“No vine a traer la paz, sino la espada»
Evangelio de Mateo 10:34.
“La burguesía ve en su prole al heredero; los desheredados ven en la suya auxiliadores, vengadores, liberadores” Walter Benjamin.
En un ensayo de 1929 titulado Una Pedagogía comunista, Walter Benjamin plantea que la ética y la psicología son la base pedagógica de la sociedad capitalista. La ética porque ofrece una justificación moral a credos del tipo: ‘la libertad de uno termina donde comienza la del otro’ o ‘la paz es un estado interior’. Para Benjamin, credos de este tipo, fomentan el individualismo y la despreocupación por la vida y las condiciones de existencia del prójimo; solamente demandan que cada uno se ocupe de hacer lo propio ¡Las cosas de los demás no te incumben! La consecuencia atroz es una ética que se reduce a no importunar y punto. Asimismo, la psicología porque ofrece una visión general de la infancia y la juventud. Esta insiste en que los niños y los jóvenes, independientemente del contexto, son más o menos iguales en la medida en que no dependen de la historia sino de una evolución psicológica estándar: teorías del apego, del desarrollo y del ciclo vital, por ejemplo. La psicología se presta para negar que lo que se puede decir de los niños y de los jóvenes depende del lugar que cada uno ocupa dentro de la base material y productiva de la sociedad.
En conjunto, la ética y la psicología se ofrecen como explicación racional para un orden cultural de la dominación. La ética informa cuál es el fin del hombre, y la psicología proporciona el saber para alcanzarlo. A juicio de Benjamin, el fin es la formación de ciudadanos, conforme a las necesidades de la sociedad capitalista. El saber reconduce la existencia humana de tal forma que el apego, el desarrollo y el ciclo vital fomenten la madurez reclamada por la sociedad vigente. No en vano, en Vigilar y castigar, Foucault afirma que la psicología es el aparato ortopédico del Estado. La violencia del látigo y de las cadenas se dulcifica por la astucia pedagógica que educa para evitar cualquier conato de rebelión.
Examinando la función de la pedagogía, el escritor judío alemán, no encuentra mayores oportunidades, toda vez que la educación recibida por los niños y los jóvenes, no es para que puedan reflexionar su real situación de clase sino, todo lo contrario, para que asuman como suyas las ideas de la clase dominante. Es decir, que aspiren a lo que se les promete (una vida de consumo creciente y sin límites), pero que, por definición, jamás podrán alcanzar. En Colombia es claro: la clase dominante es capaz de convencer a todo un país que sus intereses de clase son los intereses comunes a todos. Como en muchos otros asuntos, Benjamin sigue a Marx quien, probablemente, fue el primero en explicar que la clase que domina es la clase que educa. La clase dominante no teme la educación de los pobres porque la educación es lo que la clase dominante instituye. No hay muchas diferencias entre lo que proviene de una educación religiosa, privada o pública. Con independencia de su tipo, toda educación dice trabajar por la transformación de la vida social, pero, en la práctica, trabaja por estabilizar los distintos lugares de sujeto, la desigualdad y el dominio de quienes dominan.
Lo opuesto a una pedagogía sirvienta de la dominación es la pedagogía comunista. Pero ¿en qué consiste? De manera sumaria, esta pedagogía no arranca de la ética ni de la psicología, sino de la real situación histórica de los niños empobrecidos ¡Y en Colombia hay tantos! Los zapatos gastados que sirven durante todo el año escolar, si lo supiéramos convertir en una oportunidad pedagógica, enseñan mucho más a los niños que las explicaciones prefabricadas de los maestros sobre el Estado, la Nación, el amor a la Patria, la identidad cultural, la diversidad y la ciudadanía. Los niños pueden aprender cuál es su lugar en la sociedad y en la historia a partir de los zapatos gastados que arrastran; estos les muestran qué tan verdadero es para la clase dominante aquello de que los niños son el futuro ¿Los niños de quién? ¿El futuro de cuáles? ¿El futuro para qué?
