–“…una montaña de oro con dos árboles (una palmera y un plátano) en su base, y al pie de esta corre un río. Al fondo se observan otras montañas, estas en color verde, y el cielo en azul celeste. Entre las palmeras una matrona sentada y vestida con ropas al estilo indiano,…”–
Deberíamos cambiar el escudo de Antioquia, ya que quedan muy pocos de los elementos que lo componen; y los pocos que quedan, no son tan significativos con los que hoy constituyen el simbolismo de esta tierra. Hace más de cuarenta días el gobernador electo enfrenta una segunda medida de detención domiciliaria, y ya son más de seis meses sin que el mismo pueda estar en su cargo. No tenemos noticia alguna de cuándo el gobernador elegido popularmente pueda volver a su despacho, mientras un gobernador encargado, laborioso y decente, trata de llenar la vacante, sin que realmente pueda lograrlo: ese es un cargo de elección popular y a él nadie lo eligió, lo que significa que tiene menos votos que el alcalde menos votado.
Tenemos un alcalde que solamente puntea en unas encuestas que nadie sabe cómo se hacen, con dineros de quién se hacen, ni con qué clase de malabarismos se juega. Lo cierto es que una encuesta, así algunos le den mucha importancia, es, en verdad, la respuesta a una pregunta: ¿Tiene usted una imagen favorable o desfavorable del alcalde? que se le hace a un desprevenido transeúnte que puede no saber quién es el alcalde, ni mucho menos qué hace el alcalde, y que no está interesado en lo que haga o deje de hacer ese señor. O posiblemente quien responda la pregunta corresponda a una persona que tiene muy mala imagen del alcalde anterior, o de los alcaldes anteriores, o que recibió algún beneficio directo o indirecto de las pocas obras del alcalde de marras. Cualquiera que sea la respuesta, la misma no nos dice nada sobre el desempeño del alcalde como máxima autoridad política y administrativa del municipio. Si algo le falta a este país, es ciudadanía, decía recientemente William Ospina, y esta, la ciudadanía, es la que nos permite una participación informada en toda la cosa pública.
Por el contrario, lo que sí habla del desempeño del alcalde es una mirada juiciosa a sus obras, a su relacionamiento con todos los estamentos sociales, al acertado manejo de la cosa pública. Y aquí sí, el alcalde actual no da pie con bola. Se denuncian problemas en la contratación de todas las dependencias del ente territorial; existe desarticulación entre el accionar del sector público y el sector privado, algo que resulta necesario para la buena marcha del municipio y en lo que se había avanzado bastante; se acentúan rencillas regionalistas que producen dividendos a intereses oscuros; se “avanza” en un gobierno fundado en la mentira, la desinformación, la incertidumbre.
Y en todo este confuso panorama, está el errático manejo del activo más importante del Departamento de Antioquia, la segunda empresa pública del país y una de las empresas más importantes de servicios públicos en América Latina: Empresas Públicas de Medellín. El alcalde se hace elegir con una promesa que solo fue eso: “designaré como gerente de EPM a un antioqueño que sea seleccionado por una empresa caza talentos”. Apenas posesionado, nombra a un antioqueño radicado en Bogotá, sin mayores pergaminos académicos y empresariales para asumir la segunda gerencia en relevancia del país. Y este gerente, antes que abordar los temas medulares, en especial el manejo del proyecto hidroeléctrico más importante que se encuentra en construcción, decide emprender una transformación que nunca ha sido suficientemente explicada, como es cambiar el objeto social de la ESP para que la misma incursione en negocios de turismo, seguros, informática, entre otros muchos, y judicializar el proyecto hidroeléctrico con una acción de reclamación por una cifra que se volvió bandera, sin que se sepa de manera precisa de dónde sale: “los contratistas nos deben pagar la suma de 9.9 billones de pesos por los perjuicios sufridos en el proyecto”, dice permanentemente el alcalde, olvidando que la misma EPM es contratista.
Con estos desatinos, se da el primer tropezón duro, con la renuncia en pleno de los miembros de la junta directiva, seguido de la declaratoria de insubsistencia del Gerente General y de la composición de una nueva junta, gota a gota, con más rechazos que aceptaciones. Y antes de reemplazar al gerente declarado insubsistente, se nombra a una funcionaria de carrera, con los conocimientos necesario para enfrentar el difícil reto, la misma que es removida cuando con un sartal de mentiras se designa a un advenedizo cuyo nombre no le decía nada a nadie y quien, ante los interrogatorios agudos de muchos ciudadanos, decide “no asumir el cargo” cuando ya se había posesionado y suscrito documentos en su calidad de Gerente General. Esto es, entró con mentiras y salió con mentiras.
Por eso, creo que el escudo de Antioquia debe ser cambiado y en su lugar, poner un cuadro que es emblemático en los “buses de escalera”, en el que aparece un pobre hombre trepado en un árbol mientras está siendo asediado por tigres, culebras, abejas, mientras enormes cocodrilos lo esperan en el piso con las fauces abierta.
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