Hace poco más de seis (6) meses tuve la oportunidad de migrar a los Estados Unidos de Norteamérica, un país fenomenal, con unos principios morales y políticos que aún mantienen cierto valor desde el tiempo de su fundación. Esos pilares han sido los fundamentos del crecimiento continuo, y los cuales podríamos simplificar en un fragmento del preámbulo de la Declaración de Independencia de esta misma nación donde Thomas Jefferson expresa lo siguiente: “Sostenemos que estas verdades son evidentes en sí mismas: que todos los hombres son creados iguales; que su Creador los ha dotado de ciertos derechos inalienables; que dentro de esos derechos se encuentra la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Ese pequeño párrafo, denota un resumen de los principios del pensamiento liberal, al menos en términos políticos. Sin embargo, hoy día, esos postulados éticos y morales se han visto estropeados por políticas públicas que más adelante analizaremos.
Uno de los precursores del mal llamado “Estado de bienestar”, como lo conocemos en la actualidad, fue el Presidente N.º 32 de los EE. UU. Franklin D. Roosevelt, quien luego de asumir el mandato en 1933 propuso una serie de reformas políticas llamadas New Deal. Esta serie de reformas, para simplificar la idea, buscaban aumentar el presupuesto tanto del gasto social como del gasto público, así como la intervención a pequeñas y grandes empresas para tratar de evitar otra crisis como la que se vivió en 1929.
Hasta el momento se podría pensar que todo está dentro de los parámetros normales. Frecuentemente nuestros políticos incrementan el gasto público, suben impuestos y demás. No obstante, ocurriría algo particular. Luego del segundo año de su administración, Roosevelt se dirigió al Congreso de los Estados Unidos y celebró la expansión de los programas de asistencia social; empero, también comentó que muchas de las personas que perdieron sus empleos en el marco de la gran depresión del 29, no habían podido recuperar nuevamente el empleo, no precisamente por la falta de oportunidades, sino porque las personas, en términos que el colombiano común entiende, “se achantaron” en las comodidades del subsidio. Aquí podemos ver un pequeño fragmento del discurso:
“Ante consideraciones de índole humanitaria, los estadounidenses las priorizan. Las lecciones de la historia, confirmadas por la evidencia que me antecede, demuestran de manera concluyente que la dependencia sostenida del alivio induce una desintegración espiritual y moral que resulta fundamentalmente destructiva para la fibra nacional. Entregar ayuda de esta manera es administrar un narcótico, un destructor sutil del espíritu humano. Va en contra de los mandatos de una política sólida. Viola las tradiciones de los Estados Unidos”.
Aunque parezca aislado, este fenómeno del deterioro moral del tejido social americano ha tenido serias repercusiones en la actualidad. Cada día podemos ver cómo la delincuencia y la dependencia estatal van en aumento. Las personas ya no quieren trabajar con tal de tener los beneficios del subsidio. Los políticos demócratas en Estados como California o la ciudad de New York, ponen topes mínimos de robos para que las personas puedan “subsistir y tener alimento”, haciendo que el fruto del esfuerzo y el trabajo pierdan ese valor que tanto se le daba desde la conformación de este vasto territorio.
Al final de todo, surge la duda de si los Estados Unidos sigue siendo “O’er the land of the free and the home of the brave”.
Este artículo apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.
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