Era la cuarta vez en esa semana que Antonio azotaba la puerta en las narices del cobrador, ese hombre, narigudo, pecoso y de cabello rojizo evocaba inmediato el recuerdo de Marcos, y esto lo alteraba por completo. Marcos cansado de salir huyendo de cada lugar y al ver que la película no acababa de rodarse, se vio obligado a abandonar el proyecto que tenía con sus amigos para ir como uno más, tras filas interminables de extras en las cadenas de tv nacionales. Este mal recuerdo volvía a Antonio cada vez que aquel cobrador narigudo, pecoso y de cabello rojizo llegaba a exigirles el pago del alquiler atrasado. —Es la última vez que vengo, mañana vendrá el dueño—decía el cobrador. ¡Pues que venga! gritaba Antonio azotando la puerta, satisfecho.
Adentro, en uno de los cuartos de ese apartamento ubicado en el décimo piso de un viejo edificio del centro de la ciudad, Alfredo y Verónica trabajaban en el montaje de las secuencias, analizando una a una las tomas rodadas en cada locación. Meses atrás varios lugares habían servido gratuitamente como residencia y set. Entraron y salieron de allí con la promesa de que su película ganaría el premio del público, con lo que pagarían todas las deudas. Ahora estaban en ese apartamento, era cuestión de unas horas para acabar de editar antes de salir huyendo y tener, por fin, después de tanto trabajo, su ópera prima terminada.
La película, low cost, tenía matices de cine Gore y Thriller. Alfredo, quien hacía las veces de director era apasionado por el cine clásico de terror. Una noche de cerveza y porro junto a sus amigos, leyó por primera vez el guion que lo había desvelado por semanas. Verónica, su novia en el momento, sacó también su libreta y mostró a todos el storyboard diseñado para la película. Antonio, quien no paraba de mirar a Janet, la puso en cuadro con un gesto de profesional de fotografía mientras ésta se besaba apasionadamente con Marcos. Todo encajó esa noche, tenían la pareja de románticos actores, el cámara, el arte, la dirección y un guion terminado.
¡Ring! ¡Ring! Recostada en el sofá del apartamento Janet alcanzó la bocina enredándose con el cable. ¿Sí? Don… —dijo el nombre del dueño del apartamento—. Para todos el tiempo se detuvo, Alfredo y Verónica en el cuarto pararon de editar, Antonio en la cocina apartó el encendedor dejando apagado el porro en su boca. (Close up sobre Janet) Claro que sí, aquí estamos todavía. No, él no ha venido por acá, mire no se preocupe nosotros le vamos a pagar hasta el último peso, solo estamos esperando la llamada que lo haga oficial, pero ya es un hecho que somos los ganadores, es cuestión de horas para recibir el premio, ¿Cómo? No, no señor, lo que pasa es que si usted nos ocupa el teléfono y justo entra la llamada que esperamos, todos salimos perdiendo. ¿Qué? —en ese momento con un movimiento ágil Janet se zafó del enredo del cable y con toda la expresividad adquirida en la escuela de arte dramático hizo un gesto exagerado de preocupación a Antonio— sí, está bien, nosotros entendemos, tranquilo no va a ser necesario. No hay que llegar a esos límites. Mañana mismo puede enviar al cobrador y le pagamos todo lo que le debemos. Cuelga.
— Pero ¿qué hiciste? ¿Por qué le dijiste que mañana?
— ¡A mí no me jodás, Antonio! Ese cucho está puto y ya no me cree nada, parece que se dio cuenta de lo que pasó con la otra casa, porque me trató mal y todo. Que mañana viene con la policía.
— Marica ¿De dónde vamos a sacar toda esa plata? Debiste haber inventado alguna cosa.
— ¿Qué más voy a inventar?, siempre tengo que ser yo la que pone la cara entonces, ¿Por qué no le hablaste vos?
— Porque vos sos la actriz, se supone que sos la que mejor sabe mentir.
— ¡Hey, calma! —Interrumpe Verónica saliendo del cuarto— vamos a relajarnos que así no fluye la energía. Prenda el porro y pongámonos a pensar más bien qué vamos a hacer.
En la sala los ánimos se apaciguaron. Alfredo continuaba en el cuarto montando y desmontando imágenes, no quería echar a perder tantos meses de trabajo con una mala edición. El tiempo seguía pasando. En el sofá se escuchaban las carcajadas de ellas recordando el momento en que Antonio sacó a patadas a Marcos el día que se fue. Para Antonio ese recuerdo era todavía motivo de disgusto. Habían sido muy buenos amigos y el desplante lo afectó mucho, no solo porque Marcos los abandonara sino porque casi convence también a Janet de hacerlo. Antonio no podía permitir que el desertor del equipo se fuera llevándose además al amor de su vida.
¡Hijueputa! Sonó un grito seco, los tres saltaron de inmediato del sofá al cuarto de edición. Alfredo estaba inmóvil, varias hojas tiradas en el piso y la silla volteada patas arriba por el impulso con el que se había parado. Nos faltó la última escena, dijo casi sin aire con los ojos aguados puestos en la pantalla. ¿Cómo así? Si ya teníamos todo, replicó Verónica buscando inútilmente entre los archivos del computador. —No, esa escena no alcanzamos a hacerla, ese día fue que nos echaron de la casa. — ¡Mierda! ¿Y ahora?
