Esta columna es un espacio dedicado a la búsqueda del sentido de las palabras. Un ejercicio arqueológico, etimológico y, si se puede decir, biográfico. Cada entrega nos permitirá conocer la historia, el significado, el uso y el sentido de una palabra.
Mauricio Montoya y Fernando Montoya
En un mundo cada vez más marcado por la xenofobia, la estigmatización y el señalamiento de la diferencia, la tesis del filósofo polaco Z. Bauman, sobre aquellos extraños tocando a la puerta, tiene más vigencia que nunca. Incluso, podría decirse que hoy existen muchos más tipos de sambenitos.
La palabra sambenito, protagonista de esta columna, tiene, según algunos estudiosos, más raíces culturales que etimológicas o lingüísticas. En sentido figurado, el sambenito hace referencia a un descrédito, una descalificación, deshonra o mancha que se le endilga a una persona o grupo y que naturalmente tiene connotaciones negativas.
Se cree que el término sambenito viene de una contracción coloquial de la expresión “saco bendito”, el cual era una especie de casulla de tela barata que, como un poncho, cubría pecho y espalda e iba desde los hombros hasta las rodillas. El saco era amarillo y llevaba pintado, por delante y por detrás, una x o también llamada cruz de San Andrés.
Este “saco bendito” o sambenito se hizo popular durante la época de la inquisición, pues aquellos que confesaban sus pecados, buscaban a la iglesia y se arrepentían, se liberaban de las torturas físicas y de la muerte, pero no de llevar el sambenito durante algún tiempo, como un recuerdo de sus pecados y como una advertencia para todos aquellos que no se acogieran a la misericordia eclesial.
Múltiples son las referencias históricas y literarias que dan cuenta de personajes condenados a llevar puesto el sambenito. Una de estas referencias es la que se encuentra en el museo diocesano de la municipalidad de Tuy en Galicia (España). Allí se conservan los sambenitos que llevaron muchos Tudenses y en ellos puede leerse el nombre y los apellidos del condenado, el oficio, la falta cometida y el año de la condena.
Pero este tipo de atrocidades no terminaron con la abolición de la Inquisición. La segunda guerra mundial y, en especial, los campos de concentración Nazi “colgaron” otros sambenitos a sus enemigos y detractores: estrellas y triángulos de colores, hechos de tela, que se cosían en las camisas de los prisioneros.
Las estrellas de color amarillo estaban reservadas para los judíos. Los triángulos, los cuales se cosían de manera invertida en las camisas, eran de colores y diferenciaban a los prisioneros: marrón para los gitanos, rosa para los homosexuales, púrpura para los testigos de Jehová, rojo para los detractores políticos, entre otros.
A pesar de todo esto, “cargar un sambenito” en la actualidad ya no tiene nada que ver con telas o casullas. Los nuevos sambenitos son el color de piel, la nacionalidad, el origen étnico, el idioma, la raza (este ítem sigue existiendo en el censo de los EE. UU), el estatus migratorio, el nivel de formación, las enfermedades desconocidas y sobre todo las posibilidades de consumo.
Gracgrscias por este análisis
Creo que hoy siguen atrevesandonos la discriminación y la violencia emanadas de ella.
Seguimos modelos conductuales que destruyen un tejido sociedad al fracturado he eróticamente
Invito a los editores a que nos escriban una columna sobre la discriminación educativa violencia en el derecho a la educación sea adultos mayores y la violencia sexual que hay para esta población desee la infantilización