Esta pandemia nos recordó la fragilidad y vulnerabilidad de la salud, no solo la personal sino la productiva e institucional. Los análisis de riesgos que se hacen escasamente una vez al año, en el mejor de los casos, se habían reducido a considerar que las amenazas estaban estrechamente vinculadas a asuntos financieros y macroeconómicos, olvidando que la macroeconomía es la sumatoria de los fenómenos micro y hasta los estrictamente personales. Lo que les suceda a la sumatoria de los humanos es lo que las sociedades deben enfrentar y de nada sirve la estabilidad o el crecimiento económico si la población está enferma.
Pero las peores enfermedades son las silenciosas porque como no chorrean sangre, no son materia prima para los noticieros de televisión ni aparecen en las propuestas de los políticos, los informes oficiales del Estado ni en sus presupuestos. Y unas de las más invisibilizadas son las enfermedades mentales.
Aproximadamente 970 millones de personas en el mundo padecen algún trastorno mental o por sustancias sicoactivas, y la mitad de ellas ven gravemente afectadas sus vidas. El 27% de los adultos dicen que las enfermedades mentales son el mayor problema de salud que enfrentan. Los trastornos neuropsiquiátricos representan más del 10% de la carga mundial de enfermedades, más que el cáncer y los problemas cardiovasculares. Casi 3 millones de personas mueren anualmente debido al uso de sustancias. Cada 40 segundos hay un suicidio. Unos 160 millones de personas necesitan asistencia por conflictos o desastres y el 20% tiene una enfermedad mental.
Pero a pesar del tamaño del problema, la respuesta es más que insuficiente. Los gobiernos destinan menos del 2% de sus presupuestos sanitarios a la salud mental y la mayor parte se dirige a hospitales siquiátricos, que se requieren, pero no a la prevención. Pésimo negocio. El promedio mundial de trabajadores de la salud mental es de 9 por cada 100.000 habitantes, pero en países de bajos ingresos es de 1,6 y más del 75% de las personas con trastornos mentales no reciben tratamiento.
Atacar este mal es una gran oportunidad, no solo porque el mercado mundial de la salud mental se estime en 245.000 millones de dólares para el 2027, sino porque sería una excelente inversión social, así requiera un enfoque multisectorial e integrado. Según un estudio de la Organización mundial de la Salud, solamente los trastornos de depresión y ansiedad le cuestan anualmente a la economía mundial un billón (estadounidense) de dólares, pero por cada dólar invertido en su tratamiento se genera un retorno de 4. Para 2010 se estimaba el costo a la economía mundial por enfermedades mentales y reducción de productividad en 2,5 trillones (estadounidenses) de dólares, y para el 2030 podría ser de 6.
Hay que estar loco para no pensar que esta debería ser una tarea prioritaria como sociedad, más si para el 2030 los problemas de salud mental podrían ser la principal causa de discapacidad en el mundo.
Tomado de El Colombiano.
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