Como un soplo de aire fresco y renovador cayó para muchos colombianos la visita del Papa Francisco a nuestro país la semana pasada. Cinco días en los que la actividad de medios de comunicación, redes sociales, clase política, millones de feligreses y obviamente la Iglesia Católica, giró en torno a la visita del Sumo Pontífice. A un segundo plano pasaron las actuaciones de nuestros ciclistas en la Vuelta a España, los terribles daños del huracán Irma en el Caribe, el terremoto del jueves en el sur de México y tantos otros sucesos. Por unos días los noticieros dejaron para el final los escándalos de corrupción, la aparición de nuevos precandidatos presidenciales y el siempre tema internacional de la crisis social y política en Venezuela. Los colombianos fuimos “apresados” durante media semana por los ires y venires de una visita – y espero que más allá de eso – por las simples pero profundas reflexiones del máximo jerarca de la Iglesia.
Trascendiendo cualquier postura política e incluso creencia religiosa, los mensajes del Papa en todas sus intervenciones invitaron a todos los colombianos a la reconciliación, el perdón y el reencuentro. Pero por su contenido y también por su público sobresalió aquella intervención que hizo el jueves en Bogotá desde un balcón del palacio Arzobispal, dirigido especialmente a los miles de jóvenes congregados en la plaza de Bolívar, que justamente estaban sedientos de ese mensaje. Creo que para nada defraudó, y por el contrario, fueron palabras de gran aliento e inspiración y varias las tareas por hacer.
Inicialmente, un llamamiento a mantener la alegría como símbolo de juventud, a atrevernos a soñar en grande y creer en un futuro dejando a un lado los miedos que nos infunden muchas veces los mayores, un llamamiento a arriesgar y volar alto, a enfrentarnos a grandes desafíos.
Como muestra de un profundo conocimiento del trasfondo político que atraviesa Colombia, entre líneas hizo un poderoso llamado a la acción política, a la movilización y en sus propios términos, a abofetear la indiferencia. Allí el Papa nos puso la primera tarea: ayudar a cambiar a los mayores para que dejen su indiferencia frente al dolor y el sufrimiento que viven muchos. Fue directo y sin tapujos para decir: “¡Cómo no van a cambiar esta sociedad y lo que se propongan!”.
La segunda tarea fue la de “comprender”. En clara alusión a las décadas de violencia que ha sufrido Colombia y las muchas generaciones que no pudieron contenerla, el Papa invitó a los jóvenes para ponerse en los zapatos de aquéllas. Un claro llamado a tomar el liderazgo del país pero partiendo de la premisa de “comprender”, aceptando que existen errores y detrás de ellos, sinfín de razones.
La tercera tarea: el encontrarnos. Su llamado para valorar y respetar la diferencia, las opiniones y la diversidad que le da su riqueza a un país como Colombia. La tarea del encuentro no sólo en nuestros “parches”, entre nosotros, sino también para transmitírselas a los mayores que en muchos escenarios están carentes de esa cultura del encuentro con la diferencia.
La cuarta tarea: perdonar. “Vuestra juventud los hace capaces de algo muy difícil en la vida: perdonar” dijo el Papa. Y además de perdonar, la tarea puesta es ayudar a los mayores a dejar a un lado los rencores pasados, las ofensas, los odios. Un llamado a no caer en la polarización por cuenta de historias viejas y lastres pasados (y pesados) que mueven el pensamiento y obrar de algunos mayores en Colombia. En sus palabras “ayudarnos a sanar nuestro corazón… y darles a los otros una segunda oportunidad”.
Finalmente, su llamado y quinta tarea fue la de “descubrir” la Colombia profunda. Un llamamiento a conocer la riqueza natural de nuestro país, cuidando el medio ambiente. A extenderle la mano a tantos jóvenes que viven en la desesperanza y están al otro lado de las oportunidades: “Que sus ilusiones y proyectos oxigenen Colombia y la llenen de utopías saludables” dijo el Papa.
El domingo cuando en el aeropuerto Rafael Núñez de la ciudad de Cartagena, el Papa Francisco abordaba ese avión que lo llevaría de regreso a Roma, creo que muchos sentimos una especie de nostalgia por su partida, tal vez como cuando un familiar muy querido nos deja luego de una muy confortable visita. Eso fue la presencia del Papa en Colombia, una confortable inyección de esperanza para muchos, y para nosotros los jóvenes, una transfusión de optimismo y aliento para seguir creyendo que es posible tener y construir un mejor país. Los invito a que le hagamos las cinco tareas al Papa.
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