Los murmullos. Una familia literaria a partir de los deseos profundos

Un encuentro literario, que atiende los intereses de los partícipes, es una apertura a la felicidad y al merecimiento de una vida más justa y digna.


La palabra es como la semilla. Requiere preparar el terreno, esperar que germine y dedicarle tiempo y trabajo

El taller literario: “Los murmullos”, desde la Casa Cultural Talpa, de manera independiente, sin lustrarle las botas a los dirigentes de turno, pervive y se renueva


 

Si fueras un libro: ¿te leerías?

Gandhi


Inicios

En el 2020, poco antes del inicio de la pandemia, en la Casa Cultural Talpa de Girardota, dos amigos me invitaron a participar en la creación y dirección de un taller literario. Y nació “Los murmullos”.

Hicimos la publicidad. Luego, arrancamos con el taller de manera presencial los días martes. La idea, era propiciar un diálogo para tratar de exponer los diversos puntos de vista y el que se atreviera, comentar sus pensamientos recurrentes. Estas conversaciones esbozaron las obsesiones de los participantes, que después redefiní como: “deseos profundos”.

Quise preguntar por aquello que no se entiende, a lo que se le da vueltas en la cabeza; pero cuando se expone y comparte puede ser materia prima importante para futuros proyectos creativos. Porque una buena historia, una que hechiza, plantea situaciones que no funcionan en las relaciones con el otro o lo otro. Es una denuncia desde un deseo reprimido o un conflicto de intereses.

Con el fin de concederle a la literatura el análisis y la profundización del entorno social; se habló sobre postulados civiles, éticos y estéticos del contexto en que viven los participantes. Se partió de la tesis de Germán Espinosa del ensayo “El ocioso trabajo de escribir”: “Es de celebrarse que la novela, o cualquier otro género literario, emprenda el agobiante análisis del hombre y el mundo, que renueve sus moldes formales, que se ocupe del asunto social…”.

Hasta que llegó la pandemia y creímos que esa idea tan bacana de una comunidad literaria llegaba a su fin. Sin embargo, se planteó vernos por Google Meet.

Y funcionó. Seguimos en contacto cuando eran restringidos los abrazos, los besos, las caricias y la vida orgánica. Para generar cercanía —durante cada encuentro semanal— ritualizamos la palabra con un brindis virtual con una cerveza o un vino.

Los deseos profundos

Con la permanencia en lo virtual, las lecturas y los primeros ejercicios de escritura, se columbró la hipótesis de que a cada uno lo mueve un deseo —irrealizable— que lo preocupa y determina las acciones.

En primera instancia, a ese deseo se le nombró “obsesión”. Pues, los grandes escritores acuden a la “obsesión” —doy solo tres de los muchos ejemplos— para consolidar su obra. El padre de los ensayos, Michel de Montaigne, dice: “La obsesión es la fuente del genio y la locura”. Advierte un camino y también una caída. El escritor y periodista norteamericano, Truman Capote, afirma: “Soy un chico de obsesiones más que de pasiones”. Pone a las obsesiones como un deseo profundo y las pasiones como un placer inmediato. Frank Kafka, uno de los escritores más influyentes del siglo XX, expresa: “Sigue tu obsesión más intensa sin piedad”, como una ruta al origen de una idea creativa, sin importar lo que se encuentre, porque es ahí donde está la música personal, la melodía individual que permea cada historia y vibra en el mundo.

Pero la palabra “obsesión” me genera problemas porque se concibe como una perturbación anímica, producida por una idea fija, que condiciona una actitud. No obstante, sin perder de vista las acepciones de esta palabra, al redefinirla como: “deseo profundo”, admite más la pesquisa de la cuenta pendiente que se desea realizar y no se pierde de vista.

Volvamos a las definiciones para explicar porque prefiero “deseo profundo” a “obsesión”. “Deseo”: “Interés o apetencia que una persona tiene por conseguir la posesión o la realización de algo”; “Profundo”: “Que tiene el fondo a gran distancia del punto tomado como referencia (parte más alta, entrada, borde)”. Por tanto, si se identifica un deseo desde el fondo de una persona se podría decir que es un deseo profundo que busca expresarse en algún momento de la vida. Y como un deseo es algo que falta; puede ser recurrente y no se olvida.

