¡Y yo que creía que eso era pasado! exclamó mi abuelo mientras le leía uno que otro comentario, estado o publicación política en redes sociales, generándome la pregunta de que; ¿cómo podría sorprenderle cuando padeció todo lo inmediatamente anterior al frente nacional?.
Históricamente, Colombia se ha desenvuelto en un escenario de confrontación (mayormente violenta) entre diferentes posiciones, ideologías, sectores o conveniencias, pues no fue ayer que iniciaron las guerras bipartidistas en las que tanto gobiernos como diferentes actores políticos fueron sujetos activos y propiciaron un régimen de exclusión política que degeneró en la estigmatización de cualquier idea que no encajara en el binomio.
El trasegar del tiempo además de debates, posiciones confrontadas entre incluir o excluir, trajo consigo: muertes, masacres, desigualdades, “polarización” e inclusive el surgimiento de grupos armados, efectos que se convirtieron en una constante dentro del modelo de país, que desde la patria boba hasta hoy se ha conservado, y es que: ¿ cómo hablar de hoy sin mirar el ayer?.
Le era de la Violencia Política fue ayer, es hoy y tal vez siga siendo mañana.
Si apelamos al realismo, dentro de lo poco que diferencia la época actual a otrora, es sin duda; (i) el acceso a tecnologías de información y comunicación y (ii) la facilidad de difusión de lo que se piensa, posibilidades que dan cuenta, de que no estamos nada alejados de lo que sucedía tiempo atrás. Diariamente mucho más de un comentario ofensivo, descalificante o dañino entre candidatos, simpatizantes o contrincantes, se lee en redes, prensa o se ve en la televisión; reprochable es que vayan desde recordar hechos dolorosos para la patria, vender sofismas de terror, atacar con la palabra, e inclusive cercenar posiciones. La tolerancia política, o peor, el respeto por el derecho a la libertad de expresión, parece no ser un valor que se haya logrado arraigar culturalmente.
El concepto de violencia no se reduce a simples acciones físicas, verbigracia, nada más violento que la desinformación, que una palabra fuerte en un medio de comunicación o que una actuación indebida por parte de una autoridad pública. El día a día especialmente de la época electoral, da cuenta de un país que se encuentra en una situación poco diferente a las que se han observado inclusive en las películas.
La confrontación generadora de violencia, inicia desde el ámbito laboral en donde al interior de entidades (generalmente públicas), se siente un murmullo natural, que consiste en separar por colores o procedencias a quienes pueden ser contrarios a los intereses políticos, luego se traslada a las periferias de las ciudades, en donde cientos de valiosos líderes, defienden a capa y espada; la honorabilidad, el buen nombre y poco la gestión de quien actúa como candidato disputándose liderazgos de otras personas y la visibilidad en sus territorios.
¿Cómo pretender que la ciudadanía no adopte un patrón violento en su actuar preelectoral, cuando los protagonistas de dichos actos son los propios candidatos?
Ha sido siempre natural, que exista confrontación discursiva y calor en los debates políticos o en espacios de campaña, mas no lo será lo descortés, impulsivo y violento como característica de quien aspire a representar en algún escenario los intereses populares, es allí donde cobra vigencia, aquella célebre frase, que indica que el pueblo suele escoger al gobernante que se merece, dado que un discurso violento, genera una reacción similar, que en todo caso opta por la exclusión de la diferencia y por el enfrentamiento o la fuerza como forma de ejercer el poder.
La confrontación violenta no armada de nuestra época, deja los heridos más invisibles que haya dejado cualquier guerra, estos no son ni los que la provocan e impulsan (los candidatos), ni tampoco los que la luchan (simpatizantes o partidarios), sino la sociedad completa, ejemplo de ello, son los rezagos y marcas de guerras pasadas, que aún deambulan en las ciudades, dado que han tenido una influencia de tal envergadura que se han arraigado culturalmente y han ocasionado otras problemáticas sociales que aún se encuentran por contrarrestar.
Lo cuestionable de todo lo dicho, radica en que los provocadores de la violencia, una vez pasado el periodo preelectoral, tejen alianzas convenientes de gobierno, que terminan por disipar cualquier rasgo de conflicto, confrontación o disputa, y muta de ser violenta a diplomática y pacífica, dando a entender, que quienes mediante confrontaciones aportaron a la consecución de su fin, están extralimitados por tanto deben ser censurados, cuando en realidad fue ello lo que les garantizó la materialización de sus aspiraciones.
Finalmente, vale la pena concluir, que ha existido violencia política ayer, que existe hoy, y que muy seguramente existirá mañana, lógicamente entendiendo, que se trata de un concepto mucho más amplio del que supone en todo caso muertes, sangre y tragedias, y que mientras sea un herramienta que divida y genere opinión a favor y en contra de candidatos y posturas políticas, esta será usada.
Postdata: incluso antes de lo sucedido con Petro y Uribe en Cúcuta y Popayán respectivamente, ya éramos un país, que además de respirar un aire contaminado, respira uno completamente violento.