“Los homosexuales no buscamos aplausos, no queremos ser considerados especiales ni procuramos un trato diferenciado; pedimos igualdad jurídica compatible con las más altas libertades, la posibilidad de llevar nuestras vidas como cualquier otra persona, sin ser perseguidos ni molestados; pedimos ser tratados como los ciudadanos que somos, no como estereotipos y es que, por desgracia, hemos estado acostumbrados a vivir en una sociedad en la que si no cumples con los estándares establecidos, serás irremediablemente objeto de discriminación. Somos respetuosos de otras formas de vida y queremos ser respetados en igualdad de condiciones, y es que no puede haber paz en una sociedad donde unos quieren anular a otros, la paz es la clave de la reconciliación y el progreso humano, la justicia es universal y la segregación, inaceptable”.
–Andrés Ricaurte (Álvarez y Ato, 2021, p. 38).
Libertad y Prejuicio: Reflexiones para la defensa de los derechos LGBTIQ+ es un libro de 2021 publicado por Divergente, sello editorial del IPL Perú (Instituto Político para la Libertad Perú) y cuyos editores son los reconocidos divulgadores peruanos Yesenia Álvarez y Diego Ato (2021). Dicho trabajo contó con la participación de, además de sus editores, los también divulgadores e intelectuales Aura Arbulú (Perú), José Benegas (Argentina), Fernando Berckemeyer (Perú), Iván Carrino (Argentina), Emil Kirjas (Macedonia del Norte), Antonella Marty (Argentina), Andrés Ricaurte (Ecuador), Andrea Rondón (Venezuela), Felipe Schwember (Chile), Valentina Verbal (Chile) y María Cecilia Villegas (Perú); todos, con vasta experiencia y altamente calificados en sus campos de desempeño profesional.
Fuera de, por supuesto, recomendar tan excelente obra, y no con el ánimo de tratar de imitarla –difícilmente, podría hacerlo tan bien–, me inspiré en la misma para redactar esta columna para, primero, recomendar a todos mis lectores adquirirla y leerla atentamente. Segundo, invitarlos a que se cuestionen y sepan que hay más allá de todo el movimiento de diversidad sexual y de género, y todas las dificultades por las cuales han –y hemos– tenido que pasar diferentes miembros de la población LGBTIQ+. Y tercero porque, aunque ya el fin de semana pasado finalizó todo lo concerniente al mes del orgullo, debemos entender algo: aparte del odio acérrimo e injustificado que nos profesan los más conservadores y la secta ultramontana, sus aliados nacional-populistas y toda la horda enardecida de fanáticos de los cuales son esclavos por su estupidez, el liberalismo clásico y libertario de estos últimos tiempos, asimismo, tiene una deuda por cumplir conmigo y con los míos, con la población LGBTIQ+. Así como el libro en mención (Libertad y Prejuicio), pretendo que estas líneas sean un punto de inflexión, a fin de suscitar mayor conocimiento y reflexión sobre el tema, de que se escriban más artículos o columnas de opinión al respecto, y se publiquen más libros y ensayos para su correcta defensa.
Los liberales, en general, también debemos salir de nuestro propio armario y abrir nuestra mente (¡todavía más!), pues ser liberal no solo tiene que ver con aprender de filosofía, política y economía de libre mercado. No. Del mismo modo –incluso antes de lo ya dicho–, tiene todo que ver con no deshonrar al otro, puesto que los principios y valores del liberalismo clásico y libertario promueven una convivencia sana, pacífica, respetuosa, empática –de verdad– y amable.
Un poco de historia
Recapitulando lo escrito en otro artículo (Toro, 2021a), y aclarando que parte de lo que ahí escribí ya no lo comparto, tengo el deber moral de recordar que poco más de medio siglo atrás, lesbianas, gais, bisexuales, personas trans y de otras identidades de género no binarias, vivíamos con la constante del miedo: vivíamos en las sombras y llevando una doble vida. Éramos etiquetados de desquiciados por psicólogos, médicos y profesionales en psiquiatría; de inmorales por seguidores de credos religiosos ortodoxos y, en especial, por sus más fanáticos practicantes –cosa que no ha dejado de pasar–; y de criminales por autoridades policiales y otras instituciones de los Gobiernos (Centro Ricardo B. Salinas Pliego, 2022). Hoy por hoy, a muchos les cuesta siquiera imaginarlo, pero acá en Colombia y en casi todos los rincones de nuestro planeta, incluida la “capital”, Nueva York, se perseguía la diferencia: la diferencia de amar. Locales, bares, restaurantes y otros espacios de sano y libre esparcimiento frecuentados por la población LGBTIQ+ eran allanados y clausurados, y las inhumanas y antiéticas terapias de conversión se imponían y adquirían cada vez más popularidad entre los que nos veían, al mismo tiempo, como desquiciados, inmorales y criminales. Justamente en Nueva York, en el famoso barrio Greenwich Village, comienza una de las insurrecciones más importantes del siglo pasado: una rebelión por la libertad individual, la libertad de amar y tener sexo con quien quieras, y la igualdad ante la ley (Centro Ricardo B. Salinas Pliego, 2022).
