En los últimos días hemos sido testigos de dos posiciones encontradas, no solo en el fondo, sino en la forma. Estoy hablando tanto de Lina Arango, quien se hizo tristemente célebre en redes sociales por sus palabras desobligantes y llenas de odio contra Álvaro Uribe Vélez, y de Doña Lina Moreno, esposa del expresidente, quien con calma, mesura, decencia y contundencia, emite su opinión.
Este no es para nada un escrito para censurar la libre expresión de nadie ni para lograr actos de contrición de terceros, sin embargo, en un país como el nuestro, con tanta agresión en el lenguaje y en las redes sociales, hay que hacer un llamado a acabar estas expresiones que solo terminan en nuevas espirales de violencia.
El hecho no es para menos ni puede quedar tan solo como una anécdota. Todos tenemos derecho a opinar, sentir y decir diferente a otros, especialmente frente a los temas políticos y sus actores, pero cuando estos juicios están viciados por la ira irracional, lo único que generan es un rechazo y un malestar en la ciudadanía.
Ética y estética se deben juntar para darle altura a los debates de interés nacional, no solo para generar una disertación constructiva sino también para que nuestra sociedad alcance el consenso y el mutuo entendimiento para construir y no destruir.
Ciertamente las palabras tienen poder, y no puedo dejar de identificarme con una persona como Lina Moreno de Uribe, quien con letras cargadas de sentimiento, filosofía y sentido común, llaman a la coherencia sin caer en el insulto.
De las dos Linas, me quedo con Lina Moreno, y le hago un llamado a Lina Arango, compañera de colegio, a quien respeto como mujer y en su calidad de profesional, para que reflexione sobre cual es el lenguaje que necesita hoy el país para construir sobre lo construido, y para esto me atrevo a reproducir unas reflexiones escritas por mi compañera de bachillerato en el año 2015 en el artículo titulado: Hoy vengo a decirte lo que nunca te dije: “No nos enseñaron a confrontarnos, nos enseñaron a poner quejas solapadas por miedo a retaliaciones. Nos premiaron por acusar y culpar a los demás y nos castigaron por encubrirlo, pero nunca nos enseñaron a trabajar como un equipo, entendiendo que lo que afecta a uno nos afecta a todos” (subrayas con intención).
Con el escrito de esa época, la Lina Arango que yo conocí, agradecía, pues esas situaciones escolares la habían hecho más fuerte y resiliente, y lo más importante, había recorrido muchos caminos para sanar su corazón. No se qué sucedió en estos cinco años para que una mujer a la cual admiré por la valentía de su escrito, aunque no lo compartiera, cambiara tan drásticamente de rumbo.
Para finalizar, cito al célebre filósofo y psicólogo estadounidense John Dewey, quien decía que “hay un elemento de pasión en toda percepción estética. Sin embargo, cuando estamos abrumados por la pasión, como la extrema ira, el temor o los celos, la experiencia definitivamente no es estética. No se siente la relación con las cualidades de la actividad que ha generado la pasión”.
El derecho a opinar libremente es una conquista de nuestra democracia liberal, debemos estar a la altura de ese derecho para honrar las victorias de nuestra tradición republicana.
PD: Lina Arango, yo tampoco fui una niña popular en el colegio, también escuché la música heredada de mis padres, Francis Cabrel, Gipsy Kings, Cat Stevens. Me ha gustado la lectura y la escritura; decidí construir mi vida desde el servicio social, empezando por mi barrio Robledo, donde quedaba nuestro colegio.
También la vida me ha hecho más fuerte y resiliente con grandes pruebas, y grandes dificultades. Hoy soy Concejala de Medellín, quizás con una visión o unos ideales distintos a los tuyos, y me atrevo a decirte qué fue de mi vida, porque yo sí quiero invitarte a trabajar en equipo y a construir país desde la diferencia, recordando tus palabras, “lo que nos afecta a uno, nos afecta a todos”.
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