Los libros aún son muy poderosos 

Hay un fantasma que recorre cada rincón de nuestra existencia: los libros. Su presencia en nuestras sociedades ha sido fundamental para comprender su dinámica y crear otras capaces de sobreponerse y encaminar al individuo por otras sendas adversas al totalitarismo. Desde tiempos remotos la defensa por la palabra y luego por el libros se ha convertido en una consigna magistral que día a día defendemos con nuestra propia vida. Y es que como dijo Irene Vallejo en su conversatorio en la FILBO: “no estamos prestando atención a este movimiento de los libros”. El movimiento al que hace referencia es la capacidad que tiene un puñado de hojas con una historia capaz de seducir, emocionar e implantar ideas capaces de cambiar el mundo, en su primer momento, el propio, luego el de otros y así el que habitamos entre tantas crisis económicas, climáticas, sociales y humanas que nos degrada al nivel más bajo.

La democratización de los libros y el papel de estos en la democracia se ha convertido en un tema muy importante entre escritores y lectores. Todos sabemos que la necesidad imperante de que otros tengan la oportunidad de leer, de conocer, de sumergirse en la lectura de ficción y no ficción, nos conlleva a crear individuos pensantes, no adoctrinados como nos quieren hacer creer, adoctrinamiento hace las redes sociales que se ufanan de libertad de expresión, de los gobiernos que llegan y que están, de los medios de comunicación que siempre damos por muertos, pero tienen un poder impresionante desde esa caja llamada televisión. Los libros no adoctrinan, si es ese no es su objetivo, pues solo un lector avanzado, propio, sagaz es capaz de entender que no lo están obligando a pensar, sino que le dan puertas para ser abiertas, caminos para transitar. De los libros que tienen esa intención, son desechados por estos mismos lectores, son dejados en esquinas, en anaqueles llenos de polvo. Los libros capaces de sobrevivir al tiempo, de luchar contra cualquier sociedad actual, aunque esté tan lejanos de su tiempo de escritura, exponen una diversidad de cuestionamientos, historias, mundos internos que nos son tan cercanos, tan propios y angustiosos. Pues nadie negará que tal vez hemos pasado por lo mimo que los Karamazov al poner sobre la delgada cuerda la existencia de Dios. Y no porque este ser exista o no, sino porque el cuestionamiento es inherente al ser humano. Esas líneas cercanas escritas por otro individuo en adversidades y tiempos tan convulsos como estos, nos permite sentirnos vivos.

Los libros “todavía nos unen” como afirmó la escritora del Infinito en un Junco, y nos une porque somos capaces de ver en el otro las angustia que nos atormenta, que conocemos, que nos hacen reconocer que tan indefensos somos ante tanto poder abusivo que rondan nuestras calles. Leer es conversar y conversar es una democratización y en esto sigo de acuerdo con Vallejo, por esa razón hay un afán por querer vender la idea absurda de que los libros se van a acabar. Esta idea, esta afirmación no es otra cosa que exponer a flor de piel el miedo profundo que le temen a que un hombre, una mujer, un niño se cruce con la lectura que le cambiará la forma de ver su realidad y le permita soñar, le permita imaginar, le permita actuar. ¡Qué difícil es no controlarlo todo!

Existen libros que han descrito lo difícil que es ser libros en las sociedades más violentas. Aunque la violencia no es solo el acto de la agresión física, sino el obligar al silencio, obligar al pensar, obligar al opinar, obligar al actuar, obligar a ser de cierta forma, estructuras que nos las presentan como libres, como actuales, como lo que hay que hacer por medio de una artimaña falaz del lenguaje, y como el lenguaje es el arma más poderosa, vamos cayendo sin más hasta fundirnos en esa miseria disfrazada de necesidad.

Es muy curioso y gratificante pensar y saber, que las maquinarías que se han creado a través del tiempo para borrar de la mente de los hombres la necesidad de leer han sido insulsas. Claro, han ganado algunas batallas, pero la guerra sigue viva y como muestra ha sido la imperiosa voluntad de los lectores para descubrir, para releer, para llenar auditorios, librerías, bibliotecas. Aunque el mundo tecnológico y su lenguaje falaz de la buena vida se siga tomando las redes, hay lectores que soportan, que defienden, que hacen frente para seguir creyendo en las ideas, en los diálogos, en las conversaciones en soledad, en la noche y en la madrugada, en una tarde de lluvia, en una mañana de frío; en una casa, en una sala, en hospitales, cárceles, cafés, transporte público y filas en los bancos. Ahí están los fantasmas de los que hablan con una pedantería aquellos que buscan “innovar” algo que en verdad quieren eliminar.

Son poderosos los libros, pero son más fuertes sus lectores. Son necesarios los libros, pero son fundamentales sus lectores. Es importante los cambios en el mundo si queremos seguir habitándolo, pero son la piedra angular de la existencia aquellos que rechazan el ejercicio de no pensar por sí mismos, el de ser dominados y entonces,  abren un libro mientras en las pantallas alguien se para a dar discursos de la buena vida y cómo saber vivir en un mundo lleno de oportunidades, que a decir verdad, es tan precario como la vida de los embusteros que temen a que la gente lea algo que les permita romper las cadenas de la demagogia.

Juan Camilo Parra Martínez

Escritor. Autor de la novela corta: Siempre quedará y del libro de ensayos literarios Domingo, 3 de abril.

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