En ese entonces, cualquiera que sobrepasara los límites dentro de “La Gran Manzana”, y no cumpliera como miembro del modelo de “familia ideal” que era ilustrado en posters y revistas de la década de los 50’s, lo castigaba el Escuadrón de la Moral Pública de la Policía de Nueva York. Allí, en Greenwich Village, específicamente, en el reconocido bar Stonewall Inn, una madrugada de verano, exactamente entre el viernes 28 y el sábado 29 de junio de 1969, lesbianas, gais, bisexuales, personas trans y de otras identidades de género no binarias, se sublevaron contra esta y otras autoridades policiales, dando lugar a lo que fue la famosa Rebelión de Stonewall; gracias a ella, cada junio se celebra el Pride: el mes del orgullo LGBTIQ+, en distintos lugares de todo el mundo (Centro Ricardo B. Salinas Pliego, 2022). A la postre, las marchas llevadas a cabo protestaron y continúan protestando contra un sistema social opresor. La revuelta iniciada sirvió, entre otras, para que germinara la fuerza necesaria para que muchos de los míos: consumidos por el miedo y perseguidos por hacer lo que los hacía felices, igualmente, se levantarán contra la homofobia y cualquier otra manifestación de odio y discriminación. De forma oficial, nuestra lucha en contra del miedo, comienza acá.… No obstante, esta aún permanece vigente.
Lo feo, lo malo y lo que falta
Todavía es mucho lo que tenemos por resolver, entre lo cual, destaco:
Nuestra salud física y mental en jaque
Alrededor de poco más de 30 años, la homosexualidad dejó de estar clasificada como trastorno mental por la OMS (Organización Mundial de la Salud); desde entonces, aparte de construir un consenso general de que la homosexualidad es una variante natural del ser humano, la salud de la población LGBTIQ+ se ha convertido en un campo de estudio en expansión. Quienes nos identificamos como gais, lesbianas, bisexuales, personas trans, personas no binarias y otras expresiones de la sexualidad y el género, tenemos más probabilidad de ser transgredidos en nuestros derechos humanos; terrorismo, tortura, criminalización, procedimientos médicos involuntarios y segregación violenta, son los más claros ejemplos de esto (Redacción National Geographic, 2023).
La población LGBTIQ+, frecuentemente, se enfrenta a la negación de la atención, a actitudes discriminatorias y a una patologización inadecuada en los entornos sanitarios. Como liberales, debemos entender que la discriminación y la homofobia deben rechazarse sin excepción, y el tema servicios, independiente de la forma cómo y en dónde se ofrecen en estos tiempos, no tiene por qué ser ajeno. Según la OP (Organización Panamericana de la Salud), este panorama tiene efectos negativos, tanto en la integridad física, como en nuestra salud mental; sus encuestas indican que experimentamos mayores disparidades sanitarias y peores resultados en materia de salud, en contraste con los straight (heterosexuales), repercutiendo en tasas más elevadas de infección por VIH y otras ETS, depresión, ansiedad, consumo de tabaco, abuso de alcohol y otras sustancias psicoactivas (fármacos y alucinógenos), y suicidio e ideación de suicidio como consecuencia del estrés crónico, así como de aislamiento social y falta de conexión con diversos servicios sanitarios y entornos de apoyo (Redacción National Geographic, 2023).
