La universidad compacta

Felipe Jaramillo

En las últimas dos décadas la educación superior ha invertido su relación entre la demanda y la oferta, al pasar de pocas instituciones educativas que tenían que absorber una gran cantidad de estudiantes, a una gran cantidad de instituciones educativas que a hoy cuentan cada vez con menos estudiantes en sus aulas. Este fenómeno multicausal es atravesado por aspectos tan disimiles como la creación desmedida de instituciones educativas y de programas académicos, la disminución radical de la natalidad y la aparición de programas virtuales o asistidos por tecnologías que democratizan y globalizan la educación.  Lo anterior tendrá que llevar irremediablemente a un replanteamiento de la estrategia educativa y de sus formas pedagógicas, y de no ser así, su operación se hará progresiva e irremediablemente inviable en lo económico. Para superar esta condición pueden existir muchas alternativas, y una de ellas es optar por una “universidad compacta”, una estrategia que en resumen se describe a continuación.

En 2013, Colombia tenía aproximadamente 2.300 programas académicos registrados en el snies. Para 2023, el número de programas académicos ha aumentado a 5.052 programas en total, incluyendo programas de pregrado y posgrado (Sistema Nacional de Información de la Educación Superior [snies])

Muchos han sido los cambios que han afrontado las instituciones educativas en este siglo. De instituciones concentradas en la formación, se pasó a una inserción, desordenada por demás, de otras funciones sustantivas como la investigación y la extensión.  Esto llevó a una gran dispersión en la gestión de actividades inconexas, llevando a que tanto el capital humano como los recursos financieros se fraccionaran en mil pedazos. Lo anterior tiene su génesis en actuaciones internas de las instituciones, las cuales deseando un impacto mayor llegaron a una ambición desmedida que buscó acaparar cada vez más una porción más grande del mercado. Y en actuaciones externas, presiones emanadas entre otras de los procesos de calidad a través de sistemas de acreditación institucional y de los rankings que llevaron a muchas instituciones a incursionar forzosamente en áreas de conocimiento que no necesariamente respondían a su misionalidad o su experticia, lo que conllevó a realizar grandes inversiones para no desaparecer prematuramente o quedar por fuera de la foto.

En 2003, Colombia contaba con aproximadamente 170 instituciones de educación superior registradas. Para el año 2023, el número de instituciones de educación superior ha aumentado a 303. Este crecimiento incluye tanto universidades como instituciones técnicas y tecnológicas. (Sistema Nacional de Información de la Educación Superior [snies]).

Incrementar exponencialmente los programas de pregrado y posgrado, crear institutos, escuelas, centros de pensamiento, invertir en laboratorios diversos o en tecnologías de “punta”, multiplicar las áreas de asesoría y consultoría, o los programas para niños, adultos mayores, para grupos diversos, o abrir operaciones en muchas regiones del departamento o del país parece no ser ya la mejor de las alternativas. Con cada una de estas actividades realizada de forma desesperada en busca de recursos económicos sobrevienen de forma irremediable círculos viciosos, que al final lo único que hacen es cavar un hoyo cada vez más profundo.

La universidad privada, para centrar la discusión solo en una porción de la educación superior, requiere recoger urgentemente su operación, compactar su actuar, y para ello se proponen inicialmente tres acciones: la primera es la de pasar de facultades o escuelas que funcionan como islas a focos de conocimiento, es decir de programas con una visión cada vez más especializada desde el pregrado, a áreas de conocimiento intervenidas desde la interdisciplinaridad. Varios ejemplos de estos focos están dados por líneas como la economía circular, la ciencia de datos o las industrias culturales y del entretenimiento, por nombrar solo algunos.

La segunda acción es una reorganización de los planes de estudio para generar ciclos de formación a través de rutas de aprendizaje que garanticen una educación para cada momento de la vida, con lo cual se podrá reducir de forma considerable la deserción de las aulas, permitiendo a los estudiantes certificar de forma efectiva cada formación realizada.

La tercera y última acción propone realizar una intervención profunda en la gobernanza institucional, en la cual se tendrán que hacer grandes renuncias, y hacer un trabajo de prospectiva en el que se identifique de forma clara cuáles son los focos de conocimiento en los que la institución es fuerte o en los que viene creciendo de forma decidida con apuestas consientes.

