El 26 de julio de 1752 llegaron al puerto de Lorient, en la bretaña francesa, los jóvenes Louis Ko y Étienne Yang, provenientes de Pekín, de donde había salido un año antes. Pasaron seis años como alumnos del colegio jesuita Henri-le- Grand, el mismo donde estudiara René Descartes, en la comuna de La Fléche, en la región del Loira. Allí aprendieron francés, latín, lógica y teología. En 1759 se trasladaron a París para integrarse al noviciado de los jesuitas, donde permanecieron 3 años y medio, hasta que la orden fue prohibida en Francia.
Sin embargo, Louis y Étienne, tuvieron la fortuna de recibir la protección de Jean Baptiste Bertin, Contralor General de finanzas de Luis XV y entusiasta admirador de la cultura y civilización chinas, que creía debían servir de modelo a Francia. Con el apoyo del rey, Bertin organizó para los chinos una correría por el país a fin de que conocieran la tecnología y manufactura francesas y pudieran, posteriormente, compararlas con las chinas e informar de ello a sus protectores. Durante un año los estudiantes chinos recorrieron el país y fueron instruidos en diversos aspectos de la ciencia, la tecnología, el derecho y la economía a fin de que pudieran preparar sus informes sobre China.
Correspondió al gran Anne-Robert Jacques Turgot (1727-1781) instruir a los chinos en temas económicos y preparar el cuestionario que llegados a su país debían responder. El 18 de enero de 1765, Ko y Yang partieron para su país, a bordo del buque “Duc de Choiseul”, llevando en su equipaje las 30 preguntas sobre asuntos económicos preparadas por Turgot y un ejemplar manuscrito de las “Réflexions sur la formation et la distribution des richesses”, escrito para ayudarles a responderlas correctamente.
En carta del 22 de julio de 1768 al señor Bertin, Turgot le agradece el envío de la carta del Étienne Yang y de unas muestras de productos chinos. Presumiblemente, esa misiva, cuyo texto se perdió para la historia, contenía las respuestas a las preguntas. Pero, afortunadamente, quedaron las Reflexiones, una de las obras maestras del pensamiento económico de todos los tiempos, escrita gracias a los estudiantes chinos, que pasaron a la historia con el nombre de los chinos de Turgot[1].
“Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas” es en efecto una de las obras cimeras del pensamiento económico, al mismo nivel de “La riqueza de las Naciones”, incluso superior en algunos aspectos, según personajes tan autorizados como Schumpeter y Rothbard. Es por esa razón que Turgot figura al lado de Smith como uno de los fundadores de la economía.
Turgot es uno de los representantes de ese liberalismo económico francés del siglo XVIII que ha pasado a la historia resumido en la divisa “Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même”, atribuida a Vincent de Gournay (1712 – 1759), a quien Turgot reconoció como su maestro[2].
Aunque hay diferencias significativas de un pensador a otro, el liberalismo económico francés se caracteriza por su énfasis en la libertad comercial y su desinterés, cuando no desdén, por la libertad política. Esta peculiaridad procede del hecho de que los liberales franceses del siglo XVIII, al igual que sus antecesores de XVII, no eran, precisamente, enemigos del Antiguo Régimen, sino más reformadores que buscaban inducir transformaciones que garantizaran su perpetuación. De hecho, algunos, como el padre de la Fisiocracia, François Quesnay (1694-1774), veían en el absolutismo un poderoso medio para imponer la libertad comercial.
Al referirse a los “economistas”, como se denominaba a los fisiócratas, Alexis de Tocqueville escribió:
“Es cierto que se muestran favorables al libre comercio de productos, al laisser faire o al laisser passer en el comercio y en la industria; pero respecto a las libertades políticas propiamente dichas, ni siquiera pensaban en ellas, e incluso, cuando tales ideas los asaltaban por casualidad, las desechaban inmediatamente”[3]
No deja de ser interesante explorar, así sea sumariamente, cómo el pensamiento económico francés evolucionó de esa forma.
