Los plones con sangre entran

Es indispensable una revisión ética a las dinámicas de consumo. El autocultivo es una responsabilidad social urgente, pues quita terreno al narcotráfico, y por ende, a la violencia”


Colombia es una nación llena de pintorescas comunas y barrios, cada cual con sus propias formas de movilidad y percepción de seguridad. Cuando llegamos a una nueva localidad, se nos suele informar, casi de inmediato, sobre las calles que por un motivo u otro resultan más peligrosas; más allá de las inherentes y complejas problemáticas sociales sobre las cuales no me atrevo a especular, me centraré en la particular posición que ocupan cientos de calles de nuestras ciudades, el haberse convertido, por un consenso arbitrario o premeditado, en los centros de expendio de estupefacientes, focos de tensiones comerciales entre la competencia de esta banda criminal con aquella que ha importado químicos más exóticos de tal finca… el dealer novato que ingresa a la organización, y que su andar descuidado a través de una frontera invisible se traduce en una certera puñalada en la tráquea. La jovencita que responde mal un piropo obsceno, y en menos de lo que cae la ceniza al suelo, la han vuelto otra estadística de la tragedia urbana.

Ah, el narcotráfico, esa empresa multinacional cuya logística y acción directa supera con creces a muchas de las políticas públicas de nuestro pujante país. Por fortuna, si cabe aquí tal expresión, y a diferencia de los otros consumidores, los marihuaneros de a pie contamos con una pequeña salvedad que puede brindarnos algo de coherencia y valor moral, porque, seamos sinceros, ¿cómo carajos podemos gritar a viva voz: ¡abajo la dictadura narcoparamilitar!, y, acto seguido, ir a comprarles la hierba que traen a la comodidad del parque del barrio?, ¿Con qué derecho los denunciamos, si somos de ellos sus clientes predilectos? Hemos normalizado y banalizado el acto de la compra de la dosis, y rara vez pensamos en la sangre que se tuvo que derramar para que esa bolsa llegara a nuestras manos. Ah, es que los plones con sangre entran, y desde que yo esté enfiestado y contento, qué me importa a mí que mi consumo contribuya a que el país se pudra en la violencia.

La legalización y regulación del uso y comercio de la marihuana se cierne sobre el horizonte, pero por ahora, sigue siendo un asunto algo lejano. Es indispensable una revisión ética a las dinámicas de consumo. El autocultivo es una responsabilidad social urgente, pues quita terreno al narcotráfico, y por ende, a la violencia. Y la salvedad moral, tema que introduje en el párrafo anterior, no es otra más que la propia ley que existe al respecto. Tomemos por ejemplo el Decreto 811 de 2021, el cual, en palabras más, palabras menos, establece como legal la tenencia de hasta 20 plantas de marihuana, y la adquisición anual de hasta 70 semillas. Al cabo de unos meses, la rotación de plantas productoras lograría generar una producción sostenible para el consumo personal, incluso si varias de estas perecen.

Pongámonos serios, por un momento, con el bareto que consumimos y las consecuencias negativas que el tráfico de este produce en terceros. El autocultivo es una alternativa necesaria, ética y social.

Ahí les dejo el dato.

https://catacoa.com/blog/full/marco-legal-de-la-marihuana-en-colombia-dosis-minima-y-autocultivo-actualizado-2022-


Otras columnas del autor en este enlace: https://alponiente.com/author/cf-leyva/

Cristian Felipe Leyva Meneses

(Armenia, Quindío, Colombia, 1997) ha publicado su trabajo literario en ERRR Magazine, Seattle escribe, Himen, Palabrerías y otras. Ocupó el segundo lugar en el V concurso departamental de cuento Humberto Jaramillo Ángel; fue invitado al XI Festival internacional de poesía de Manizales y al XXXVI Encuentro nacional de palabra, proclamado como escritor del año en el XIV encuentro nacional de escritores Luis Vidales, autor del poemario «Ansiedad sobre los senderos» y participante de numerosas antologías de microrrelato, cuento y poesía.

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