Urge la necesidad de plantear nuevos modelos de nación, especialmente en Latinoamérica, en los que se liberalicen los mercados, facilitando el acceso a mayor número de servicios como el de salud, pues, evidentemente, el reto que se remonta a la visión de las personas LGBTIQ+ como pacientes, basándonos en lo dicho por la OP, es la falta de capacidad de los profesionales empleados en salud pública para comprender y abordar los problemas específicos de nuestra población. Con una mayor oferta de servicios, esta problemática se puede ir resolviendo paulatina y progresivamente, al tiempo que se trata el tema de que:
No cesa la falta de garantías en materia de derechos civiles
Más allá de los 11 países que condenan la conducta homosexual con pena de muerte, las personas con una orientación sexual o identidad de género diferente de la considerada “normal” pagan fatales consecuencias por ser ellas mismas en varios lugares del planeta. De hecho, así se guarden mucho de manifestar sus preferencias sexuales en público, la simple y llana sospecha de que son diferentes puede costarles multas, años de cárcel, o la vida. De acuerdo con datos de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gais, Bisexuales, Trans e Intersexuales (ILGA, por sus siglas en inglés), 64 Estados miembro de la ONU, actualmente, criminalizan los actos sexuales consensuales entre personas adultas del mismo sexo: 62 por disposiciones legales explícitas y 2 de facto (Amnistía Internacional España, 2023).
En naciones como Irán, no se tiñen las calles de múltiples colores, sino con sangre; a saber, en el Código Penal Islámico de Irán, la conducta homosexual se castiga con flagelación y los niños de 9 años pueden ser condenados a muerte y los adolescentes gais ahorcados públicamente para aterrorizar a otros (Toro, 2022). En el caso de África, 32 países aún criminalizan las relaciones homosexuales y es percibido como una de las regiones más difíciles para las personas LGTBI; “la creciente discriminación de las personas LGBTIQ+ en África es preocupante” –ha denunciado ILGA World– “particularmente, cuando países de todas las regiones del mundo, desde el Caribe hasta Asia, han ido en la dirección opuesta en los últimos años y han derogado este tipo de leyes opresivas de la época de la colonial” (Redacción BBC News Mundo, 2023). Esto, omitiendo datos exactos de la cantidad de aberrantes y monstruosas “terapias de conversión” –soy sobreviviente a una– aún vigentes en tantos países del mundo –pese a ser rechazadas por la Comunidad Médica Internacional (Redacción National Geographic, 2023)–.
Si bien en muchos de nuestros países, en el presente, ser lesbiana, gay, bisexual, persona trans o gozar de otras identidades de género no binarias ¡ya no es un delito!, todavía persisten en nuestras sociedades la mentalidad y las actitudes retrógradas desarrolladas durante la Edad Media, como la homofobia, la sexofobia, el maltrato, los asesinatos (¡Libre porte de armas YA!) y la discriminación hacia las personas LGBTIQ+ en general, por lo que es nuestro deber no desfallecer en levantar la voz para insistir en construir un mundo más libre y más justo para todos los individuos.
El colectivismo: peor enemigo de la libertad sexual
El conservadurismo ha sido, quizás, nuestro peor enemigo y persecutor por siglos. Y lo sigue siendo. Les produce “gran indignación, trauma y dolor” que aquí en Colombia (Presidencia Colombia, 2023), España (Blanco, 2023) u otros rincones del planeta, se “desvirtúen” o “no se exaltan lo suficiente” los símbolos patrios propios de cada país; habiendo problemáticas tan complejas en Iberoamérica, lo peor que puede pasarnos, según ellos, es que se pinte, temporalmente, el Escudo Nacional de lo que también llaman un trapo multicolor. Cualquier manifestación de la libertad de amar y de la libertad sexual, básicamente, les pudre.
Ellos, los que yo llamo –sarcásticamente, claro está– los “dueños de la moral y las sanas y buenas costumbres”: la derecha conservadora y nacional-populista, están obsesionados con la sexualidad de las personas, pretendiendo prohibir la libertad sexual y aplicar un formato único de cama, de vida y de familia, apegándose, por supuesto, a un sistema socio-religioso y a un par de versículos de sus textos guía: a un sistema que nos ha perseguido a mí y a los míos por años. Aunado a lo anterior, tenemos su expreso odio por las personas trans y de otras identidades de género no binarias, dedicándose, permanentemente, a ridiculizar, denostar, estigmatizar y cuestionarlos a ellas y a todas aquellas agrupaciones políticas que buscan visibilizarlas, entenderlas o protegerlas de estos y otros ataques (Carrino, 2023a); es tanto su odio por los trans, que sostienen, muy falazmente, que cualquier persona interesada en la temática trans defiende la “mutilación de genitales en niños de 7 años”: una brutal falta a la verdad y un engaño que lo único que busca es enardecer a una masa que desconoce los hechos y, a la postre, extiende el discurso derogatorio e inquisidor contra cualquiera cuya identidad de género no coincida con lo que a estos personajes les parece es lo correcto (Carrino, 2023b).
