Yo crecí en una ciudad donde los muertos se contaban por montones, en una absurda guerra de narcotraficantes contra el Estado, de narcos contra narcos, del Estado contra el pueblo, todos contra todos. Se volvió una costumbre presenciar las balaceras y tropezarse con los muertos tirados en las calles de Medellín, en una violencia que al parecer alcanzó su espiral más alto en la década de los noventa del siglo pasado.
Desde el asesinato de Antonio José de Sucre, pasando por el asesinato de Rafael Uribe Uribe, de los campesinos masacrados por Estado colombiano en 1928, del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, y de los miles y miles y miles de asesinatos que se han cometido en Colombia a lo largo de dos siglos, a uno le ha tocado acomodarse con la muerte no natural.
Para solo poner un ejemplo de las atrocidades de los asesinatos en Colombia cito tan solo un párrafo del extenso informe “¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad”, del Centro Nacional de Memoria histórica, que fue publicado recientemente:
“De las 1.982 masacres documentadas por el GMH entre 1980 y 2012, los grupos paramilitares perpetraron 1.166, es decir el 58,9% de ellas. Las guerrillas fueron responsables de 343 y la Fuerza Pública de 158, lo que equivale al 17,3% y 7,9% respectivamente. Por otra parte, 295 masacres, equivalentes al 14,8% del total, fueron cometidas por grupos armados cuya identidad no se pudo esclarecer”. (El GMH define la masacre como el homicidio intencional de cuatro o más persona en estado de indefensión y en iguales circunstancias de modo, tiempo y lugar, y que se distingue por la exposición pública de la violencia)
Cuando escribo este artículo, medio día ha pasado de la publicación del asesinato del diputado socialista Robert Serra en Venezuela.
Como no soy periodista no pretendo dar una explicación de los hechos de este crimen. Lo que quiero resaltar es que no dudo que ya el despliegue mediático contra Venezuela comenzó. La derecha asesina oligárquica en EE.UU y en Venezuela no desaprovechará este acontecimiento para buscarle una utilidad a este muerto y difundir a la opinión nacional e internacional los escenarios más espantosos para Venezuela, con el único fin de desestabilizar a la Revolución Bolivariana. Este era el muerto que la derecha estaba esperando, el libreto del golpe de Estado ya está desde hace mucho tiempo previsto. Les faltaba un muerto político.
En Colombia un muerto es una estadística más, ya ni siquiera una muerte por razones políticas -como las que siguen sucediendo en Colombia- escandaliza a alguien. En Venezuela un muerto es la ocasión para que los medios de comunicación de la derecha internacional muestren a Venezuela como el lugar elegido en la tierra para la realización del apocalipsis, “infierno que solo terminara cuando desaparezca el régimen castro-chavista de Maduro”.
Por estas paradojas y por los poderes mediáticos ahora mismo Colombia es presentada como un país de “paz” y Venezuela el peor lugar entre los peores lugares del mundo.
No es lo mismo morir hoy en Colombia o en México, donde morir masacrado ya es una noticia tradicional que una muerte en Venezuela y se verá. Ni la muerte de Abel por Caín fue tan aprovechada por la biblia hasta hoy, como si lo harán los medios con la muerte de Robert Serra el diputado de la Revolución.
[author] [author_image timthumb=’on’]https://scontent-a-mia.xx.fbcdn.net/hphotos-ash2/t1.0-9/31774_102838173096686_2341246_n.jpg[/author_image] [author_info]Frank David Bedoya Muñoz (Medellín, 1978) es historiador de la Universidad Nacional de Colombia, fundador de la Escuela Zaratustra, autor de los libros «1815: Bolívar le escribe a Suramérica», «Tras los espíritus libres» y «Andanzas y Escrituras». Actualmente reside en Venezuela donde viajó a comprender en profundidad la Revolución Bolivariana. Leer sus columnas [/author_info] [/author]
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