Los delirios de Gustavo

Pánico genera en Gustavo Francisco Petro Urrego el saber que se aproxima la hora cero, el momento de asumir las consecuencias de los actos de campaña. El creciente ambiente de tensión que se respira en Colombia pretende desviar la atención de la investigación preliminar del Consejo Nacional Electoral y el cómo se devela que los adalides de la moral corrieron la línea ética para hacerse al poder desde la izquierda.


 

Colombia tocó fondo con el progresismo socialista y el afán de Gustavo Francisco Petro Urrego de aferrarse al poder. La normalización de las malas conductas y la ausencia de normas y límites en la esfera política indican que la cohorte dirigente de la izquierda es representativa de una facción ingrata de la sociedad para la cual el principio de pensamiento y acción está conformado por el fin que justifica los medios. El país empieza ahora a ver los efectos de la normalización de ciertos comportamientos, atenuar los casos de corrupción o mitigar la bajeza de lo visto en los «petrovideos». La coherencia de los comportamientos poco éticos se está extendiendo por todo el colectivo colombiano. Quien ahora intenta revertir lo evidente incurre en mezquindades, se victimiza y niega el contexto de la situación. La supuesta violación de los topes de financiación establecidos por la ley para las campañas presidenciales, que ha causado la mayor preocupación, demuestra que lo último para su mandatario es el cumplimiento de las normas.

El obstáculo más importante para la izquierda y el progresismo socialista que propone Gustavo Francisco Petro Urrego para Colombia es el propio gobierno del cambio. Animar a la ciudadanía a salir a las calles en defensa de su presidente y de las propuestas que se alinean con su postura ideológica tiene el potencial de exacerbar el odio y la polarización existentes, lo cual es perjudicial para la nación. La inestabilidad que envuelve la espiral social del país es directamente proporcional a las bodegas digitales que se han montado para ejecutar una estrategia de ataques que degradan moralmente a la oposición con calumnias que transgreden los derechos a la honra y el buen nombre. El séquito de aduladores, que acompaña la opción de cambio que dice representar su dignatario, se afanan por minimizar los delirios de persecución de su mandatario y evitar que sea él mismo quien inmole una propuesta política que le miente al país por la perversa avaricia de poder.

La multiplicidad de errores e imprudencias que han acompañado a Gustavo Francisco Petro Urrego en el ejercicio del poder se han agravado y por eso la izquierda busca expiar culpas silenciando, ocultando y bajando el perfil de la incidencia cometida. La utilización de los ciudadanos como títeres, burlándose de sus necesidades, fue una táctica que llevó a las clases populares a perder la convicción a la hora de expresar su voto. Es un secreto a voces que la campaña sucia que estructuró la izquierda para llegar a la presidencia se revirtió, en acciones que hoy son tachadas de descontextualizadas e ilegales. Lo que se ha conocido con el tiempo no oculta que la alternativa de cambio dejó de lado los principios y valores que son necesarios para que un actor político gobierne decentemente. Poco a poco el progresismo socialista se constituye en una cultura de sacar lo peor del ser humano que profundiza la intolerancia a los extremos e impide encontrar un punto medio para refundar la nación.

Colombia requiere un cambio completo de dirección si quiere encontrar un líder positivo capaz de construir un futuro sin ser un pésimo referente para las nuevas generaciones. Gustavo Francisco Petro Urrego se ha convertido en el ejemplo de un político con malas prácticas, que desde la violencia de la palabra intenta minimizar o disimular su incapacidad de convocar desde las ideas. Es un reto para quienes desde la izquierda defienden un gobierno que carece de estándares éticos, una propuesta de cambio que adolece de racionalidad e intenta desviar la responsabilidad de sus deficiencias. Los resultados de las elecciones de 2022 demuestran que una propuesta política carente de consideraciones éticas puede tener éxito. El Pacto Histórico por Colombia careció de transparencia en varios temas clave, incluyendo el origen de los fondos, los acuerdos de perdón social alcanzados en las cárceles, los planes para desacreditar a la oposición, la incitación a la agitación social y a la insurrección, y la estigmatización de los periodistas colombianos.

