Primeros años de la vida de Sócrates. Murió Sócrates en 399 a.J.C., y como Platón nos dice que tenía entonces su maestro 70 años o alguno más, debió de nacer por el 470 a.J.C. Fueron sus padres Sofronisco y Fenaretes, de la tribu antióquida y del demo de Alópeke. Se ha dicho que su padre se dedicaba a labrar piedra, pero A.E. Taylor opina, con Burnet, que tal historia es un equívoco originado porque en el Eutifrón se alude humorísticamente a Dédalo como antepasado de Sócrates.” (Frederick Copleston; Historia de la Filosofía; Ariel; Tomo 1; Grecia y Roma; Barcelona; 6 edición; 1961; Capítulo XIV, Sócrates; Pag. 109)
De la tribu antióquida, dice muy claro Copleston, venía Sócrates, el más grande filósofo de la antigüedad, maestro de Platón. El de “Yo solo sé, que nada sé”. El que decía: “Conocete a ti mismo”. Aquel grande protagonista de todos los diálogos de Platón, pues nunca quiso escribir. De él se sabe, lo que le escuchó decir Platón, su más importante alumno.
Del nombre de esta tribu antióquida tuvo que haber obtenido su nombre Antíoco. Este Antíoco fue un griego de la región de Macedonia, cuando reinaba en ella Filipo II, quien gobernó entre los años 359 a 336 a.C., quien a su vez fue el padre de Alejandro Magno, alumno éste de Aristóteles, alumno éste de Platón en su Academia, y alumno éste de Sócrates, quien venía entonces de esos antiguos antióquidas de Macedonia.
Antíoco fue el padre de uno de los grandes generales de Alejandro Magno, de Seleuco, quien, al morir Alejandro en la campaña de la India, le dejó, o se quedó él, con el gran imperio Seléucida, y que en honor de su padre, Antíoco, fundó la ciudad de Antioquía, como capital del imperio Seléucida.
Ese maravilloso nombre fue la razón por la cual los españoles decidieron crear la Provincia de Antioquia y le dieron ese nombre a nuestra región, y fundaron su capital a orillas de nuestro gran río Cauca, o cerca a él, para evitar sus inundaciones, pero lo suficientemente cerca, para usarlo como vía de comunicación principal y tener de su afluente, el Tonusco, el agua necesaria para abastecerla.
No es entonces cierto que ese nombre venga de una región judía, como dicen unos. Es de una región griega. La región donde estuvieron asentados los antióquidas, de donde venían los antecesores de Sócrates.
Sobre el “Sólo sé que nada sé”, se puede resumir:
Sócrates adoptó la divisa délfica Conócete a ti mismo e hizo del filosofar un examen incesante de sí mismo y de los demás: de sí mismo en relación con los demás, de los demás en relación consigo mismo.
La primera condición de este examen es el reconocimiento de la propia ignorancia. Cuando Sócrates supo la respuesta del oráculo (el de Delfos), que le proclamaba el hombre más sabio de todos, sorprendido se fue a interrogar a los que parecían sabios y se dio cuenta de que la sabiduría de éstos era nula. Comprendió entonces el significado del oráculo: ningún hombre sabe nada verdaderamente, pero es sabio únicamente quien sabe que no sabe, no quien se figura saber e ignora así hasta su misma ignorancia. Y en realidad sólo quien sabe que no sabe procura saber, mientras que se cree en posesión de un saber ficticio no es capaz de investigar, no se preocupa de sí mismo y permanece irremediablemente alejado de la verdad y de la virtud. Este principio socrático representa la neta antítesis polémica de la sofística. Contra los sofistas que hacían profesión de sabiduría y pretendían enseñarla a los demás, Sócrates representa la neta antítesis polémica de la sofística. El saber de los sofistas es un no-saber ficticio privado de verdad, que confiere sólo presunción y jactancia e impide asumir la actitud sumisa de la investigación, única digna de los hombres.
El medio para promover en los demás este reconocimiento de la propia ignorancia, que es condición de la investigación, es la ironía. La ironía es la interrogación tendente a descubrir al hombre su ignorancia, abandonándolo a la duda y la inquietud para obligarle a investigar. La ironía es un medio de descubrir la nulidad del saber ficticio, para poner al desnudo la ignorancia fundamental que el hombre oculta incluso a sí mismo con los oropeles de un saber hecho de palabras y de vacío. La ironía es el arma terrible de Sócrates contra la jactancia del ignorante que no sabe que lo es y por esto se resiste a examinarse a sí mismo y a reconocer sus propios límites.” (Nicolás Abbagnano; Historia de la Filosofía; Tomo I; Filosofía Antigua-Filosofía Patrística-Filosofía Escolástica; 2 ed española; Montaner y Simón, S.A., Barcelona; 1978; Capítulo VII; Sócrates; Pag. 58)
De manera que, Antióquidas, ¡A por la ironía!, para que descubramos en los enemigos reales de nuestra raza, de nuestras costumbres, de nuestro ADN, su ignorancia, y recuperemos lo que es nuestro y lo que pretenden quitarnos.
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