad, momentos que permitian cierta libertad para actuar y momentos para prohibir y cohibirse. En la tradición cristiana medieval los carnavales se inventaron como gran desenfreno de las pasiones del cuerpo antes de las restricciones de la cuaresma. El calendario se movía en un orden. Sin embargo, hoy asistimos a la fiesta eterna, en el empuje de disfrutar sin límites del discurso del capitalismo lo que se prohíbe es la pregunta, de lo que nos están privando es de las preguntas que uno está obligado a hacerse cuando no está de parranda, es decir, ¿qué hacer con el aburrimiento? ¿cuál es mi vida por fuera de la fiesta? ¿cómo me la llevo con la soledad? Entre muchas otras cosas que uno se puede preguntar cuando no se está entre el ruido, entre la gente, en la celebración infinita.


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Santiago Restrepo Betancur

Licenciado en filosofía y letras, psicólogo con orientación psicoanalítica.

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