“No podemos elegir los gustos sexuales de nuestros hijos, ni las personas de las que se van a enamorar ni los caminos que seguirán acorde a su visión de la vida”.
Como seres humanos gracias a nuestra capacidad de raciocinio, tendemos a creer que podemos controlarlo todo: lo que queremos ser, lo que queremos lograr, lo que deseamos para los otros, el sometimiento de otras especies -animales, vegetales- que creemos o creíamos menores. Lo cierto, es que, si nos ponemos a pensar, son contadas las excepciones en las que tenemos el verdadero control.
No podemos elegir la familia en la que vamos a nacer, ni los padres que nos criarán, ni tampoco la personalidad ni los gustos de nuestros hijos, mucho menos las acciones o deseos de los demás, tampoco que salga el sol o desaparezca la lluvia ni las enfermedades que podemos contraer ni la edad en la que vamos a morir, a menos que cada uno, decida terminar con su vida por cuenta propia.
No podemos elegir los gustos sexuales de nuestros hijos, ni las personas de las que se van a enamorar ni los caminos que seguirán acorde a su visión de la vida. Por eso me parece delicado cuando en algunos círculos conservadores como los que aún tenemos, personas dicen con tal seguridad de que no les puede salir (tener) un hijo gay. ¡Que no lo permitirían! Cuando, un tercero, no lo puede decidir.
Como discutíamos esta semana en una tertulia con amigos, las frustraciones de muchos de nosotros se generan cuando hay grandes expectativas -la mayoría de ellas- sin tener el control de que las vamos a lograr porque dependen de múltiples factores: en mi empresa no puedo decidir si me van a ascender, así sienta que lo merezco. La decisión no es sólo mía, depende de los jefes, del entorno, de la realidad y buena salud que goce la organización.
¿Pero entonces, qué controlamos? Para seguir con el ejemplo anterior, si deseo un ascenso para tener mejores ingresos, vería tres salidas: poner el tema sobre la mesa con los jefes, para saber si es factible o no, y no quedarme con la duda; generar ingresos adicionales como montar un negocio, brindar asesorías, consultorías, etc.; buscar mejores oportunidades fuera de la organización o incluso tener la determinación de montar mi propia empresa a la que le dedique todo mi tiempo. Si la decisión que queremos depende de un tercero, el resultado puede no ser el esperado. Es ahí donde vienen las frustraciones.
En el caso de la familia, creo que tenemos control sobre la decisión de elegir la pareja con la que decidimos recorrer nuestro camino por la vida. También el de dar buen ejemplo y el mejor acompañamiento a nuestros hijos para que crezcan con buenos principios y valores para que sean buenas personas y que tengan el criterio de decidir lo que es bueno y no para ellos.
Deberíamos vivir con menos expectativas sin que eso quiera decir que seamos conformistas, sino en el sentido de aprender a disfrutar del presente, de vivir cada día como un regalo, así como reza la antiquísima frase de Lao-Tse que sigue siendo sabiduría pura: “Si estás en el pasado, estás triste. Si estás en el futuro, estás ansioso. Si estás en el presente, estás feliz”.
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