El concepto de «vivir sabrosito», que fue ampliamente promovido por la izquierda, sucumbe ante el egocentrismo de Gustavo Francisco Petro Urrego. Él cree que sus opiniones son superiores a las de los demás y se presenta como una autoridad moral dispuesta a entablar un debate ético. Sin embargo, a la hora de defender su postura sobre cualquier tema, es incapaz de aportar pruebas o fuentes concretas que respalden sus argumentos. En cambio, basa sus tesis en frases repetidas y especulativas guiadas por un sensacionalismo ilógico. El país con su dignatario carece de un gerente con visión empresarial que impulse el crecimiento de la nación. La situación de Colombia se torna cada vez más desafiante debido a la actuación de un individuo que, constreñido por acuerdos burocráticos, pretende fragmentar la institucionalidad de manera contraria a la Constitución. La intención de su presidente de imponer su voluntad a través de decretos es la materialización del desequilibrio mental de quien cree que está por encima de la ley y le preocupa que se descubran las mentiras de un gobierno plagado de corrupción, inepto y mitómano como el que él comanda.

La situación actual en Colombia subraya la necesidad crítica de aprovechar la madurez democrática del país para hacer frente a la ausencia de racionalidad imperante, que ha conducido a un exceso de confianza en la emoción, la sumisión y la alienación. Esto es esencial para tomar decisiones informadas que darán forma al futuro de Colombia. El rumbo tomado en junio de 2022 ha tenido el efecto contrario al que se pretendía, y ahora se agrava aún más por la manera pobre e impúdica en que Gustavo Francisco Petro Urrego ha ejercido el poder. La flexibilidad de la izquierda con las normas éticas demuestra que en esencia no han cambiado en nada. Es imperativo cerrar el escenario actual y reinstaurar valores como la verdad, el respeto y la honestidad. Estos se han perdido en favor de la corrupción, la mentira, la agresión y la trampa que ahora impera en la nación.

Es perjudicial para la democracia consentir los delirios de su mandatario, sujeto deseoso de adoctrinar a un país con odio y resentimiento viscerales. Es imperativo que la lucha de clases deje de ostentarse como fortaleza de quienes se creen todopoderosos e intocables, y que posan de dioses, pero carecen de escrúpulos. Colombia requiere un proceso de reconciliación que lleve al país a ser un mejor lugar para vivir. Este proceso debe basarse en una cultura de perdón, tolerancia y paz, honestidad y respeto por los demás, con sus diferencias, que son la base de un verdadero sistema democrático. La falta de dignidad, ética, valores y principios, cualidades humanas básicas, en la figura de su dignatario es un factor que contribuye significativamente al malestar social y a la desesperanza que vive la clase media colombiana.

La sobreexposición de Gustavo Francisco Petro Urrego está haciendo cada vez más evidente la mitomanía de un sujeto que comete errores y luego afirma que fueron sacados de contexto. No se puede confiar en que quienes acusan, insultan y agreden a otros desde una posición de doble moral y fariseísmo defiendan los valores democráticos cuando ellos mismos incurren en prácticas cuestionables. Quienes defienden principios morales, pero demuestran falta de respeto en sus acciones no pueden seguir fomentando una atmósfera de intimidación y miedo acorde con las acciones malévolas que han perpetrado a lo largo de su historia, a pesar de su desmovilización de la guerrilla. Las políticas socialistas que propugna la izquierda en Colombia carecen de propuestas sensatas y viables. Es imperativo que la política deje de basarse en la animadversión visceral entre bandos enfrentados. Los colombianos deben reconocer que existe un objetivo común: la paz, la educación, la igualdad, el empleo y otros objetivos compartidos. Los retos actuales de la democracia sólo podrán superarse cuando la inteligencia emocional no se vea enturbiada por el populismo, el resentimiento y el autoritarismo, que en últimas conducen al engaño de la ciudadanía.

Andrés Barrios Rubio

PhD. en Contenidos de Comunicación en la Era Digital, Comunicador Social – Periodista. 23 años de experiencia laboral en el área del periodística, 20 en la investigación y docencia universitaria, y 10 en la dirección de proyectos académicos y profesionales. Experiencia en la gestión de proyectos, los medios de comunicación masiva, las TIC, el análisis de audiencias, la administración de actividades de docencia, investigación y proyección social, publicación de artículos académicos, blogs y podcasts.

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