Las obras de misericordia y la falsa moral

Foto: JeanPaulHernandez

Los lugares más oscuros del infierno están

reservados para aquellos que mantienen su

neutralidad en tiempos de crisis moral.

(Dante Alighieri)

Soy normalista y politólogo, actualmente me desempeño como docente en un colegio católico, (casi ortodoxo) donde, a veces dicto aburridas cronologías de batallas y otras veces conceptos básicos de economía y ciencia política. En las charlas con los jerarcas he aprendido cosas diversas acerca de la iglesia y su deber ser histórico e institucional, como, por ejemplo, la Doctrina social de la iglesia y la Teología de la liberación. También aprendí a ver el ser humano que hay detrás de la sotana, tratando de deconstruir el concepto que de ellos me formé después de ver “La mala educación” de Almodóvar y de escuchar las múltiples acusaciones de pederastia expuesta en los medios de comunicación.

Cierto día mientras caminaba por los pasillos de la abadía, me encontré a un monje que dialogaba con su joven aprendiz sobre lo divino y lo humano; acentuaban cada frase con ese halo místico que acompaña las letanías y las jaculatorias, hablaban sobre “las obras de misericordia” un tema un tanto vetusto y obsoleto para estos días sombríos en los que reina la crueldad y la indiferencia social selectiva. La etimología de la palabra misericordia proviene del latín, compuesto de miserere ‘compadecerse’ y cor ‘corazón’, por la relación que se establece entre el corazón y el sentir. Es decir, compadecerse, de verdad o de corazón.

Las obras de misericordia se dividen en dos: las corporales y las espirituales, las primeras son: visitar y cuidar a los enfermos, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar a los presos y enterrar a los difuntos. Mientras que las Obras espirituales son: enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, dar buen consejo al que lo necesita, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y difuntos. Estas son situaciones recurrentes en los pasajes bíblicos, algo que todo buen samaritano debería practicar.

Más que obras de misericordia deberían llamarse empatía, humanidad, altruismo o sentido común, es algo innato que como seres humanos deberíamos poseer sin que nadie nos lo tuviera que recordar u ordenar. Como escribiría Publio Terencio: “Homo sum humani nihil a me alienum puto[1] Pero, como bien sabemos no es así, usualmente, como humanos que somos nada despreciamos más que lo humano. Existen buenos cristianos, conozco muchos, como también buenos protestantes y buenos judíos o buenos musulmanes, no es una cuestión de religión ser una buena persona. Sin embargo, causa cierta grima ver a ciertos personajes, públicamente conocidos por su corrupción, por genocidas, abusadores sexuales o narcotraficantes llenarse la boca con la palabra Dios, Jehová, y Yahvé, rasgarse las vestiduras, invocar a los ángeles y a los santos, predicar hermosos (y terribles a veces) pasajes de la biblia. Conditio sine qua non para ser un completo majadero.

Si los políticos que se jactan de ser buenos cristianos realmente lo fueran, practicarían algunas de las obras de misericordia o al menos respetarían los mandamientos de la ley de divina que don Moisés comedidamente bajó del monte Sinaí, en especial el quinto, el séptimo y el octavo, no mataras, no robaras, no mentiras, (en su orden). O al menos respetarían las leyes que, (guardando las proporciones) es lo más parecido a las normas éticas del cristianismo y sabrían distinguir entre el delito y el pecado, discernimiento necesario para comprender que estamos en el siglo XXI y que Colombia (gracias a Dios) es un estado secular.

Si los caciques electorales quisieran dar de beber al sediento no drenarían los ríos en favor de la minería, si su función fuera cuidar a los enfermos, las EPS no serían máquinas lucrativas en detrimento del sistema de salud; si el objetivo fuera dar de comer al hambriento no se robarían la plata para la comida en las instituciones educativas. Si fueran buenos cristianos, evangélicos, bautistas, luteranos, mormones, presbiterianos, metodistas, cuáqueros, brahmanes, budistas, rosacruces, mahometanos, no difundirían el odio, la exclusión, el miedo, la soberbia. Procurarían el bien común, a través del sentido común.

Ahora que vuelven las elecciones hemos de soportar el circo político-religioso en todo su esplendor, veremos a toda la variopinta fauna proselitista acudir a templos salomónicos y a cultos de garaje a mostrar su carisma, su falsa benevolencia y su capacidad de adaptación. Hemos de agradecerles sus misericordiosas obras hechas con dinero público. Hemos de recibir el tamal, la lechona y demás prebendas como parte de pago por el pasado, presente y futuro desfalco del erario. ¡Viva la malsana fe de los humildes e ingenuos!, que creen ciegamente en el pastor que los arrea como ovejas, mientras la puñalada trapera nos conduce hacia el abismo.


Sobre el autor:

Director Sala Museo de Arqueología Blanca Ochoa de Molina, Docente de Cátedra Ciencia Política, Seminario de Investigación Universidad de Antioquia. Docente de Ciencias Sociales Colegio Heraldos del Evangelio.

[1] «Soy un hombre, nada humano me es ajeno» mencionada por Cremes en su comedia Heautontimorumenos o El enemigo de sí mismo, año 165 a.C