Las virtudes de la marcha

En agradecimiento a los caminantes de ECOGLOBAL
Circuito Vallecitos y Charcos de Barbosa, Antioquia

Unas semanas atrás me propuse recorrer las veredas cercanas a mi lugar de residencia, simplemente para conocerlas, ya que del conocimiento surge la necesidad de empaparse de la naturaleza y cultura de un determinado lugar. Además, algo que aprendí desde muy joven cuando era montañista, allá en mi tierra austral, tierra de altas montañas nevadas y ríos caudalosos que bajan cabalgando furiosos hasta el Pacifico, que para sobrevivir en un lugar diferente y distante de tu terruño debes hacer lo que hacen los nativos de ese lugar alejado, porque ellos tienen “en sus genes” las costumbres y técnicas de adaptación a su medio.

Luz, mi esposa antioqueña, y yo, nos pusimos en contacto con un Grupo de Caminantes, que entre paréntesis existen muchos dispersos en El Valle de Aburrá, el grupo profesional de caminantes ECOGLOBAL de la Ciudad Luminosa de Medellín, quienes nos acogieron alegres y responsables, invitándonos a participar de un circuito guiado por los Vallecitos y Charcos de Barbosa, un municipio del valle norte, por la rivera del Río Medellín.

La actividad deportiva se inició en el parque María Auxiliadora, específicamente en el emplazamiento de entrada a la antigua capilla, y que ese domingo desde las 7 de la mañana arrancaban por las puertas de entrada a la iglesia cánticos y oraciones que ayudaban a levantar los espíritus de sus feligreses; valga decir que las almas colombianas son muy creyentes, en la mayoría de sus casas exhiben grutas de respeto, imágenes de culto y rincones sagrados para la oración diaria; no obstante, y entre paréntesis, no digo que sean almas piadosas o misericordiosas por excelencia, ya que creo que estos atributos altos son sólo cualidades de Dios, y nosotros los simples mortales no los alcanzamos. En fin…

Después de congregarnos el grupo de 30 personas, integradas por niños, jóvenes estudiantes, hombres y mujeres profesionales, empleados públicos y privados, grupos familiares, y luego de recibir información de la historia del lugar y las instrucciones generales para la actividad, una de las guías procedió a dirigirnos un calentamiento físico general, para comenzar a movernos con seguridad elástica y apresto para la marcha. En seguida comenzó la marcha…

A saber. Existen varios tipos de marchas o caminatas deportivas: marcha de regularidad, de reconocimiento, de circuito guiado, de exploración, de aproximación. Sin duda que la nuestra correspondía a una marcha de categoría mixta (circuito guiado y de reconocimiento). Vale decir también que la mayoría de los senderos que debíamos recorrer son muy accesibles para todos los integrantes, no tienen exigencias técnicas, tan solo el esfuerzo para superar el sedentarismo de la gran ciudad: vida al aire libre, deporte, socialización con los demás participantes, conversación y conducta critica en relación a los deterioros del paisaje y contaminación, sana convivencia, cooperación mutua, recreación , baño y solas, espíritu de equipo, valoración del entorno cultural y natural, contacto con la vida pueblerina, en sus personas, costumbres, ritos y ceremonias.

Otra característica importante de la marcha, por recorrer grandes extensiones del relieve, nos permiten reconocer sus diversos elementos que dan una fisonomía orgánica del paisaje antioqueño, porque se progresa por riberas o lechos de ríos, se salvan quebradas, se cruzan por bosques de diferentes especies, se incursiona por el sotobosque, se salva en travesía una pendiente, se recorren filos montañosos, se asciende y desciende por senderos de serranías, en ocasiones se sube por corrientes de agua, se cruzan o rodean hermosos charcos de aguas danzantes… Y en visitas a otros lugares de la región, por supuesto de exigencias mas técnicas, se inspeccionan cavernas, se recorren cuevas y organales, se asciende a los páramos, a los bosques de niebla o se escala algún sorprendente peñón, todas formas características-eximias del relieve antioqueño.

A cierta distancia y altura se observan majestuosas las verdes serranías, en sus tonalidades infinitas, sus resplandores a medio día, como avanzan sus sombras y luces por la mañana, a veces cortadas por nubes lenticulares o avasalladas por la bruma gris de un atardecer, hacia abajo sus valles que zigzaguean como arrancándose de los pies de los cerros, y en ocasiones cortadas por un rayo imprevisto que se descarga desde el mismo éter electrificado. Mientras tanto en las laderas abruptas, desperdigadas, se asoman pequeños planos coloridos, líneas verticales, cimientos largos color de tierra, puertas y ventanas decoradas con hermosas guardas, son las singulares casas paisas, edificadas en el vértigo de las laderas, de cornisas hercúleas, sostenidas en el aire, literalmente estructuras aéreas, confiando en las virtudes del equilibrio, como los magníficos “Stábiles de Alexander Calder”. A lo lejos, en la profundidad del abismo, descansa el caserío encastillado por la nobleza ancestral de los ladrillos. Estimados lectores, ¡me sorprende y sobrecoge la estupenda gloria de este paisaje hiperrealista!, y toda in situ (que su realismo resulta más convincente que el mundo objetivo).

Los caminantes, sabemos sin duda, que esta primigenia actividad deportiva de la humanidad, en oportunidades produce dolor, cansancio y agobio, nos incomodan las flaquezas y debilidades de nuestro cuerpo, sin embargo, las experiencias vividas nos nutren la conciencia en espacios inmanentes, las que jamás olvidaremos, nos desconectan de la dramática existencia cotidiana, nos vitalizan, incluso el buen ego, y además porque sabemos que por todo lo ganado los dolores de la marcha se irán en unos instantes,  porque son circunstanciales, y porque tienen la impronta de que no vencimos a la DIOSA NATURALEZA, en el trayecto llevado a cabo, sino que fuimos capaces de ¡VENCERNOS A NOSOTROS MISMOS!, con nuestros aciertos y errores.

Víctor Henríquez Bustamante

Profesor de Estado en Castellano y Filosofía

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