Lo que Rumsfeld no sabe que sabe sobre Abu Ghraib

¿Hay quien se acuerde del desafortunado Muhammed Saeed al-Sahaf? Como Ministro de Información de Sadam, negaba heroicamente los hechos obvios y defendía la línea iraquí. Incluso cuando los tanques de EE.UU. se encontraban a cientos de metros de su oficina, al-Sahaf continuaba afirmando que las secuencias de la televisión que mostraban tanques en las calles de Bagdad eran efectos especiales de Hollywood. Una vez, sin embargo, acertó en una extraña verdad. Cuando le dijeron que los militares de EE.UU. ya controlaban partes de Bagdad, replicó: «¡No controlan nada – ni siquiera se controlan a sí mismos!» Cuando reventaron las escandalosas noticias sobre los extraños acontecimientos que ocurrían en la prisión Abu Ghraib de Bagdad, obtuvimos un vistazo de exactamente esa dimensión de sí mismos que los estadounidenses no controlan.

En su reacción a las fotos que muestran a prisioneros iraquíes torturados y humillados por soldados de EE.UU., el presidente George W. Bush, como era de esperar, subrayó que las acciones de los soldados eran crímenes aislados que no reflejan lo que EE.UU. significa y por lo que lucha – los valores de democracia, libertad y dignidad personal. Y el que el caso se haya convertido en un escándalo público que puso a la defensiva a la administración de EE.UU. es un signo positivo. En un régimen realmente «totalitario», hubiera sido simplemente ocultado. (De la misma manera, el que las fuerzas de EE.UU. no hayan encontrado armas de destrucción masiva es un signo positivo. Una potencia verdaderamente «totalitaria» hubiera hecho lo que hacen usualmente los policías – colocar drogas y «descubrir» luego la evidencia del crimen.)

Sin embargo, una serie de hechos inquietantes complican este simple cuadro. En los meses anteriores, el Comité Internacional de la Cruz Roja bombardeó regularmente al Pentágono con informes sobre los abusos en las prisiones militares iraquíes, y los informes fueron sistemáticamente ignorados. Así que no fue que las autoridades de EE.UU. no hayan estado recibiendo señales sobre lo que sucedía – simplemente admitieron los crímenes sólo cuando (y porque) fueron confrontados con su revelación en los medios. La reacción inmediata de los funcionarios militares de EE.UU. fue sorprendente, para decir lo menos. Explicaron que no se había enseñado adecuadamente a los soldados las reglas de la Convención de Ginebra sobre cómo tratar a prisioneros de guerra – ¡como si hubiera que enseñarle a alguien a no humillar y a torturar prisioneros!

Pero la principal complicación es el contraste entre el modo «patrón» como los prisioneros fueron torturados en el régimen de Sadam y cómo fueron torturados bajo la ocupación de EE.UU. Bajo Sadam, pusieron el acento en la aplicación directa de dolor, mientras que los soldados estadounidenses se concentraron en la humillación psicológica. Además, la grabación de la humillación con una cámara, incluyendo a los perpetradores en la imagen, con sus caras sonriendo estúpidamente al lado de los retorcidos cuerpos desnudos de los prisioneros, formaba parte integral del proceso, en total contraste con el secreto de las torturas de Sadam. Las posiciones y las vestimentas mismas de los prisioneros sugieren una escenificación teatral, una especie de cuadro vivo, que recuerda el performance art, el «teatro de la crueldad», las fotos de Mapplethorpe o las escenas desconcertantes de las películas de David Lynch.

Esta teatralidad nos lleva al quid de la cuestión: A todo conocedor de la realidad del modo de vida estadounidense, las fotos le recordaron el lado obsceno de la cultura popular de EE.UU. – digamos, los rituales de iniciación de tortura y humillación que hay que sufrir antes de ser aceptado en una comunidad cerrada. Fotos semejantes aparecen a intervalos regulares en la prensa de EE.UU. después de que algún escándalo estalla en una base del ejército o en campus universitarios, cuando rituales semejantes se han salido de madre. Demasiado a menudo se nos acostumbra a imágenes de soldados y estudiantes obligados a asumir poses humillantes, a realizar gestos degradantes y a sufrir castigos sádicos.