Otro punto de vista lo da el filósofo antioqueño Fernando González cuando afirma que el deseo es el florecimiento de un ser humano. Por tanto, según la claridad con que se formule este deseo, el individuo puede experimentar, en la medida que lo atienda, cierta realización de su personalidad. Esta realización se puede corroborar como un registro de alegría, sin causa alguna, que hará del individuo un mejor ciudadano. Por lo tanto, un encuentro literario, que atiende los intereses de los partícipes, es una apertura a la felicidad y al merecimiento de una vida más justa y digna.

Para indagar un deseo profundo hay que definirlo. Y todo deseo o pensamiento se construye con palabras, por lo que es un hecho lingüístico. En tal medida, se necesita una estructura básica que consta de: sujeto, verbo y predicado. De este modo, aquellos que cuenten con un buen acervo de palabras, gracias a la lectura y escritura, podrán visualizar los deseos, los más íntimos. Por algo decía Gianni Rodari: “Quisiera que todos leyeran, no para volverse literatos o poetas, sino para que nadie sea esclavo».

En consecuencia, si el mundo es tan grande según las palabras que se tengan para nombrarlo, la lectura permite abrir un abanico de posibilidades para interactuar con ese mundo que a veces abruma, pero que también nos puede salvar del aburrimiento y el hastío al concebir el instante como un milagro continuo de un sinfín de historias.

Para ser testigo del despliegue de los deseos profundos en las creaciones literarias, es importante cambiar el interruptor y acudir a la lectura como un goce. Al leer por deber u obligación, se pierde el asombro de buscar lo que me gusta o de atestiguar una denuncia de un ajuste de cuentas con el mudo circundante. Tal como lo plantea Piedad Bonnett en su texto “Literatura y Universidad”: “La literatura es sobre todo arma de indagación, pregunta que se hace a la realidad. Ella ahonda, imagina, recrea, examina, juega, potencia, crea mitos y utopías. Y nos vincula a lo más esencial de la naturaleza humana, la lengua”.

La familia literaria

El taller está integrado por personas apasionadas por el amor a las palabras, desde diversos campos del conocimiento.  Y desde la literatura, se consolidó un grupo que dialoga sobre sus intereses creativos. Somos: Sucy Valencia López, ingeniera; Claude St Jacques, filosofo; Verónica Guzmán, historiadora; Esteban Roldan, especialista en finanzas; Jessica Zapata, ingeniera; Cristián Palacio, actor; Santiago Duque, filósofo.

En confianza, Esteban propuso trabajar ciclos por géneros. Y vimos el ciclo de cuento donde Esteban y Claude leyeron sus textos; al final invitamos al escritor David Betancourt para hablar sobre la estructura del relato. En el ciclo de poesía, Sucy y Santiago leyeron sus versos y entre todos los conversamos; al final invitamos al poeta Edwin Rendón para conversar desde su experiencia literaria. En el ciclo de novela se hizo un plan de trabajo con una idea de Verónica; al final invitamos al antropólogo Jacobo Cardona Echeverry para hablar de la novela “Las vidas posibles”. Hicimos ciclos de crónica, carta, prosa poética e invitamos a escritores como Oscar Castro y Pedro Arturo Estrada.

De esta manera, por medio de la lectura de obras literarias de diversos autores, entre ellos los participantes, el taller

“Los murmullos”, aporta al tejido social de un municipio como Girardota. Un territorio vivo con historias que lo definen y también, lo curan. Y las historias transmiten valores de convivencia, emociones y silencios que acompañan, abren puertas, invitan a pasar para observar lo que duele, lo que se ha metido en lo más profundo del ser y no se ha dicho; un deseo que busca ser escrito, salir a la luz para vivirlo de nuevo y descubrir lo qué puede haber debajo. Por ejemplo, un enfado o un temor agazapado.

La cosecha literaria

La palabra es como la semilla. Requiere preparar el terreno, esperar que germine y dedicarle tiempo y trabajo. Muchas semillas no crecen, otras avanzan lento. Tienen su ritmo, el natural. Al final, la constancia da frutos.

Después de la pandemia, compartimos la palabra de manera virtual para acercarnos a la experiencia del otro. Y gracias a estas herramientas se puede expresar ideas creativas o a trabajar. Verónica propone un encuentro mensual que denominó: “Recetario literario”, donde cada uno habla de un libro como si fuera una receta de cocina para alimentar el espíritu o una medicina para alguna pena existencial.

Y este año iniciamos ciclos de lecturas de textos como: “El arte de ser feliz” de Arthur Schopenhauer, “En el camino” de Jack Kerouac , “Memorias del subsuelo” de Fiódor Dostoyevski y “Tomasín Bigotes” de Hernando García Mejía. Cada ciclo es de aproximadamente cinco secciones. Se lee en voz alta y se comenta la obra.

