Recientemente, la corporación Excelencia en la Justicia una entidad privada dedicada a promover la justicia y las buenas practicas en la justicia, realizó unos premios en los que además de premiar oficinas de abogados, estudiantes de derecho, facultades y consultorios jurídicos, premió a diferentes magistrados de altas cortes por sus fallos y sus compromisos con la justicia.
Me encontré con la noticia en la cuenta de X del Consejo de Estado donde celebraban y resaltaban los premios que habían recibido los magistrados de esa corporación, por sus fallos.
Se lee en la cuenta de X de esa corporación, la exaltación en 12 trinos en los que celebran todos los premios recibidos por los diferentes magistrados y salas, agradeciendo y celebrando el galardón.
Por fortuna no se dio un premio sobre la independencia judicial, porque este también se lo hubieran ganado y habrían cerrado la gala con broche de oro, autoproclamándose independientes cuando una organización privada les exalta su función.
Me llamó mucho la atención que el magistrado de la sección quinta Pedro Pablo Vanegas Gil, haya recibido un galardón por la mejor sentencia del consejo de Estado, precisamente por evitar la consulta popular del gobierno.
Las sentencias, además, no tienen autor, se supone que son el resultado de un ejercicio institucional y el ponente no puede considerarse como su autor sino como un juez que cumple su labora institucional. Un premio por una sentencia, además por su sentido político – o su impacto como dijo la corporación – resulta particular, sobre todo si de esas instituciones se pretende algún tipo de independencia.
Las altas cortes y las instituciones del derecho son escenarios de disputa del poder encargadas fundamentalmente de mantener el establecimiento que presumen de ser contra mayoritarias; esto significa que son políticos no electos democráticamente que toman las decisiones más importantes de la sociedad. Son el símbolo de una especie de aristocracia tecnificada que reproduce el prestigio mirándose el ombligo entre facultades de derecho, oficinas de abogados y cortes, un circulo de poder en el que el conocimiento jurídico es solo “un juguete vistoso” al servicio de ciertos intereses.
A los jueces los premian empresas lobistas como excelencia en la justicia, organización que dirige un abogado del establecimiento al servicio de Caracol Radio, que todas las mañanas nos vende su ideología jurídica con palabras rimbombantes: el doctor Hernando Herrera, un señor que además de pontificar en radio es protagonista de diversos arbitrajes que, entre otras cosas, deberá revisar el Consejo de Estado eventualmente.
Probablemente, un abogado sin abolengo ni premios sea el único al que le pueda molestar que las altas cortes no se molesten al menos en fingir independencia. La vanidad de los jueces es contraria a la idea de una jurisdicción que administre justicia reconociendo derechos de los ciudadanos. Considero que esta es una buena oportunidad para preguntarse y auscultar la rama judicial y la política que se hace desde la toga.
Pareciera entonces que ser un buen abogado o juez, en este sistema de prestigio autorreferencial es defender cierto tipo de intereses, esas cosas que le decimos a nuestros estudiantes en las facultades de derecho sobre la necesidad de rigor, el esfuerzo por los argumentos y por la búsqueda de la justicia termina subsumida por una gran rosca que se elige, se califica, se difunde y ahora, se premia a sí misma. Habrá que cambiar la catedra, para ser un “buen” abogado o juez no hay que estudiar mucho sino meterse al circulo de poder adecuado.


















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