Las facultades constitucionales que dieron lugar a la expectativa cierta en cabeza de Juan Guaidó se han venido abajo. El presupuesto constitucional es un mandato: se tiene un plazo de 30 días para convocar a elecciones. Ese plazo ya se cumplió. Guaidó no hizo lo que tenía que hacer. Era simple. Una sola cosa: convocar a elecciones presidenciales, y ojalá sin él, para que fuera más legítimo, transparente y se asegurara así un cambio en el interior del régimen político, tanto en el ejecutivo como en el legislativo. A cambio de cumplir su tarea, se fue de gira. La innecesaria y cantinflesca gira de un neo y autoproclamado Presidente dedicado a los registros fotográficos. No debía llegar con ayuda humanitaria sino con las urnas y los tarjetones listos para llamar al pueblo venezolano a una manifestación democrática, popular y promotora del cambio. Pero Guaidó no fue superior a la demanda que tenía sobre sus hombros y dejó vencer los términos. Su gran aliado, Donald Trump, tiene tantos problemas personales y partidistas que atender, que ha olvidado terminar de impulsar la tarea. Varios diplomáticos y analistas internacionales ya no hablan de Guaidó con la misma contundencia de Presidente interino sino de líder de la oposición. Líder, que como Capriles y López, han muerto en el intento. Queda claro que Nicolás Maduro no es tipo brillante sino alguien con mucha suerte. Se hizo segundo del gran líder de toda esta revuelta hasta ocupar el puesto de sucesor legítimo. Y ahora, la tercera parece no ser la vencida porque queda claro que la oposición es igual de ambiciosa y de torpe al régimen que denuncia.
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Del autor
John Fernando Restrepo Tamayo
Abogado y politólogo. Magíster en filosofía y Doctor en derecho.
Profesor de derecho constitucional en la Universidad del Valle.
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