II
Aunque parezca sorprendente, Jean Baptiste Colbert (1619-1683), el célebre ministro de Luis XIV, fue un abanderado de la libertad comercial. Como todo mercantilista, Colbert era un liberal furibundo de las fronteras nacionales hacia adentro: “la libertad es el alma del comercio” era una de sus más célebres frases. El mercantilismo fue, entre otras cosas, un sistema de unificación nacional y la gran obra de Colbert fue la supresión de los portazgos y peajes feudales que agobiaban la circulación de mercancías a lo largo y ancho de Francia.
Para hacerse a una idea de lo que la institucionalidad medieval significaba como obstáculo al desarrollo comercial bastaría con indicar que bajo el reinado de Enrique IV (1553-1610), había entre Roanne y Nantes, en una distancia de 600 kilómetros, 74 puntos aduaneros, uno cada ocho kilómetros, y que un transporte de sal entre esta última ciudad y Nevers tributaba en portazgos 100 escudos, cuando el valor de la mercancía no excedía los 25[4]. El régimen gremial, que confería a grandes y pequeños señores feudales el derecho a reconocer en su jurisdicción la calidad de maestro artesanal y a reglamentar los oficios, representaba otro obstáculo formidable al desarrollo mercantil.
No obstante, las necesidades fiscales de una monarquía ostentosa, belicosa y cara, llevaron a que los peajes y portazgos feudales fueran en buena medida sustituidos por peajes realengos, amén de múltiples tributos que agobiaban a campesinos y artesanos. Esa era al menos la visión de Pierre de Boisguilbert (1646-1714), de lo que no queda duda por el título de una de sus principales obras: Le Détail de la France: La France ruinné sous le regne de Louis XIV.
Es en la obra de Boisguilbert donde se encuentra, probablemente por primera vez, la idea de un orden económico natural. Sin esa idea es imposible concebir la economía como una disciplina independiente y lo económico como algo más que un aspecto de un saber más general, la ciencia política, que se ocupa del buen gobierno de los pueblos, como en Hobbes o en Montesquieu. En el orden del económico natural no son las relaciones personales o políticas las que vinculan a los hombres unos con otros. sino que la interdependencia entre ellos surge del sistema de precios, de los flujos de ingresos y gastos, es decir, de las relaciones mercantiles.
En otra de sus obras, Dissertation de la nature des richesses, de l´argent et des tributes, Boisguilbert escribe lo siguiente:
“Como la riqueza no es otra cosa que esa imbricación continua de hombre con hombre, de oficio con oficio, de pueblo con pueblo e, incluso, de reino con reino, es una ceguera espantosa buscar la causa de la miseria en nada distinto a la interrupción de ese comercio, lo que ocurre por el desajuste en la proporción de precios” [5]
Y los hombres tienden, naturalmente, a establecer y perpetuar esa imbricación porque va en su propio beneficio:
“Todos la mantienen día y noche por su interés particular y forman al mismo tiempo, aunque eso sea lo que menos les preocupe, el bien general del cual todos derivan su utilidad particular”[6]
Tampoco es necesario que nadie vigile la conducta de unos seres que solo buscan satisfacer su interés particular a expensas de los demás:
“Se necesitaría una gran policía para hacer reinar la concordia y las leyes de la justicia entre un número tan considerable de hombres que solo buscan destruirla, tratando de engañarse y sorprenderse los unos a los otros de la mañana a la noche, y que aspiran a procurarse la opulencia con la destrucción de su vecino. Pero corresponde a la naturaleza y solo a ella establecer el orden y mantener la paz; toda otra autoridad daña todo cuando trata de mezclarse por bien intencionada que ella sea”[7].
Para que el orden económico natural se desarrollara plenamente y rindiera todos los beneficios individuales y generales, era preciso que la monarquía absoluta interviniera desmontando el sistema colbertista y la institucionalidad feudal. A juicio de Boisguilbert, la gran tarea del absolutismo, cuyas bases sociales e ideológicas está lejos de cuestionar, es establecer el sistema de libertad comercial que redundará en el fortalecimiento financiero y político de la monarquía absoluta. La respuesta inmediata de la monarquía no fue la mejor, las obras de Boisguilbert fueron prohibidas y él debió marchar al exilio por orden de Luis XV.