Me surgen dos preguntas para esta gente: ¿qué daño les causa que alguien tenga intimidad con otro de su mismo sexo o su mismo género?, y ¿por qué les afecta tanto que alguien quiera modificar parte de su cuerpo, o identificarse con otro género o con ninguno? Yo creería que es una cuestión de capricho y de mantenerse ceñidos a sus cavernarias ideas, ya que no les causa ningún daño ni ninguna afectación trascendental. No entiendo por qué les generamos tanto escozor, si a lo sumo somos el 20% de la población mundial, ni siquiera en Brasil, país latinoamericano con más personas LGBTIQ+ entre sus habitantes (Hernández, 2023). Los conservadores nacional-populistas, mediante determinados “influenciadores” (como el espantoso Agustín Laje y sus huestes), movimientos políticos y sociales, “prestigiosos” credos o “comunidades de fe”, entre otros, intentan instaurar lo que consideran su “modelo de vida perfecto” a los demás. Tomar decisiones sobre nuestro propio cuerpo y sobre nuestra vida privada, sexual, amorosa o afectiva, e incluso reproductiva, no afecta ni daña a nadie. Cualquier ser humano tiene todo el derecho de amar en libertad, y nadie, bien sea un amigo o conocido, un político, o un miembro de su familia, tiene por qué hacerle sentir menos o construirle un closet; mucho menos tienen por qué hacerlo el Gobierno, una religión o una institución a la que se pertenezca. Nadie debe decidir por uno.
El daño psicológico que siguen produciendo en las nuevas generaciones valiéndose de la culpa, la discriminación y el acoso, deriva, la mayoría de las veces, en inseguridad personal, o en daños todavía más irreparables (autolesiones, suicidio, y demás). Fuera de que esta derecha no ha hecho una defensa digna del libre mercado (Toro, 2021c), se atribuye la obligación y el deber de establecer su proyecto político sobre un horizonte en el plano moral, el cual, se recrudece una vez esta llega al poder, pues, a través del Estado no solo se establece, sino que se impone (Toro, 2021b), tan autoritariamente, como cualquier proyecto político colectivista. Son una especie de neofascismo, o como yo les denomino, fascismo posmoderno, porque no falta el que quiera dárselas de “amable y querido” –pero hipócrita– con nosotros.
Como dijo la ya mencionada Yesenia Álvarez (2023), “El liberalismo no puede ser congruente con esta perversa cruzada inmoral; los liberales, más bien, compatibilizan con las libertades que reclaman las personas LGBTIQ+, y no solo eso, sino que están llamados a defenderlas y a enfrentarse a estos conservadores anti-derechos. La línea que nos separa la expuso Hayek en el texto «¿Por qué no soy conservador?», y hoy más que nunca no hay forma de que los liberales podamos caminar junto con agresores de otros seres humanos”. Sin embargo, discrepo de la parte final de la frase citada, aunque entiendo porque ella dice que el “liberalismo siempre será woke”; el asunto es que la woke culture, tema en el que no ahondaré pues es mucho lo que competería tratar, desde la concepción de la iniciativa y desde que se acuñó el término, se encuentra íntimamente ligada a los movimientos políticos y sociales pro-izquierda, algo que, al final, puede estallarnos en la cara como una bomba de tiempo, por muy buena que parezca ser su defensa de derechos en materia de libertades individuales –el progresismo y el socialismo, en últimas, arrebataron esto del liberalismo clásico y libertario, y es nuestro deber recuperarlo–.