Bajo el humo espeso esos cuatro parecían hundirse en el sofá, el porro rotaba de lado a lado, con lo que acababa de pasar veían perdidos meses de trabajo y todas las esperanzas de terminar su película. La escena final debió haberse rodado en la última casa de la que fueron sacados, y ahora estaban en ese apartamento que había servido para terminar algunas escenas pero que definitivamente prescindía de ese objeto inmortalizado por Hitchcock en “Psicosis”, ese objeto que ellos habían soñado como escenario para la última escena de su película: la bañera. En un ataque repentino de lucidez Verónica recordó que tenía entre sus cosas una copia de la llave anterior. ¿Y si la traemos hasta acá? dijo al encontrar la llave.
— ¿De qué hablás?
— La bañera. Sigue allí todavía.
— Si, pero la casa ya está ocupada.
— Por un par de viejos.
Por un buen rato los cuatro estuvieron discutiendo sobre este asunto, no se cuestionaban si lo que harían sería ilegal, realmente analizaban los medios por los cuales conseguirían traer el objeto para su película sin lastimar a los viejos y, por supuesto, sin alertar a la policía. Entraron en aquella casa a plena luz del día. Era la hora justa en que el par de ancianos tomaban la siesta. Entraron y salieron por la puerta principal como si nada, Verónica la aseguró al salir para que nadie perturbara la paz de los viejos. Entre los cuatro cargaron la bañera de acero a lo largo de cinco calles del centro de la ciudad, antes de llegar al edificio se detuvieron un momento en la carnicería por algunos recortes. Un par de policías auxiliares parados en la esquina del edificio levantaron por un momento la mirada de sus celulares y se ofrecieron a ayudarlos. —No se preocupen, ya llegamos— les dijo Janet con un tono sarcástico.
Una vez en el edificio esperaron la llegada del ascensor, el tiempo seguía pasando y la urgencia de los muchachos era incontenible. Tenían que subir la bañera y terminar la película antes de que los echaran también de ese lugar. La espera fue en vano, el viejo ascensor otra vez se había descompuesto, no tenían opción, había que subirla por las escaleras. Diez pisos después, empapados en sudor y con la excitación de terminar por fin su película, ajustaron a medias la bañera a la ducha, dispusieron rápidamente lo necesario para grabar la escena. Todo estaba listo, todo, excepto el protagonista.
El guion terminaba con una escena de crimen en la que el personaje principal era asesinado en su bañera. Marcos ya no estaba, Antonio y Alfredo no se parecían en nada a él. Antonio era un tipo grande, gordo y barbado; Alfredo, un hombre calvo y famélico. No había forma de reemplazarlo. Janet intentó convencer a los chicos de que ella podía hacerlo, al fin y al cabo, había estudiado para eso. Aunque Alfredo no estaba seguro, no tenían otra salida. Se pasaron el resto de la tarde en pruebas de maquillaje y ajustes de vestuario, Janet repasaba al detalle cada gesto con el que Marcos había construido el personaje, no debían preocuparse por la voz, pues en la escena final no había más que gritos lanzados por el protagonista mientras era asesinado, Antonio sabía gritar muy bien, sin duda podía hacerlo en off. La noche se iba entre cortes, porros, planos y cerveza; pero la escena no terminaba de encajar con el resto de la historia, no era posible que después de tanto trabajo el final de su película no fuera lo que tanto habían soñado.
Varios golpes en la puerta sacaron del encantamiento a los cuatro que estaban en el baño. Afuera había amanecido, eran las siete y treinta de la mañana, el dueño había prometido llegar con la policía. Antonio se acercó silencioso y a través de la mirilla, como si de un lente 8 mm se tratara, vio la imagen de aquel cobrador narigudo, pecoso y de cabello rojizo que evocaba inmediato el recuerdo de Marcos, el desertor, el protagonista, el personaje principal que al final de la película debía ser asesinado en la bañera. La puerta se abrió y se cerró, esta vez con las narices del cobrador adentro.
A las tres de la tarde la policía entraba por la fuerza al apartamento del décimo piso de aquel viejo edificio del centro de la ciudad. En la sala, un mueble raído, algunas latas de cerveza vacías, cenizas y restos de marihuana en platos de la cocina, en uno de los cuartos solo una silla patas arriba y algunos papeles rotos. Varias huellas coloradas venían de todos los lugares al mismo destino. Adentro la policía encontraba una enorme mancha sanguinolenta que cruzaba de pared a pared, un espejo partido a la mitad, varias esquirlas de vidrio y algunos recortes de intestino, al fondo, detrás de la cortina descolgada, una bañera rebosada de un fluido escarlata sobre el que caía incesante una gota desde la ducha. La policía se hallaba ante una de las escenas más escandalosas de asesinato vista en los últimos tiempos. El cadáver y su asesino habían desaparecido.
Nota:
Este texto es el resultado de lo trabajado en el curso “El oficio de reescribirse: taller de creación literaria. Diálogos entre la literatura y el psicoanálisis.” Las inscripciones a este taller están abiertas actualmente.
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