Hasta la fecha, desde nuestros inicios en el 2020, hemos cosechado algunos reconocimientos. Aclaro, los premios no llegaron porque estamos en el taller literario, sino que llegaron mientras compartíamos lecturas y textos propios. En esa media, digo que cosechamos, porque lo que le alegra la vida a uno, nos alegra la vida a todos. Por ejemplo, un texto de Sucy quedó entre los 100 poemas finalistas en el concurso nacional de poesía Casa Silva, 2020; Esteban ganó el Concurso Municipal de Cuento de Navidad, 2020. También, obtuvo el primer puesto en el Concurso Nacional Universitario de Microrrelato -Palabras Contadas, 2021. En mi caso, el niño líder del taller, fui finalista en el primer premio de novela corta Toñito Carmona 2022. Finalista en el I certamen internacional de cuentos breves “La chia dorada”, 2022. Segundo lugar en el II concurso internacional de microcuento “Cuéntalo en 100 palabras”, Altazor, 2021. Ganador del Concurso Nacional de Poesía José Santos Soto, 2020.

Y recientemente, el 29 y 30 de septiembre, entre más de 50 experiencias a nivel país, “Los murmullos” participó en el Encuentro Nacional de la Red de Talleres de Escritura Creativa y Tertulias Literarias –Relata–, en el Centro Cultural Gabriel García Márquez, Bogotá. La experiencia del taller fue insumo en la construcción conjunta, por medio de la literatura, del territorio.

Y es algo significativo, sobre todo para un municipio como Girardota que, poco antes de pandemia, la administración municipal relegó la promoción de lectura al cuarto de las cosas insustanciales. Cuando, han existido movimientos literarios.

Hay un referente importante, el taller literario de Comfama «Como saetas», que inició a finales de los 90s y a principios del 2000. Participaron personajes como Ángela Sosa, Lyda Zuleta, Juan Felipe Ospina, entre otros

También, es importante reconocer el papel creativo que ejerció el docente Juan Daniel Pérez en el colegio Emiliano García desde sus clases y con la gestación del periódico escolar “El Ágora”, donde motivó a muchos a escribir y expresar sus ideas creativas.

Otro detonante para la literatura fue trabajo que alguna vez ejerció la biblioteca en el 2007 y 2008 cuando realizaron concursos literarios y se dio un espacio de conversatorios y reflexiones sobre el arte. En ese entonces, desde la biblioteca también se gestó y funcionó el periódico “El balcón”, que llegó a 4 ediciones.  Y el taller literario, liderado por Julián Ospina.

Más tarde, desde el 2008 al 2016, la corporación “El balcón” ejerce un papel de dinamizador de la promoción de lectura en las instituciones educativas. También hicieron publicaciones constantes con la revista: “Otras letras” (2008-2012).

De los eventos más recientes está “Gira la lectura” la fiesta de la literatura local que fue consecutiva durante los años 2016 hasta el 2019. Donde hubo conversatorios, lanzamientos de libros, librerías. Y después. Nada. Hay un bache administrativo.

A manera de conclusión

“Los murmullos” es un taller que acoge la virtualidad. Por lo que en la Web hemos agrupado un cúmulo de conocimientos, creencias, costumbres… que incide en la forma de relacionarnos. Por ejemplo, tenemos dos grandes acuerdos. Uno, la horizontalidad de las ideas porque todas son importantes. Dos, cada crítica está acompañada de una sugerencia.

Aunque nos faltan los encuentros orgánicos que permiten el contacto visual, la conversación de cafetín, el olor, el sabor o la risa sin motivo (aunque hacemos una lectura pública anual). Le apostamos a la palabra y el respeto a la diferencia para que cada encuentro sea esencial, transformador y afiance la familia literaria que abraza otros pensamientos y formas de vida.

La apuesta es persistir en las historias que se siguen contando, las indispensables, las que se sacuden el óxido del tiempo, las que se evocan en la hoguera, en el café, en el libro, en la internet… Aquellas que nos permiten imaginar la trama, los personajes, los sueños y los valores de convivencia.

Así, “Los murmullos”, de manera independiente, sin lustrarle las botas a los dirigentes de turno, pervive y se renueva gracias a las historias, la esenciales, las que despiertan los deseos profundos. Y podemos ir a nuestras ideas creativas y compartirlas, desarmarlas, reorganizarlas. Claro, con un abrazo virtual y un par de vinos y cervezas.

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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