Los partidos y movimientos políticos y sociales de izquierda, si de falsedad se trata, son los campeones. Curiosamente, los que constantemente nos hablan y creen ser los generadores de “el cambio”, y la defensa y reivindicación de “los nadies”, además de promover eslóganes tipo “hasta que la dignidad se haga costumbre”, se hacen de oídos sordos cuando sale a la luz la persecución histórica que líderes de la talla de Stalin, Fidel Castro o Ernesto “Che Guevara” llevaron adelante sobre lesbianas, gais, bisexuales, personas trans y de otras identidades de género no binarias (Toro, 2021a). Así como la derecha nos desprecia a más no poder, la izquierda nos usa. Para nuestra desgracia, el movimiento de revolución sexual que aconteció a la par de la Rebelión de Stonewall, ¡y que fue fabuloso!, en donde auténticas feministas, gais, trans y Drag Queens se tomaban las calles de las ciudades más cosmopolitas del planeta basándose en la verdad y sabiendo defenderse de todo el que quisiera pasar por encima de su integridad, no está afectando de forma idéntica a las nuevas generaciones porque, en lugar de empoderarlas, las debilita; más allá de que esa revolución sexual hubiese sido captada, en parte, por la izquierda, esta nueva revolución sexual que si es liderada esencialmente por la izquierda, no solo quiere que las personas LGBTIQ+ nos convirtamos en parásitos y súbditos del peor “patriarca” de todos, del más cruel, mentiroso y corrupto: papá Estado, refugiándonos siempre en las reglamentaciones y los “derechos sociales” que este nos aporta, sino que también quiere sumirnos en una profunda ignorancia y aportarnos una única visión de lo que implica ser miembro de esta población, impidiendo, entre otros, que seamos capaces de ser fuertes, de crecer y de protegernos a nosotros mismos. Los individuos LGBTIQ+ podemos lograr todo lo que nos propongamos, y no necesitamos correr a resguardarnos en las leyes o en un comité.
En las últimas décadas, conforme los homosexuales –y otras minorías– hemos ido logrando grandes avances en la protección de nuestros derechos, los líderes izquierdistas han necesitado encontrar nuevas “víctimas” por las cuales luchar, y nuevos “opresores” a quienes condenar. Estas agrupaciones sociopolíticas han sembrado divisiones, clasificándonos a los individuos en grupos que, en apariencia, son inherentemente antagónicos. Tales grupos nunca son definidos por los principios y valores o por las ideas que los mueven, sino por el color de su piel, por su sexo, por su género, por su sexualidad, y demás. La izquierda ahora está clasificando a grupos y a diversas formas de discriminación (real o imaginada) apoyada en cómo los grupos se cruzan: lo que ahora llaman “interseccionalidad” (Margolis, 2019).
Así como les pregunté a los conservadores, ahora les pregunto a ellos: ¿quién es más oprimido, los hombres negros o las mujeres negras? Los hombres, “dirán”, tienen “privilegios masculinos”, pero también son más propensos a ser blanco de la Policía. ¿Y qué pasa con los hombres negros gais? Claro, son hombres, aunque argumentarán que las mujeres negras tienen un “privilegio de heteros”. No queda claro qué “grupo” es el más victimizado, pero sí está claro, de acuerdo con sus argumentos, que los hombres cisgénero, blancos y homosexuales –aquellos cuya identidad de género es congruente con su sexo, como es mi caso–, actualmente, son parte del problema. Como dice el “pensamiento” de los interseccionalistas, al obtener finalmente la protección de sus derechos individuales, la homosexualidad de los hombres “blancos” gais –nadie es 100%, en estos tiempos, de una u otra raza– es ahora secundaria a su blancura y a su masculinidad –cuestión que, por cierto, no es inherente a los genitales del varón, sino a una serie de conductas en las que interactúan múltiples factores, una forma de manejar las emociones y un comportamiento producto de una educación que poco o nada tiene que ver con la función reproductiva–, colocándolos en una posición de “privilegio”; en la mente de estos izquierdistas, los hombres homosexuales como yo han pasado de ser oprimidos a ser opresores en el lapso de unos cuantos años, a pesar de nunca haber oprimido a nadie. Esta gente se ha convertido en unos gruñones hipersensibles que buscan encontrar ofensas en todas partes y que inculcan la cultura del victimismo; en su opinión, ninguna de esas ideas está abierta a debate, e incluso, hacer preguntas o plantear dudas, en ocasiones, es considerado opresivo o “desencadenante” (Margolis, 2019).
