Uno de los más manidos tópicos de las campañas presidenciales es el de la “seguridad alimentaria”. Todos los candidatos se regodean hablando del asunto. He aquí algunos ejemplos.
Empecemos con el senador Jorge Enrique Robledo, hoy precandidato, quien ha enarbolado desde siempre la bandera de la seguridad alimentaria acabada por los infames TLC, nos informa aterrado:
“Estamos perdiendo la seguridad alimentaria. ¡Estamos importando 13 millones de toneladas de comida!”
Gustavo Petro no se queda atrás y reitera su vocación de fe proteccionista:
“Construir seguridad alimentaria sobre la base de producción interna”.
Por su parte, Sergio Fajardo, en increíble arranque de originalidad, retoma la idea del primado de la agricultura de los fisiócratas franceses del siglo XVIII:
“Nuestro modelo de desarrollo tiene el agro y la seguridad alimentaria como proyecto estratégico”
Hablando del tema, Oscar Iván Zuluaga, exhibe la bondad de su corazón y su keynesianismo primitivo:
“…hay que darle ingresos a las familias para que puedan tener capacidad de consumo y generación de empleo, se requiere seguridad alimentaria a gran escala, y desarrollar cadenas de valor”.
Y lo que no podía faltar, aunque no sé lo que significa, de Federico Gutiérrez, esta ternurita:
“Seguridad alimentaria y huertas con vos”
Ante estas expresiones tan sentidas, se tiene la impresión de que Colombia está al borde del colapso alimentario, que estamos importando toda la comida y, como no exportamos nada, esa comida es fiada y ya pronto nos van a dejar de fiar por mala-pagas. Afortunadamente las cosas no son tan dramáticas como nos hacen creer los flamantes candidatos.
Entre 2010 y 2020, ambos años incluidos, Colombia importó 26.560 millones de dólares en productos agropecuarios y exportó 28.368 millones, lo cual arroja un saldo “favorable” 1.808 millones en la balanza comercial del sector agropecuarios. Solo en 2011 y 2012 el valor de las importaciones excedió al de las exportaciones.
Una mirada más amplia del tema se tiene al considerar la balanza comercial del sector agropecuario conjuntamente con la de alimentos procesados y bebidas, como se presenta en el cuadro 2.
Una vez más, entre 2010 y 2020, ambos años incluidos, las exportaciones ascendieron a 77.160 millones de dólares, 8.138 millones por encima de las importaciones que fueron de 69.022 millones. En todos los años, esta balanza comercial fue excedentaria.
A la luz de esos datos, es anonadante la frivolidad de unos candidatos que hablan de un problema inexistente y proponen “soluciones” que conducen a crearlo, favoreciendo de paso no a los trabajadores ni los empresarios sino a los terratenientes rentistas. La economía política nació, en la obra de David Ricardo, para demoler los argumentos de los terratenientes ingleses en defensa de la tal seguridad alimentaria. Párenle bolas a esta historia que es bastante jugosa.
El 21 de noviembre de 1806, un años después de su derrota en Trafalgar y habiendo ya perdido la esperanza de invadir a la pérfida Albión, Napoleón decretó el bloqueo continental para tratar de doblegarla económicamente aislándola del comercio con los países europeos. El bloqueo, que duró 8 años, impuso fuertes penalidades a todos los ingleses, en especial a los trabajadores, por el alza que provocó en el precio de los cereales cuya importación desde Polonia y Ucrania se vio interrumpida. Todo mundo estaba perjudicado y ofendido por el bloqueo, excepto los terratenientes.
En efecto, al escasear los cereales y aumentar su precio, para abastecer el mercado los empresarios agrícolas tenían que arrendar tierras de calidad cada vez peor. Como la competencia entre los empresarios tiende a igualar la tasa de beneficio en todas las tierras, la ganancia extraordinaria de las tierras de mejor calidad se la apropiaban los terratenientes en el arriendo cobrado a los empresarios arrendadores. A mayor escasez del cereal precio, menor salario real, mayor salario nominal, menores beneficios, menor acumulación de capital, mayor desempleo y mayores rentas para los terratenientes. Esta es la esencia de la teoría de la renta del suelo, la mayor contribución de Ricardo a la economía, como quiera que su generalización conduce a la teoría de la productividad marginal decreciente. Pero esa es otra historia, volvamos a los terratenientes ingleses.
Una vez el bloqueo terminó definitivamente, con la derrota de Napoleón, primero en Leipzig y luego en Waterloo, los terratenientes, para seguir disfrutando de sus grandes rentas, decidieron prolongarlo indefinidamente haciendo aprobar en la Cámara de los Comunes las llamadas Leyes de los cereales mediante las cuales se imponía a los provenientes de Polonia y Ucrania un arancel que hacía prohibitiva su importación.
Los defensores de los terratenientes en la Cámara alegaban que el bloqueo había demostrado los peligros de depender de las importaciones de alimentos y la necesidad, para un país como Inglaterra, de tener “soberanía alimentaria” aunque fuera más costosa. Ricardo, como miembro de la Cámara, se opuso con todas sus fuerzas a las leyes de cereales, que fueron aprobadas en 1815 y estuvieron vigentes hasta 1846. Ricardo había muerto en 1823 y no vio que sus ideas influenciaran la política pública.
La tal soberanía alimentaria no es pues nada más que el nombre almibarado del proteccionismo que favorece a los empresarios agropecuarios ineficientes y a los terratenientes rentistas y perjudica a los trabajadores y a los empresarios. Aunque no es matemática superior ni física nuclear, esto no lo tiene que entender todo mundo. Pero si resulta muy desconsolador que no lo entienda ninguno de los candidatos mencionados entre los cuales puede estar el futuro presidente de Colombia.
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