En determinadas circunstancias, por lo general las más extremas, aflora lo peor de la condición humana. Aunque las ciudades capitales e intermedias no se encuentran, ni de cerca, frente al desabastecimiento, no resulta extraño encontrar personas que en el supermercado pretenden comprar, de ser posible, la totalidad de existencias de alcohol, gel desinfectante, alimentos no perecederos, entre otros productos. Acaparar o atacar la vivienda de personas diagnosticadas con COVID-19, evidencia que la solidaridad y la empatía no son los valores que nuestra sociedad contemporánea más desarrolle.
Debo reconocer que dudé mucho en escribir estas líneas. Hacerlo implicaba en mí recordar sucesos de la infancia y adolescencia. Nací y crecí en un barrio ubicado en la localidad de Kennedy, Bogotá, en donde las violencias hacen parte de la vida cotidiana. Ni mi familia, ni yo, estuvimos ajenos a estas situaciones. No las justifico. Hoy busco comprenderlas como uno de los muchos mecanismos que me permita superarlas. Es una búsqueda para perdonar y perdonarme por esas situaciones dolorosas que no pedí, que permití, que yo también provoqué, de las que me quiero alejar.
Aún recuerdo aquel medio día en el que, al llegar del colegio, Rubén fue a mi casa para hablarme de cualquier asunto. Ya ni recuerdo de qué. Lo particular fue la cantidad de carretas haladas por caballos que pasaban a esa hora, que si bien eran parte del paisaje como producto de las actividades de reciclaje que se realizan en la zona, eran demasiadas para la hora y todas en una misma dirección: Maribel se había suicidado, esa fue la respuesta cuando pregunté por la extraña situación. Todas las carretas iban en dirección al salón comunal porque allí se realizaría la velación.
Un dardo me atravesó el pecho. Tan sólo un par de días antes le había visto para organizar la salida que realizaría la fundación que en el barrio adelantaba labor social. Años después, uno de sus familiares terminó preso, acusado de violación. Hoy, aunque no tenga las pruebas, me asiste la profunda convicción de que tanto Maribel como Carlos eran víctimas de abusos sexuales y que es altamente probable que esto haya sido uno de los desencadenantes que los llevó al suicidio. Sí, a los dos hermanos que integrando la misma familia decidieron quitarse la vida en distintos momentos siendo adolescentes.
Las psicólogas de la fundación hicieron su mayor esfuerzo por abordar colectivamente la situación entre el grupo de jóvenes, una vez ocurrido el hecho. Consideré en ese entonces que ya de nada servía, ella no estaría más y les recriminé que así fuera. Ya nada podíamos hacer por remediarlo. Culpar y culparme fue la forma de canalizar la rabia y el dolor. El suicidio es un asunto que, a partir de entonces, no puedo pasar por alto.
La noticia -pero sobre todo las circunstancias- que rodean el suicidio del estudiante de la Universidad Pedagógica Nacional, Fabián Alonso Ramírez Cárdenas, quien integraba la Organización Colombiana de Estudiantes y el Polo Democrático Alternativo, deben invitar a una profunda reflexión sobre lo que somos como sociedad y la manera en que abordamos las múltiples violencias.
El pasado 05 de marzo, a través de Facebook, se hizo pública una denuncia anónima de acoso contra Fabián Ramírez. A través de terceros, se le acusó de hechos relacionados con el hostigamiento hacía una compañera que integraba el MOIR, y de la inacción de su organización ante esto. Días después, la universidad tenía en sus paredes carteles con la fotografía del estudiante que, además de enfatizar las denuncias, registraban su condición de integrante del Polo.
La universidad no es un lugar neutral, ni mucho menos ajena a la sociedad y su cultura. Es claro que allí, aunque hay reflexiones académicas sobre género, identidades y orientaciones diversas, feminismos e igualdad, no está exenta de sufrir situaciones de acoso sexual y otras formas de violencia como las que se han denunciado y sancionado.[1] También es verdad que este tema hasta ahora ha empezado a tener algún tipo de abordaje en la universidad. Para 2018, tan sólo seis universidades en el país contaban con algún tipo de protocolo ante situaciones de acoso sexual.[2]
El efecto de la impunidad y ausencia de rutas claras para interponer denuncias, proteger a las víctimas, y efectuar procesos de manera apremiante para sancionar y evitar su repetición, ha hecho que mecanismos en lo absoluto democráticos surjan para pretender infringir castigo. Las redes sociales pasaron a convertirse en una suerte de tribunal mediático en el que, a priori, eres considerado culpable sin posibilidad alguna de defensa.
Una vez producido el lamentable suicidio de Fabián Ramírez en las instalaciones de la universidad, las redes sociales reflejaron, precisamente, eso que denomino las peores manifestaciones de la condición humana. Frases del calibre: “no me digan que les da pesar?” (sic), sugieren el deterioro ético que nuestra sociedad atraviesa. Puedo sentir solidaridad con las víctimas, acompañar la exigencia de sanción, sin duda, pero ello no me lleva a suscribir la destrucción moral de ningún ser humano. Puedo aprobar la imposición de sanciones, si es que estas se hacen una vez surtido un proceso al que toda persona que viva en el mundo democrático tiene derecho.
La venganza no es justicia. La violencia de género y el acoso sexual no se acabarán con la desaparición física de alguien, incluso aunque este resultara responsable. No se obtiene reparación alguna mediante el castigo y la venganza. No se alcanzará los principios de equidad, y generados los sentidos de solidaridad y empatía, sin tener la capacidad crítica de revisar nuestra condición humana, nuestra sociedad.
[1]https://www.elespectador.com/noticias/actualidad/estudiante-de-la-u-nacional-denuncio-acoso-por-parte-del-director-de-su-maestria-articulo-752457
[2] https://www.elespectador.com/noticias/educacion/universidades-se-rajaron-resolviendo-el-acoso-sexual-articulo-823794