Para cerrar esto, e hilando muy fino y siendo algo estoico, conservadurismo y progresismo, derecha nacional-populista y activismo LGBTIQ+ de izquierda radical, son, en realidad, variaciones superficiales del mismo tema monstruoso: colectivismo, nuestro peor enemigo. Declararse lesbiana, gay, bisexual, trans o de otra identidad de género no binaria, es un proceso de encontrar fortaleza para declarar: “Esta es MI VIDA, y yo voy a vivirla para que me haga feliz a MÍ”; pese a que los míos puedan no darse cuenta, esa es una aplicación implícita del individualismo –y del egoísmo racional–, conteniendo virtudes como el autoestima, la independencia y la honestidad, y el principio de que el objetivo moral prioritario de tu vida es el alcance de tu propia felicidad. Esto, en palabras de mi gran amiga, la espectacular María Marty, constituye una plena defensa de los derechos del ser humano desde el individualismo: la mejor manera de reconocerte a ti mismo y de lograr todo lo que tú anhelas, nuestro mejor aliado.
“Los derechos individuales son propios de todos, y no de grupos. No hay derechos de los gais, los negros, los cristianos, los ateos, las mujeres y los hombres. El hecho de diferenciarlos, admite que puede haber diferencias. […] ¿Qué diferencia habría entre «feminismo», «negrismo» y «gaismo»? Si todos defendemos lo mismo y la base es el individuo, la lucha debería ser por el individuo y el término «individualismo». Si no, sería como dividir la cuestión en luchas como si fuéramos grupos diferentes que defienden cosas diferentes. ¿Debería entonces también llamarme bajo todos los nombres de grupos que defienden sus derechos individuales? Yo siento que no, que debo concentrarme en la defensa de los derechos individuales de todos y denunciar, eso sí, los casos particulares de violaciones de dichos derechos”.
–María Marty (Blanco, 2017, p. 52).
El discurso conservador endurece la discriminación y las fobias hacia nosotros, y fortalece la agenda progresista; no obstante, la agenda progresista no tiene por qué ser una opción. Ambas corrientes son dos caras de la misma moneda: un péndulo que nos destruye, no exclusivamente a nosotros, sino a todos. La defensa de la democracia, la toleranciay la inclusión son valores fundamentales que deben ser respetados en cualquier sociedad; razón, individualismo y capitalismo ¡son la clave!
Lo contraproducente
La necesidad de incluir, forzadamente, en empresas, instituciones gubernamentales, distintas producciones de cine y TV, y en otros espacios socioculturales, personas que representen y rompan los estereotipos físicos, mentales, o hasta sexuales, de la población LGBTIQ+ (además de sus procesos de aceptación y sus problemáticas), así como la inclusión forzada y cero espontánea de otras minorías –desafiando incluso, la realidad histórica, especialmente, en contenidos audiovisuales de época– ¡ya nos está cobrando factura! Y esto ya se empieza a percibir en territorios no muy lejanos.
Tras un año de incesantes ataques para la población LGBTIQ+ estadounidense, provenientes, principalmente, del trumpismo más radical, no sorprende que una considerable mayoría de votantes afines al Partido Republicano considere que las relaciones entre personas del mismo sexo son “inmorales”; solo el 41 % de los republicanos dice que las relaciones entre personas del mismo sexo son moralmente aceptables, según una encuesta de Gallup publicada el viernes 16 de junio. El número, marca una caída de 15 puntos porcentuales desde 2022, cuando la mayoría de los republicanos (56 %) pensaba que las relaciones entre personas del mismo sexo eran moralmente aceptables; Gallup señaló que este ha sido el mayor cambio en solo un año en las últimas dos décadas (Chudy, 2023).
Lo que verdaderamente sorprende, es que la cantidad de votantes del Partido Demócrata que aprobaron las relaciones entre personas del mismo sexo también cayó en 2023, del 85 % al 79 % (seis puntos). Gallup expresó: “Las opiniones de los estadounidenses sobre la moralidad en diversos temas se han vuelto más liberales en los últimos 20 años; sin embargo, los dos cambios más grandes del año pasado sobre las relaciones íntimas consensuadas entre adultos del mismo sexo y la pena de muerte, han sido en una dirección más conservadora. Aun así, los estadounidenses son menos conservadores en estos dos temas que hace dos décadas. Los republicanos, que se identifican cada vez más como conservadores en temas sociales, son en gran parte responsables de los cambios de este año” (Chudy, 2023).