Por lo tanto, la tortura en Abu Ghraib no constituyó simplemente un caso de arrogancia estadounidense hacia gente del Tercer Mundo. Al ser sometidos a las humillantes torturas, los prisioneros iraquíes fueron efectivamente iniciados en la cultura estadounidense. Se les dio un sabor de la obscena parte inferior de la cultura que forma el suplemento necesario de los valores públicos de dignidad personal, democracia y libertad. No puede sorprender, entonces, que la humillación ritual de prisioneros iraquíes no haya sido un caso aislado sino formado parte de una práctica generalizada. El 6 de mayo Donald Rumsfeld tuvo que admitir que las fotos publicadas constituyen sólo «la punta del iceberg» y que veremos cosas mucho más fuertes, incluyendo vídeos de violaciones y asesinatos.

Ésta es la realidad de la desdeñosa declaración de Rumsfeld, hace un par de meses, de que las reglas de la Convención de Ginebra están «pasadas de moda» en relación con la guerra de la actualidad.

En el debate sobre los prisioneros de Guantánamo, a menudo se escuchan argumentos de que su trato es ética y legalmente aceptable por que «son los que no fueron alcanzados por las bombas». Ya que eran objetivos de los bombardeos de EE.UU. y los sobrevivieron accidentalmente, y ya que esos bombardeos formaban parte de una operación militar legítima, no se puede condenar su suerte al ser apresados después del combate – sea cual sea su situación, es mejor, menos severa, que la muerte. Este razonamiento dice más de lo que se proponen sus autores. Pone a los prisioneros en una posición literal de «muertos vivos», los que en cierto modo ya están muertos (han perdido su derecho a la vida al ser objetivos legítimos de bombardeos asesinos). Así, los prisioneros son lo que el filósofo Giorgio Agamben llama homo sacer, los que pueden ser matados impunemente ya que, ante los ojos de la ley, sus vidas ya no cuentan. Si los prisioneros de Guantánamo son ubicados en el espacio «entre dos muertes» – legalmente muertos (privados de un estatus legal determinado) mientras siguen biológicamente vivos – entonces las autoridades de EE.UU. que los tratan de esta manera, se encuentran en un estatus legal intermedio que forma la contraparte del homo sacer. Actúan como un poder legal, pero sus actos ya no están cubiertos y limitados por la ley – operan en un espacio vacío que, sin embargo, se encuentra dentro del dominio de la ley. Por lo tanto, las recientes revelaciones sobre Abu Ghraib muestran las consecuencias de la colocación de prisioneros en este sitio «entre dos muertes».

En marzo de 2003, Rumsfeld se lanzó a un pequeño ejercicio filosófico de aficionado sobre la relación entre lo conocido y lo desconocido: «»Existe lo conocido que conocemos; es decir, hay cosas que sabemos que sabemos. También sabemos que existe lo desconocido que conocemos: sabemos que hay algunas cosas que no sabemos. Pero también está lo desconocido que no conocemos –lo que no sabemos que desconocemos-«. Lo que se le olvidó agregar fue el cuarto y crucial término: «el de lo conocido que desconocemos», es decir las cosas que no sabemos que sabemos, que es precisamente el inconsciente freudiano, el «conocimiento que no se conoce a sí mismo», como solía decir Lacan.

Si Rumsfeld piensa que los principales peligros en la confrontación con Irak fueron los «factores desconocidos que desconocemos», es decir, las amenazas de Sadam cuya naturaleza no podemos siquiera sospechar, entonces el escándalo de Abu Ghraib muestra que los principales peligros se encuentran en lo «desconocido que conocemos» – las creencias, suposiciones y prácticas que pretendemos desconocer, aunque forman el fondo de nuestros valores públicos.

Por lo tanto, Bush se equivocaba. Lo que percibimos cuando vemos las fotos de los prisioneros iraquíes humillados es precisamente una perspectiva directa de los «valores estadounidenses» el núcleo de placer obsceno que fundamenta el modo de vida estadounidense.

 

Traducción por:  Germán Leyens, 2004.

Slavoj Žižek

Sociólogo, filósofo, psicoanalista y filólogo. Estudió filosofía y psicoanálisis en la Universidad de París, donde se doctoró en 1981. En 1990 fue candidato a la presidencia de la República de Eslovenia. Su carrera profesional incluye un puesto de investigador en el Instituto de Sociología de la Universidad de Ljubljana, Eslovenia, así como cargos de profesor invitado en universidades como Columbia y Princeton. Además de sus numerosísimos ensayos y artículos para la prensa escrita, en los últimos quince años Zizek ha participado en más de doscientos cincuenta encuentros internacionales sobre filosofía, psicoanálisis y cultura crítica. Zizek es considerado uno de los pensadores críticos más importantes de su generación.