La idea de que corresponde al régimen absoluto el establecimiento de un sistema libertad comercial sin libertades políticas reaparece, de forma ambigua, en el pensamiento de Turgot y, de manera rotunda, en el de François Quesnay, el padre de la fisiocracia.
III
Turgot es el más cosmopolita de los economistas franceses de su época. Tenía conocimiento de la filosofía política inglesa – la Locke y Hume, con quien tuvo correspondencia – y veía con simpatía las instituciones políticas de Inglaterra y Holanda más acordes con la implantación de la libertad en todas sus dimensiones.
Sobre la libertad comercial, Turgot dejó algunos de los más persuasivos textos de la literatura económica de todos los tiempos:
“La libertad general de comprar y de vender es el único medio de asegurar, de un lado, al vendedor, un precio capaz de estimular la producción; del otro, al consumidor, la mejor mercancía al precio más bajo. Por supuesto que en muchos casos particulares puede haber un comerciante bribón y un consumidor engañado; pero el consumidor timado aprenderá y dejará de comprarle al comerciante bribón; el cual será desacreditado y castigado así por su fraude; y esto no pasará frecuentemente porque los hombres tendrán siempre claridad de su interés próximo y evidente. Querer que el gobierno esté obligado a impedir ese género de fraude no ocurra nunca, es como querer obligarlo a que entregue bastones a todas las personas que podrían caer. Pretender prevenir por reglamentos todas las malversaciones posibles de ese tipo, es sacrificar a una perfección quimérica todos los progresos de la industria”[8].
Noble de viejo cuño, barón de L’Aulne, Turgot sirvió con diligencia a la corona francesa, durante trece años como Intendente de Limoges y luego ministro de marina, un par de meses, y de hacienda, entre agosto de 1774 y mayo de 1776.
En sus veinte meses como ministro de hacienda o Contralor General de Finanzas, Turgot buscó reducir el gasto de la corte, afectando múltiples intereses, y reestablecer el crédito público. Decretó la libertad de comercio del trigo y la supresión de múltiples impuestos. A principios de 1776, cayó en desgracia con ocasión de la promulgación de sus famosos seis edictos, en especial del primero, que suprimía las corvées, es decir, el trabajo obligatorio de los campesinos en caminos y obras públicas.
Para algunos, Turgot fracasó en un postrer esfuerzo por salvar la monarquía absoluta; los revolucionarios de 1789 lo ensalzaron como un buen ciudadano. En cualquier caso, lo cierto es que buscó en el poder absoluto del rey la palanca para establecer la libertad comercial. Cae en el campo de la especulación saber si Turgot creía en la lenta transformación de la monarquía y que a la libertad comercial le seguiría inexorablemente la libertad política. No era esta la visión de Quesnay.
IV
En la primera de sus Máximas para el gobierno económico de un Reino Agrícola, Quesnay expresa sin ambigüedad su inclinación por el absolutismo:
“Que la autoridad soberana sea única y superior a todos los individuos de la sociedad y a todas las pretensiones injustas de los intereses particulares, porque el objeto de la dominación y la obediencia es la seguridad de todos y el interés lícito de todos. El sistema de contrapesos en un gobierno es una opinión funesta que sólo deja traslucir la discordia entre los grandes y el agobio de los pequeños”[9]
Esto fue escrito en 1767, casi 20 años después de la publicación de «El espíritu de las leyes». De hecho, la referencia al sistema de contrapesos es una invectiva directa contra la idea del equilibrio de los poderes, cara al Barón de Montesquieu. Quesnay no será el único entre los fisiócratas en oponerse a los principios del gobierno representativo. Pierre Paul Mercier de la Riviere, notorio miembro de la secta, calificaría de quiméricas las especulaciones que sustentan el «sistema de contrapesos»[10]
Quesnay hace un alto elogio del «Despotismo de la China», en una obra con ese mismo título. Allí indica que la autoridad soberana no puede ser ni monárquica, ni aristocrática, ni democrática porque todas esas formas de gobierno dan lugar a poderes mixtos en los cuales la discordia de intereses conduce a la ruina de la nación. El depositario único del poder debe ser el déspota ilustrado y debe velar por la instrucción de todos los hombres de buena voluntad. Evidentemente, esa ilustración y esa instrucción se refieren a las leyes naturales del orden económico, que son reveladas por la ciencia económica:
“…sólo mediante el libre ejercicio de la razón los hombres pueden progresar en la ciencia económica, que es una gran ciencia y la ciencia que fundamenta el gobierno de las sociedades”[11].
