Leí un artículo sobre los dos policías asesinados en El Zulia, presuntamente por el ELN, en el que se anotaba que el cese al fuego, acordado a partir del 3 de agosto, se cumplirá “siempre y cuando no surjan contratiempos”.
Nos acostumbramos tanto a la violencia y la muerte, que Renzo y Gersón son “contratiempos”, como Samir, el patrullero asesinado en Tibú, o Karina, la sargento secuestrada en Arauca con sus hijos, al parecer también por el ELN, o los 22 cadetes que fueron “contratiempos” a la paz en 2019.
Habría querido escuchar a Nicolás Rodríguez negando esas autorías, pues hace unos días reiteraba el compromiso de acatar el cese “de manera sagrada, responsable y decidida”. Si, por el contrario, el ELN reivindica su responsabilidad con el argumento de que, en el marco del Acuerdo -no de la justicia-, pueden atacar a la Fuerza Pública sin consecuencias hasta el 3 de agosto, sería una macabra despedida y un mal mensaje a la sociedad, que anhela una paz realista y posible.
Sin embargo, ese “legalismo a su manera” del ELN, que les permite asesinar y secuestrar hasta el último día en que puedan hacerlo, da algo de confianza hacia delante, porque, como ellos mismos reconocen, nunca habían “firmado” un compromiso con gobierno alguno y, por ello, cumplirán lo firmado.
Atrás hablé de realismo, porque la paz, como todas las categorías utópicas, como la justicia y la equidad, nunca será total, pero, como en la canción de Milanés a su amada, puede “acercarse a lo que simplemente soñamos”: vivir la paz.
Llegó la hora del realismo, pero también de la grandeza, que inspiraron a Álvaro Gómez Hurtado, cuando planteó su “Acuerdo sobre lo fundamental”; llegó la hora de poner sobre la mesa lo que ofrece y exige el ELN, y lo que ofrecen y exigen el Gobierno y la sociedad. De eso se trata.
Llegó la hora de generar condiciones efectivas para la participación de las comunidades y de todos los colombianos en la construcción de paz; de entender que si no logramos un mínimo de seguridad -la seguridad total es también utopía-, la participación a la que el ELN le otorga tanta importancia no será posible; y esa seguridad pasa por no asesinar, no secuestrar, no extorsionar, porque la libertad es la esencia de la participación y no se puede participar bajo amenaza. Llegó la hora de asumir que secuestrar y extorsionar son también “contratiempos” para la paz.
Es momento de reconocer, en la mesa inclusive, que tras la inseguridad y la violencia está el narcotráfico, que destruye naturaleza y valores; que corrompe; el narcotráfico proveedor de las bandas que se toman ciudades y, por ese camino, amenazan ¡a nuestros hijos!, al futuro de Colombia, a niños y jóvenes enfrentados al riesgo del consumo.
Para encarar la difícil situación colombiana necesitamos realismo y grandeza; sin ellos, no lograremos acercarnos a una paz posible y seguiremos teniendo “contratiempos”.
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