“Es aquí, donde el argumento de la felicidad absoluta, del vivir alegres siempre se derrumba, pues quien dice que siempre es feliz, en realidad nunca lo es, termina entonces la felicidad verdadera, parte de un estado cíclico, mientras que el ideal de la felicidad continua, interminable y disfrutable resulta siendo una experiencia inalcanzable para el ser humano.”
“Hay que vivir la vida siempre alegre…” de esta manera comienza la muy conocida canción de Raphy Leavitt, constantemente he pasado algún fin de semana aleatorio entre el bullicio de los bailes, las discotecas y otros sitios de ocio y licores en los que las personas, de manera casi desesperada, buscan aliviar la tensión acumulada durante sus días laborales, el fin de semana se convierte pues en el objetivo final y cumbre de la existencia en el cual, y solo en el cual, se tiene espacio para la felicidad.
Vivir siempre alegres, en tanto la alegría es muestra evidente de felicidad, suena bastante simple, sonreír, poseer un estado continuo de bienestar y satisfacción, integrarse a las actividades que, según hemos aprendido, brindan el sentido integro de aquello que compone la felicidad, “disfrutar de todos los placeres, gozar, gozar” como continua la canción antes mencionada, buscando que el fin de semana, como punto de surgimiento de la felicidad, se extienda cada vez más a otros días, que la vida sea en conclusión, como un fin de semana continuo.
Muchos seres humanos se han embarcado en la continuidad cotidiana de una vida llena de estos elementos; fiestas, placeres, dinero, la cima social e idealizada de lo que, como individuos contemporáneos se supone deberíamos alcanzar, la pregunta surge cuando a pesar de aquel escalamiento, de la conquista del ideal moderno, seguimos siendo testigos de una manifiesta ruptura emocional, de vidas problemáticas e incluso el arrebatamiento de la propia vida entre individuos que resuenan en los más “altos” grupos sociales, famosos y figuras de la farándula ¿Por qué?
La pregunta es igual de compleja que la razón que se construye detrás de todo ello ¿si estas personas que alcanzaron el ideal de felicidad que la sociedad nos ha inculcado, en apariencia no son felices, es entonces la felicidad algo inalcanzable para el ser humano?
El primer problema que surge en la sociedad, tanto actual como en la de tiempos remotos, incluso cavernarios, es establecer un estereotipo generalizable de felicidad ¿existe una totalidad compuesta de elementos inamovibles con los cuales se pueda ser irremediable, inevitable e irrevocablemente felices? Normalmente se asocia la felicidad a la posesión de bienes materiales, sin embargo, ello deja de lado completamente la ambigüedad subjetiva del individuo en tanto difiere su pensamiento del de los demás y así mismo sus causales de alegría y satisfacción.
Aunque suene paradójico y salido de la realidad, un individuo puede experimentar niveles (si es que sea este un elemento medible) de felicidad cercanos e incluso iguales al ganarse la lotería que al ver un atardecer desde la ventana de su casa, la felicidad aparece pues como un elemento indefinible, que puede estar compuesto de elementos de gran valor no obligatoriamente ligados a un valor monetario, tener un cargo de alto nivel puede ofrecer felicidad, pues aumenta el estatus social y mejora los ingresos de quien lo posee, pero al tiempo aumenta la carga laboral y las responsabilidades, así como la complejidad de la tarea, lo que chocaría con otro que percibe la felicidad estando tranquilo, teniendo más tiempo para sacar de paseo a su perro o visitar la playa.
El segundo error que presenta el prototipo de felicidad ofrecido por la sociedad y que además es el objetivo que se plantean y por el cual discurren forzosamente la mayoría de los seres humanos durante su existencia, es el que tiene de base la famosa canción de Raphy Leavitt mencionada en el presente articulo “vivir siempre alegres, gozar, gozar”.
La inclusión del siempre, para siempre, la eternización de algo conlleva generalmente el choque directo con la contrariedad de lo eternizado, es decir, cuando algo sucede para siempre, en realidad solo sucede durante un breve espacio de tiempo, pues transcurrido este, la adaptación lo lleva a la nulidad, si fuésemos felices por siempre, la felicidad se haría tan cotidiana que dejaría de ser felicidad, entonces pasaría a ser la normalidad.
Pensemos en la respiración, durante nuestro ciclo de vida esta sucede de manera inconsciente mientras estamos ocupados en otras cosas, si caemos al agua por un tiempo determinado, luchamos por retomarla desesperadamente, al salir de nuevo a flote la disfrutamos exageradamente, sentimos alivio, la apreciamos, pero no pasa mucho tiempo para que sea inconsciente de nuevo.
Esto mismo sucede con la felicidad, estamos sumergidos en una laguna de infelicidad, luchamos por obtenerla, pero cuando la obtenemos, entonces se normaliza y se hace invisible, al contrario de la respiración, como proceso continuo biológico necesario para la existencia, la felicidad debe estar acompañada de su contraparte y manifestarse en ciclos que nos permitan ver que éramos felices o que esto, que hoy no está, causaba felicidad, de otro modo desaparece.
El sentido de equilibrio es necesario pues, en tanto muestra que hay algo y evita su nulidad y normalización ¿Qué necesitamos entonces para identificar la felicidad? La tristeza es un buen prospecto para evidenciarlo, contrario a lo que nos dicen constantemente y de que hay que vivir alegres siempre, en realidad debemos tener ciclos de tristeza, para identificar la felicidad, es aquí, donde el argumento de la felicidad absoluta, del vivir alegres siempre se derrumba, pues quien dice que siempre es feliz, en realidad nunca lo es, termina entonces la felicidad verdadera, parte de un estado cíclico, mientras que el ideal de la felicidad continua, interminable y disfrutable resulta siendo una experiencia inalcanzable para el ser humano.
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