¿Es la libertad de expresión más expresión que libertad? O lo que es lo mismo: ¿hemos aceptado como bueno lo que no nos atrevemos a poner en práctica? La situación que me da pie a reorganizar ideas y ser capaz de escribir estas líneas es la de una entrevista en un late night emitido en España en el que habían invitado a un escritor/crítico de televisión que sus intervenciones se basaban casi exclusivamente en palabras soeces e improperios constantes que acabaron por molestar en cierta manera al presentador del programa. Ya cansado de oír semejantes barbaridades cada vez que el invitado abría la boca. Le reprochó esa actitud y se apoyó en que la humanidad había creado unas capas de cultura por las cuales, en resumen, se daba un lenguaje más sutil, menos chirriante para el oído, menos primario. Lo que yo entendí es que después de crear todas esas capas el ser humano civilizado, el hombre contemporáneo, si quería demostrar que lo era, debía ajustarse a los límites de lo políticamente correcto. Pero, ¿quién marca los límites?
Hace algunos años varias marcas comerciales se unieron contra una cadena de televisión y le obligaron a retirar parte de su programación con contenidos de prensa rosa o del corazón. Este ‘’boicot’’ provoco alegría y satisfacción, en mi incluso, porque habían conseguido limpiar un poco de telebasura este espacio público que tanto nos acompaña en nuestras vidas a través de la pantalla. En este caso muchos aprobaríamos el poder de las grandes factorías para cambiar la programación a su gusto, pero ¿y si extrapolamos este caso a ámbitos más importantes como el de la información? ¿Cuántas veces han podido vetar ciertas noticias que no interesaran a los altos cargos de las empresas que están financiando con su publicidad las cadenas de televisión?
La censura no es solo cosa de las altas esferas. No hace falta ser directivo de una corporación para ejercerla, bien es probable que sea más efectiva en este cargo que un individuo sin un gran poder adquisitivo ni contactos. No sé qué ha podido ocurrir para que la censura se haya infectado entre ciudadanos y uno le cierre la boca al otro o se exalte cuando oye determinados comentarios. Quizás le hayamos otorgado una importancia a la palabra que no la tiene. Puede ser que no necesitemos ya de una acción para juzgar a una persona, con que abra la boca nos es suficiente. Las palabras respeto o tolerancias han llevado a unos extremos irreales porque acabamos por no comprender el lenguaje tal como es: un medio que tenemos los seres humanos para comunicarnos, pero también para ironizar, para hacer humor, para provocar… Si la palabra no tiene por qué conllevar una acción, ¿por qué valorarla como un delito? ¿se puede cambiar una situación de injusticia, como puede ser el machismo, a través de hacer el plural en femenino de todas las palabras?, ¿para eso no estaba el neutro que nos dejó en herencia el latín?, ¿no sería más efectivo igualar el sueldo entre hombres y mujeres?. También esto último sería más difícil de llevar a cabo y dañarían intereses que no se deben perjudicar.
Si alguien comete delitos contra la libertad de expresión y cada vez con más frecuencia y más contundencia ese es el estado. No hace mucho se estuvo deteniendo a tuiteros por hacer humor negro sobre un asesinato. Que sea moralmente reprobable o no, dado que es totalmente subjetivo, no quiere decir que sea ilegal. ¿Vamos a dejar que nos apliquen leyes morales?
Sin más, acabo con la expresión que creo que resume y define esta situación de ‘’censura para todos’’ en la que vivimos cada día y en todos los ámbitos: Esto no se puede decir.
@jandroduarte93
[author] [author_image timthumb=’on’]https://pbs.twimg.com/profile_images/2567586025/okbjuV43[/author_image] [author_info]Alejandro Duarte Estudiante de Antropología Social y Cultural, músico y pensador aficionado nacido en España. [/author_info] [/author]
Comentar