“Los cambios suelen depender más de lo que muchos llaman “el espíritu de los tiempos” que de reformas inducidas a través de disposiciones o normas. Para ello deben alinearse ciertos hechos y aparecer condiciones de posibilidad que los hagan inteligibles, necesarios y posibles.”
Durante el apogeo pleno del período neoliberal que aún no termina, todos los ámbitos de la vida fueron tomados por lógicas de pensamiento que alababan la competencia, la maximización de las ganancias, la consecución de objetivos a cualquier precio y hasta la banalización de las relaciones personales bajo el prurito de que derivaran beneficios, como máxima o principal consigna.
No fue extraño entonces que surgieran enfoques tóxicos o incómodos, pero que de un modo u otro al final eran aceptados, como aquel que predicaba cierta ética de negocios según la cual la finalidad de la empresa era crecer y consolidar ganancias, aunque ello acarreara un alto costo en la afectación de los recursos naturales. Surgieron también exóticos enfoques metodológicos para algunas ciencias aplicadas, en las que se defendía lo que se llamó la “ética de procedimiento”, según la cual era posible infligir daños al patrimonio cultural, a los animales o a las propias personas, con tal de conseguir avances y alcanzar nuevos objetivos que finalmente “nos beneficiarían a todos”, consigna que subyugó a media humanidad por décadas y que intentó justificar, por ejemplo, las bombas atómicas de los gringos sobre población civil -que por estos días conmemora su aciago acontecimiento-, pues supuestamente ahorraría el alargue de la guerra unos días o meses, quizás horas.
Por fortuna los tiempos cambian y los enfoques para los problemas también. En el presente nos sorprende y horroriza que en un tiempo tan reciente como en el que gobernó Uribe, la “solución” a los problemas de violencia fuera aumentar la violencia; “litros de sangre”, se exigían desde el más orondo cinismo y espíritu criminal. Hoy en día muy al contrario, el presidente Petro plantea la agenda obvia y necesaria de trabajar en defensa de la vida y los derechos. Que esos dos objetivos son una muy ambiciosa agenda, dicen desde el establecimiento, y por eso cruzan sus anticuadas y temibles lazas esperando que a las reformas les vaya mal en el congreso.
La agenda en favor de la vida les parece descabellada porque eso de salvar el Amazonas, de proteger el agua o contribuir con la purificación del aire reemplazando el uso de combustibles fósiles, suena muy mamerto. Ni qué decir de la garantía de mínimos derechos, como la justa retribución económica para los trabajadores, el acceso a la tierra para el campesinado o el derecho a una renta mínima para el que vive en la miseria. ¿Si todo esto es derrotado quien pierde en realidad? ¿Por qué reformas tan virtuosas y necesarias mantienen bajo perfil en la opinión y resultan tan difíciles de tramitar en el congreso?
Ya lo demostró el debate sobre la legalización del mercado de cannabis de uso recreativo, proyecto que buscaba regular la compra, venta y distribución de marihuana, no obteniendo los votos suficientes en la plenaria del Senado, con lo que en la práctica se terminó apoyando los “emprendimientos” de las plazas de vicio y cuanta olla de maleantes, que especulan con precios, calidad y apagan vidas a granel. Esa guerra contra las drogas, que en la actualidad está absolutamente desvirtuada y evidenciada en su inutilidad, sigue moviendo su paquidérmica estructura casi como si no pasara nada.
Los cambios suelen depender más de lo que muchos llaman “el espíritu de los tiempos” que de reformas inducidas a través de disposiciones o normas. Para ello deben alinearse ciertos hechos y aparecer condiciones de posibilidad que los hagan inteligibles, necesarios y posibles. En Colombia el lastre de una clase política corrupta, dirigida desde siempre por un pequeño grupo de privilegiados, llamado apropiadamente casta política tradicional, ha dejado una fuerte trazabilidad de sus gestas, lo que dificulta o ralentiza la convicción del cambio, sin embargo, esta Colombia, la Colombia de hoy ha echado a andar.
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