Por primera vez en su historia, la organización HRC (Human Rights Campaign, o en español, Campaña en Derechos Humanos), el mayor grupo de presión en favor de la población LGBTIQ+, explicó que había declarado un estado de emergencia el pasado 6 de junio luego de un “aumento peligroso y sin precedentes en los ataques legislativos anti-LGBTQ+ que arrasaron las casas estatales este año”. Kelley Robinson, Presidente de HRC, dijo: “Los estadounidenses LGBTQ+ viven en permanente estado de emergencia. Las amenazas que se multiplican y que enfrentan millones en nuestra comunidad no solo se perciben, son reales, tangibles y peligrosas. En muchos casos, están generando violencia contra las personas LGBTQ+, obligando a las familias a desarraigar sus vidas y huir de sus hogares en busca de estados más seguros, y desencadenando un maremoto de aumento de la homofobia y la transfobia que pone en peligro la seguridad de todos y cada uno de sus miembros. nosotros en riesgo” (Chudy, 2023).
Respecto a lo acontecido, nada está aislado. El péndulo progresismo-conservadurismo, con sus causas volubles y sin sentido, lo único que está trayendo consigo es una afectación directa a la población LGBTIQ+, ralentizando nuestro deseo de que nos dejen vivir libres y en paz, y agravando el que continuemos siendo blanco de ataques a nuestra integridad, de crímenes y de discursos de odio, así como de movidas convenencieras y oportunistas.
Por otra parte, el tema género, igualmente, tiene a muchos sumidos en el tedio.
Antes de que exacerbará el mito de la “ideología de género” –mito al que yo, particularmente, llegué a suscribir en otra época por mi falta de conocimiento y rigor– con todo ímpetu, admirables divulgadores liberales como la historiadora chilena transgénero Valentina Verbal, puso en su lugar a Agustín Laje en un debate en 2016 (Fundación para el Progreso, 2016). Lastimosamente, muchos liberales, creyentes en que esta nueva “ideología de género” va a recortar su libertad de expresión o va a incrementar el gasto público, se suman a la horda y terminan fortaleciendo el bullying mediático (Carrino, 2023a). Al vacío y mal empleado término, como toda excusa colectivista, le suman infinidad de otros temas que nada tienen que ver con los estudios de género desde una comprensión social y biológica –son incapaces de distinguir entre sexo y género (PutoMikel, 2023)–, como es el caso del aborto.
Empero, si consideramos cuidadosamente dichos estudios de género, y no en aras de hacer apología al progresismo, sino antes siendo muy críticos con este, podemos apreciar que no resultan ni destructivos ni adoctrinadores. De hecho, a la larga, su intención también se traduce en una forma de libertad política para vivir en un mundo mejor. Mi amigo mexicano Tonatiuh Viniegra: escritor, y amante del arte y la filosofía, lo describe fantásticamente:
“Desde la perspectiva de los estudios antropológicos, sociológicos y ontológicos sobre el género, la crítica hacia ambos espectros (conservadurismo y progresismo) es que tanto unos como los otros asumen el género como una esencia, ya sea biológica o metafísica. No comprenden la dimensión sociocultural y semiótica del género, ergo, no logran diferenciar sexo biológico con identidad de género; por ejemplo, desde estas áreas de estudio, el trans afín al progresismo erra al creer que su identidad debe tener una correspondencia material, así como el conservador cree que el sexo biológico demanda esa supuesta identidad y que los roles de género están dictados exclusivamente por el sexo. Es decir, las dos corrientes creen que la identidad y los roles de género están determinados por lo biológico o por lo espiritual, en lugar de comprender que responden a cuestiones culturales, semióticas, presiones adaptativas y procesos individuales y personales”.
En la vorágine de los nuevos tiempos, la esfera de la diversidad de género y la libertad y la complejidad sexual no se irá para ningún lado alejado de la razón y la realidad. No. Solamente demandará un mayor reconocimiento para todos aquellos que buscan vivir su género u orientación sexual sin estigma o amenaza de ser silenciados, pasiva o violentamente. Y aquellos que no cumplan con la norma merecen vivir sin miedo alguno a amar, a existir y a, insisto, perdurar en un mundo más libre y más justo para todos los individuos.