En días recientes prolifera por las redes sociales el lamento por la alimentación escolar que reciben los niños por parte del Estado. Tenemos, entonces, una oportunidad pedagógica para enseñar a los niños qué es lo que la clase dominante entiende por igualdad, equidad, oportunidades, calidad, responsabilidad social, gestión escolar y un gran etcétera. La pedagogía comunista no recita libros de texto sobre los grandes hombres de la Patria, ni encuentra lugar para celebrar un fallido proyecto de reconciliación y pacificación social. Esta pedagogía extrae de la real situación histórica, esto es, la de la miseria y la explotación, la fuerza para enseñar a los niños lo que estos necesitan saber si, en verdad, la educación ha de transformar sus vidas.
Para Benjamin, la dificultad que tenemos para entender lo anteriormente expuesto, resulta de la manera cómo los historiadores, los académicos y los partidos políticos, empatizan, idolatran y sirven a la clase dominante. Nótese, por ejemplo, la cantidad de líderes asesinados en lo que va corrido del año. ¿Qué ha pasado como sociedad? ¿Qué tipo de reflexividad nos permite comprender lo que está pasando? No ha pasado gran cosa y tampoco hemos comprendido nada. Excepto: ¡los pobres se viven muriendo! ¡Los pobres se matan entre sí! Imaginemos, por el contrario, que no son líderes sociales los asesinados, sino algunos empresarios, altos ejecutivos de la banca y de la bolsa o líderes políticos amparados por su eficiente maquinaria. Seguramente, la indignación y el lamento vendrían de todas las capas sociales. ¿Qué nos está pasando? Preguntaríamos ¡Ya no hay respeto por nadie! Diríamos. Sin contrariedad ética, actuaríamos conforme a un estándar de diferenciación social por el cual la muerte de una persona importante es lamentable. La muerte de un don nadie ¿Qué se le va a hacer? ¡Para morir nacimos!
En las tesis Sobre el concepto de historia, ensayo redactado en el año 1940, Benjamin sostiene que los historiadores fomentan la veneración por la clase dominante. La clase vencedora en la lucha desigual por la posesión de los bienes materiales. Incluso, la clase que también se adueña de los bienes culturales. Por ejemplo, mejor educación, más oportunidades para cultivarse a sí mismos y mejores recursos para embellecer su existencia. Benjamin es claro, la vida de la cultura reclama condiciones materiales, no porque estas la determinen sino porque la vida cultural no puede florecer sin una base material. Los historiadores, los académicos y los partidos políticos, han sido capaces de hacer olvidar otros héroes, los que no tienen monumentos, estatuas o días en su nombre. Héroes de los que si acaso sabemos. Héroes que se enfrentaron al infame sistema de la dominación del hombre por el hombre, a riesgo de su propia vida. La historia, los académicos y los partidos políticos, han adormecido el odio de clase que es el acicate de toda transformación social ¿Por qué el odio y no el amor?, me replicarán las almas bellas. Respondo recurriendo al libro de Andrés Felipe López López (2015) Junto a cada pobre me encontrarás cantando: porque aquí se nos dice: “(…) usted tiene derecho a ser pobre, a sufrir, a vivir en la miseria porque la mezquindad de otros, de empresarios e industriales, de apellidos y castas, es un acto que merece ser aplaudido”.
Del historiador y de los académicos empáticos, adoradores y servidores de la clase dominante, no debemos esperar nada, de los partidos políticos menos. No obstante, los maestros que transgreden la forma conformista y amañada que han adoptado para hacer política, siempre tendrán la oportunidad de oponerse a ser los sucios sirvientes de una causa infame como lo es la educación como reproducción del sistema económico y político vigente. Los maestros todavía pueden despertar el odio de clase de los niños y los jóvenes. Este odio tiene como contenido la recuperación de la memoria negada, el deber de reparar el daño causado a las generaciones pasadas y la obligación de detener radicalmente el ciclo infernal del presente.