Estas tres acciones llevaran rápidamente a recoger la operación y llevar a cada institución a un tamaño adecuado para sus posibilidades, sin tener que forzar procesos o estresar la demanda y la oferta. Lo anterior dará como resultado una clara diferenciación institucional conforme a su real vocación, logrando con ello una racionalidad en la destinación de los recursos, enfocando  recursos a los procesos de investigación que concentrados en los focos de conocimiento llevarán a las universidades a realizar a través de la extensión una mayor transferencia de activos de conocimiento, activos que monetizados de forma adecuada pueden convertirse en un porcentaje cada vez mayor de los recursos económicos disponibles de las instituciones, reduciendo la dependencia de los ingresos por matrícula, aumentando la calidad en los programas académicos.

En 2003, Colombia contaba con aproximadamente 1,2 millones de estudiantes matriculados en programas de pregrado. Para el año 2023, ese número de estudiantes matriculados aumentó a 2.475,833. (Sistema Nacional de Información de la Educación Superior [snies]).

En los últimos años las universidades privadas, como un cordel, han estado jalonadas de un lado por aspirantes que quieren estudiar, pero tienen sus demandas —carreras cada vez más cortas, posibilidades múltiples y combinadas de acceder a la formación (presencial, mediada por tecnologías, virtual) y prescindir de algunos cursos que consideran poco aportantes—, y del otro lado, empresas que requieren de las universidades profesionales formados en áreas cada vez más específicas, con un componente alto en manejo de tecnologías y habilidades duras y cada vez menos componentes en humanidades o habilidades blandas. Esto ha llevado a que de forma reactiva muchas universidades den timonazos, buscando alternativas mucho más de forma que mitiguen problemas en el corto plazo, alejándose de aquellas alternativas realmente de fondo que en el mediano o largo plazo entreguen un real equilibrio y una coherencia institucional que sumará muchos puntos en su reconocimiento y reputación.

Teniendo en cuenta los fenómenos presentados hasta el momento, la “universidad compacta” terminará dando de forma más profunda respuesta a tres necesidades fundamentales que ayudarán a encauzar la educación como institucionalidad, recuperando su potencialidad como una de las células más importantes de la sociedad: la primera necesidad es responder a las expectativas de los estudiantes o los aspirantes con una formación de verdad integral, que incluya en sus programas de formación las artes liberales, las humanidades, la promoción de discusiones abiertas y la diversidad de miradas hacia los problemas contemporáneos.

La segunda necesidad es responder con una alternativa que modifique radicalmente los currículos y las didácticas, pues se tendrá que pasar de la entrega tradicional de datos, muchas veces desarticulados —mismos que ya en forma real entregan las nuevas y las no tan nuevas tecnologías— para a motivar en el estudiante lecturas críticas del entorno, que le permitan crear su propio criterio adquiriendo la destreza de filtrar información y datos, utilizando solo aquellos con alta fiabilidad y dejando a un lado aquellos sospechosamente fiables.

La tercera necesidad es orientar cada vez más una oferta de programas académicos y de innovaciones consientes que hagan lecturas objetivas de las necesidades de la sociedad, mejorando con ello los índices de empleabilidad y competitividad de la región, del país y del mundo.

Además de lo presentado es necesario elevar el nivel de la gobernanza institucional, permitiendo que sus orientadores puedan llenar esos espacios que hoy ocupan en la atención de preocupaciones económicas con una mayor dedicación a la planeación que lleve a un incremento exponencial de los impactos en la sociedad, transformando positivamente el entorno, en últimas la más grande de sus funciones.

Humberto Maturana decía al respecto: «La universidad debe ser un lugar donde se fomente la interdisciplinariedad, la colaboración y el diálogo entre diferentes saberes y culturas” Conferencia en la Universidad de Santiago de Chile, 2013).

Al final del día, las personas deberían acceder a la educación para resolver

 los problemas que ellos se plantean, no para terminar respondiendo problemas

 que otros priorizan.

 

Felipe Jaramillo Vélez

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, Creador de la escuela de pensamiento Aún Humanos la cual reflexiona sobre el ascenso de la técnica sin reflexión desde el Humanismo.

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