El Tableau Economique es la representación estilizada del orden económico natural. La sociedad está dividida en tres clases: la de los propietarios, la de los agricultores o clase productiva y la clase estéril, integrada por los comerciantes, los artesanos y todos aquellos que ejercen oficios diferentes a la agricultura. El Tableau representa los intercambios que tienen lugar entre las tres clases, indicando las proporciones a los que deben realizarse de tal suerte que la sociedad se reproduzca y prospere. Escribe Quesnay:
“La marcha de ese comercio entre las diferentes clases y sus condiciones esenciales no son hipotéticas. Quien reflexione en ello verá que están fielmente copiadas de la naturaleza; pero los datos de los que nos hemos servido sólo son aplicables al caso del que se trata aquí. Los diversos estados de prosperidad o de retroceso de una nación agrícola ofrecen una multitud de otros casos y en consecuencia otros datos; de los cuales cada uno es el fundamento de un cálculo particular que le es propio rigurosamente”[12]
Que el sistema genere las proporciones adecuadas en los intercambios depende de dos circunstancias:
“…suponen que la libertad de comercio permita la venta de los productos a un buen precio (…) y que el cultivador no tenga que pagar directa o indirectamente otras cargas diferentes a la renta de los propietarios…”[13]
Si el agricultor tuviera que pagar además de la renta un impuesto, este tendría que salir de la parte dedicada a la inversión o los avances, en la terminología de los fisiócratas, con lo cual en el siguiente período la escala de la producción se vería disminuida y la economía entraría en decadencia. Lo mismo ocurría si el impuesto cayera sobre la clase estéril que se vería obligada a trasladarlo a la clase productiva o vería reducidos sus propios avances y con ello el nivel de producción. De estas consideraciones surge la doctrina del impuesto único:
“Los propietarios, el soberano y toda la nación tienen todo el interés de que el impuesto sea establecido totalmente sobre el ingreso de los propietarios; porque toda otra forma de impuesto sería contraria al orden natural, porque sería perjudicial a la reproducción y al impuesto…”[14]
En efecto, si el impuesto cae sobre el producto neto no se alteran los intercambios entre las clases, sino que se presenta una distribución diferente de éste entre los miembros de la clase de los propietarios.
Un déspota ilustrado que imponga en su nación leyes positivas ajustadas a las leyes naturales, garantizaría la reproducción y prosperidad de la sociedad. Quesnay estaba convencido de que ese era el caso del gobierno chino:
“…la constitución del gobierno de China está establecida sobre el derecho natural de una manera tan irrefutable y tan dominante, que preserva al soberano de hacer mal y le asegura en su administración legítima el poder supremo de hacer el bien; de tal suerte que esa autoridad es una bienaventuranza para el príncipe y una dominación adorable para el pueblo”[15]
V
En Inglaterra el liberalismo económico y el liberalismo político están estrechamente asociados en la obra de los grandes filósofos morales que desarrollaron la economía política. En Francia, por el contrario, los economistas fisiócratas, partidarios de la libertad comercial, se interesaron poco por las libertades políticas, cuya divulgación y defensa sería la obra de los filósofos y panfletistas de la Ilustración. Para los fisiócratas el despotismo ilustrado era la palanca para implantar y mantener la libertad comercial.
