¿Cuál es el tan preciado botín detrás de la posesión de una Venezuela hecha harapos como para que la ONU, The New York Times y la Internacional Socialista se peleen por sus despojos? ¿Cuál como para que los demócratas norteamericanos le aseguren su sobrevivencia a las mafias narcotraficantes mundiales que se sirven del poder que usurpan e impiden el regreso a la libertad y a la democracia de sus sufridos habitantes? The New York Times nos debe una respuesta.
“Estados Unidos acumuló una historia sórdida en América Latina al hacer uso de la fuerza y la astucia para instalar o apoyar regímenes militares y delincuentes brutales con poco interés en la democracia. Esa “diplomacia de las cañoneras” de principios del siglo XX derivó en el envío de tropas estadounidenses a Cuba, Honduras, México, Nicaragua y otras naciones para erigir gobiernos de acuerdo a la predilección de Washington. Durante la Guerra Fría, la CIA orquestó, en 1954, la destitución de Jacobo Árbenz, el presidente electo de Guatemala; la invasión en 1961 de bahía de Cochinos en Cuba, y el golpe de Estado en Brasil en 1964. También ayudó a crear las condiciones para que, en 1973, una junta militar en Chile derrocara al presidente democráticamente electo, Salvador Allende. En años posteriores, Estados Unidos respaldó a los Contras, que enfrentaban a la Revolución Sandinista de Nicaragua (en la década de los ochenta), invadió Granada (1983) y apoyó gobiernos brutalmente represivos en Guatemala, El Salvador y Honduras.”
Ninguna sorpresa si el texto anteriormente citado, que elude cínica y maquiavélicamente referirise al fondo del asunto, vale decir: la necesidad de tales intervenciones para impedir el entronizamiento de regímenes totalitarios, prosoviéticos y antinorteamericanos que hubieran puesto en peligro la seguridad del hemisferio y Occidente en plena Guerra Fría – apareciera negro sobre blanco y letra tras letra en un catálogo de agravios publicado por el Departamento América, del Estado cubano, en Granma o en Casa de las Américas, firmado por el uruguayo Eduardo Galeano o el cura nicaraguense Ernesto Cardenal, en un periódico de circulación masiva impreso bajo las órdenes del Partido Comunista chileno, como El Siglo, firmado por Luis Corbalán, o en una revista de la ultra izquierda uruguaya, chilena o argentina, como Punto Final, por ejemplo, firmado por Miguel Enríquez, o en The New Left Review, firmado por Ruy Mauro Marini o por Ander Gunder Frank, como solían circular en los años setenta todos los panfletos que, como el texto del uruguayo Galeano propiciaban el asalto al Poder por la izquierda marxista y prosoviética de América Latina. Corresponde al más íntimo espíritu anti yanqui, desde luego antiimperialista y por supuesto antinorteamericano. Para el que más valen diez dictaduras de izquierda que una sola de derechas. Cuba sí, Yanquis, No.
Es el equilibrio informativo del que de vez en cuando hacen gala los redactores del The New York Times para sacudirse el lagarto tartufesco, liberaloide y alcahueta que los consume por dentro y les resta credibilidad en los despachos del castrocomunismo regional. Pues aunque Ustd no lo crea, como diría el doctor Riplay, ese catálogo de iniquidades con que el o los redactores del NYT se ceban contra la línea secular de las relaciones internacionales norteamericanas, que pareciera escrito por el otro yo del Dr. Merengue desde el Palacio de la Revolución desde el otro lado del charco, tiene por objeto torcer, distorsionar y culpar al Departamento de Estado por no haber tolerado en silencio, sordo y ciego a los embates del castro comunismo cubano, sus sistemáticos intentos por hacerse con el control político de la región. Y complementar las acciones que en el plano global libraban China y la Unión Soviética contra Occidente. En África y América Latina con el auxilio activo y militante de las tropas cubanas. Como en Venezuela y Bolivia. De allí que tales cantinelas parezcan escritas por el fantasma trasatlántico de Chamberlain, en el más puro estilo apaciguador, con la diferencia que en este caso concreto no se trata de alcahuetear a Hitler, sino a los herederos de Fidel Castro y no de hundir a Inglaterra, sino a Venezuela.
No sería más que una veleidad redaccional y un capricho mediático de unos periodistas irresponsables que ven el mundo desde la Gran Manzana si ese espíritu de alcahuetería y tolerancia con que se evade intervenir en defensa de la democracia y los demócratas venezolanos – y tras de ellos la de todos los países de la región, sometidos a los embates del castro comunismo militante – no se complementara con la tolerancia del Vaticano, Bergoglio y Arturo Sosa, y la altas autoridades de la ONU – António Guterres y Michelle Bachelet – que asisten impávidos a la trágica estampida de millones de venezolanos que viven lo que otros pueblos del mundo sufrieran en conflictos y guerras mundiales anteriores. Detrás de esa estampida está Auschwitz, así como Hitler y Fidel Castro detrás de Nicolás Maduro y Venezuela.
¿Cuál es el tan preciado botín detrás de la posesión de una Venezuela hecha harapos como para que la ONU, The New York Times y la Internacional Socialista se peleen por sus despojos? ¿Cuál como para que los demócratas norteamericanos le aseguren su sobrevivencia a las mafias narcotraficantes mundiales que se sirven del poder que usurpan e impiden el regreso a la libertad y a la democracia de sus sufridos habitantes?
The New York Times nos debe una respuesta.