Conclusión
Durante mucho tiempo, en todo el mundo, hace aproximadamente cuatro décadas, identificarse como lesbiana, gay, bisexual, persona trans, persona no binaria o de otras expresiones de la sexualidad y el género, constituía un delito por el que ibas preso o por el que te correspondía pagar pena de muerte. Lamentablemente, la cacería de brujas aún no termina. En Europa, los Estados Unidos y Latinoamérica, los “dueños de la moral y las sanas y buenas costumbres” todavía nos catalogan de desquiciados, inmorales, desviados, criminales, pecadores o herejes, por su obsesión patológica de no llevar el estilo de vida que ellos quisieran que lleváramos, cuando, en realidad, no somos un colectivo monolítico o granítico que se mueve en la misma dirección; hay tantos estilos de vida diversos, no solo entre nosotros, sino en toda la humanidad, tan distintos como personas existimos. Así como en otros tiempos, esos “dueños de la moral y las sanas y buenas costumbres” castigaron a hechiceras y a quienes practicaban credos o formas de fe distintas a la suya, a los no casados, a los divorciados y a otros tantos más, quieren continuar castigándonos a nosotros, como si fuéramos ciudadanos de segunda categoría o no tuviéramos derecho a nada, sabiendo que, más allá de lo que nos hace felices y no decidimos ser, somos individuos.
Por otro lado, los movimientos políticos y sociales pro-izquierda que nos impulsan a luchar por nuestros “derechos”, suceden ideológicamente a quienes en otra época ultrajaron la dignidad de muchos de los nuestros en nombre de la revolución comunista, pero con un discurso buenista que cala muy bien. A gran parte de activistas LGBTIQ+ afines a estas esferas los están utilizando. No podemos permitirnos continuar sirviéndoles como instrumentos políticos. Ningún varón o mujer, ningún cisgénero o transgénero o que se identifique de otra forma, ningún creyente o ateo, ningún empresario o político, o ningún blanco o negro o de otra tez, tiene por qué hablar en tu nombre ¡Tú hablas en tu propio nombre! Independiente de tu frustración, dolor o vulnerabilidades, nadie tiene por qué hacerlo, ¡nadie!
Por esto, y por todo lo que ya he escrito, hoy, 4 de julio de 2023, 247 años después de que se celebrará uno de los acontecimientos más importantes para los liberales: la firma de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos por parte de las 13 colonias, yo, como liberal objetivista que soy, los insto para que nos brinden su apoyo a los que, además, somos miembros de la población LGBTIQ+ o “no straight” –como prefieran–, y también a los que no son liberales o son potenciales liberales. Con esto, no busco agotar el abordaje de las libertades LGBTIQ+ desde nuestras ideas, en lo absoluto, porque lo que busco es crear consciencia, pues con la llegada del mes de julio no termina la lucha, ¡recién empieza para algunos!, y el liberalismo tiene todo con qué incluir poblaciones que, desde hace mucho, han sido ultrajadas y segregadas (mujeres, negros e indígenas, por decir algunas), para ver si vamos saldando la deuda de la que se habló al principio.
Y a nosotros, nos corresponde seguir celebrando con orgullo. Sí, ¡Orgullo! Corresponde levantar las banderas que simbolizan una lucha histórica por la igualdad ante la ley, la libertad individual y sexual, y la búsqueda de la propia felicidad: por los que en algún momento amaron o amamos en silencio, por los que besamos a alguien por aparentar, por los que se vistieron con ropa que no les representaba, por todos los que alguna vez lloramos a escondidas, por los que fuimos señalados en nuestro colegio o nuestro trabajo, por los que nos hemos tenido que soltar de la mano al salir a la calle, por los que aguantamos cuestionamientos incómodos e injustificables, por los que nunca llegaron a aceptarse, por los que tuvimos temor al contárselo a nuestra familia, por los que sobrevivimos y por los que no sobrevivieron a las horrendas “terapias de conversión”, por los que siguen sufriendo día a día aquí y en los países del mundo donde la persecución es mucho peor, por los que ya no están… porque ya no somos corderos, sino leones.
“»En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a quienes son lo peor de él. En nombre de los valores que te mantienen vivo, no dejes que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo necio que hay en los que nunca han merecido ser llamados hombres. No dejes de tener presente que el estado apropiado al hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso que recorre caminos ilimitados. No permitas que tu fuego se extinga, chispa tras irremplazable chispa, en los desahuciados pantanos de lo aproximado, lo casi, lo aún no, lo nunca jamás. No dejes que el héroe en tu alma perezca, en solitaria frustración, por la vida que merecías, pero nunca has sido capaz de alcanzar. Examina tu recorrido y la naturaleza de tu batalla. El mundo que deseabas puede ser alcanzado, existe, es real, es posible, es tuyo”.
–Ayn Rand (1957/2019, p. 1119)
Referencias
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Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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