En las naciones europeas, las libertades económicas y políticas avanzaron, en general, de forma concomitante. También lo hicieron así en los retoños exitosos del capitalismo europeo: Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. Esa concomitancia virtuosa sigue siendo la aspiración de las naciones de América Latina y otros lugares del mundo.
El derrumbe del comunismo en Europa Oriental y en los antiguos países de la Unión Soviética y la implantación – imperfecta en muchos casos – de las instituciones de la democracia liberal, parecían confirmar la creencia en que las libertades económicas y políticas avanzaban al unísono. Un apresurado pensador político saludó el acontecimiento como el fin de la historia.
El “Modelo Chino” de libertad económica y despotismo político lleva más de 30 años y en la superficie no hay nada que indique su próximo derrumbe ni hay ninguna “ley histórica” que marque un camino ineluctable a ello.
Con la masacre de la Plaza de Tiananmen, en 4 de junio de 1989, el partido comunista chino, que agrupa a la clase de los propietarios de los fisiócratas, puso de presente, con rotunda brutalidad, que no había nada de inexorable en la marcha conjunta de las libertades económicas y políticas. Un millón no es mucha gente, dijo Deng Xiaoping, y ordenó el despeje de la Plaza. Napoleón sostenía que con cuatro cañones bien instalados se habría puesto fin a los motines del 14 de julio de 1789. Sin el tren blindado puesto a su disposición por el gobierno del Kaiser, Lenin y sus camaradas no habrían estado en Rusia en octubre de 1917.
Bibliografía:
Boisguilbert, Pierre (1966). Le Détail de la France: La France ruinné sous le regne de Louis XIV, en Pierre de Boisguilbert ou la naissance de l´économíe politique. Tomo II. Institut National D´Éstudes Démographiques, Paris, 1966.
Boisguilbert, Pierre (1966). Dissertation de la nature des richesses, de l´argent et des tributes, en Pierre de Boisguilbert ou la naissance de l´économíe politique. Tomo II. Institut National D´Éstudes Démographiques, Paris, 1966.
Heckscher, Eli (1983) La época mercantilista. México. Fondo de la Cultura Económica, 1943, reimpreso en 1983.
Nguyen, M. y Malbranque B. (2014). “Les chinois de Turgot”. En https://www.institutcoppet.org/les-chinois-de-turgot/.
Quesnay, François (1956). Maximes générales du governement economique d´un royaume agrícola, en I.N.E.D. Francois Quesnay et la Physiocratie, París, 1956, Vol II.
Quesnay, François (1969). Tableau Economique des Physiocrates. Calmann-Levy, Paris 1969.
Tocqueville, Alexis (1982). La revolución y el antiguo régimen. Alianza Editorial, Madrid, 1982.
Turgot, Jacques (1970). Écrits économiques. Calmann-Lévy, Paris, 1970.
Vélez A., L.G. (1989). “Liberalismo económico y liberalismo político en el pensamiento económico francés del siglo XVIII”. Lecturas de Economía. # 30, Medellín, septiembre-diciembre de 1989.
[1] La historia completa se encuentra en Me Nguyen y Benoit Malbranque (2014). “Les chinois de Turgot”. En https://www.institutcoppet.org/les-chinois-de-turgot/. Este texto está basado en una obra anterior del mismo título escrita por Henri Cordier.
[2] Este reconocimiento se encuentra en el bello obituario “Eloge de Vincent de Gournay”, escrito en 1759. Véase: Turgot (1970), páginas 79-105.
[3] Tocqueville (1982). Página 170.
[4] Heckscher, E (1983). Páginas 62 y 72.
[5] De Boisguilbert, Pierre (1966). Página 991.
[6] Ídem, página 991.
[7] Ídem, página 992.
[8] Turgot (1970). Página 88.
[9] Quesnay (1956), página 949.
[10] Ver Tocqueville (1956), página 171.
[11] Quesnay (1956), página 919.
[12] Quesnay (1969), páginas 49-50.
[13] Ídem, página 50.
[14] Ídem, página 51.
[15] Quesnay (1956), página 901.
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