La tentación autoritaria y violenta

Lord Acton, católico devoto, escribió en 1887 una carta al obispo Creighton, autor de una extensa historia del papado, en la que lo criticaba así: «No puedo aceptar su doctrina de que no debemos juzgar al papa o al rey como al resto de los hombres, con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal. Si hay alguna presunción es contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. La responsabilidad histórica tiene que complementarse con la búsqueda de la responsabilidad legal. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente». Feroz, añadía: «Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen influencia y no autoridad. No hay peor herejía que el momento en que el puesto santifica a la persona que lo ocupa».

No ha sido el único con poderosas prevenciones sobre el poder político y quienes lo ejercen. Thomas Jefferson decía que «cada vez que un hombre mira con codicia un cargo una podredumbre se inicia en su conducta». Kant sostuvo que «no hay que esperar que los reyes filosofen ni que los filósofos sean reyes. Tampoco hay que desearlo porque la posesión del poder daña inevitablemente el libre juicio de la razón». Por su parte, Schumpeter agregaba que «el ciudadano normal desciende a un nivel inferior de prestación mental tan pronto como penetra en el campo de la política […] este tendería, en la cuestión política, a someterse a prejuicios e impulsos extra racionales o irracionales».

Más allá de las advertencias sobre el dañino efecto del poder sobre el carácter y la racionalidad del ser humano, hay una línea de reflexión aún más dura, cínica incluso, que nace con Maquiavelo, quien sostenía que quien detenta el poder político debía ser mitad hombre y mitad bestia y que «el príncipe debe hacerse temer de manera que si le es imposible ganarse el amor del pueblo consiga evitar el odio». Dicen que fue Napoleón, estudioso del florentino, quien comentando El Príncipe acuñó la famosa afirmación de que «el fin justifica los medios».

Max Weber, para quien la política era lucha y la violencia su medio de expresarla, decía que «quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo». Carl Schmitt entendía el poder en términos de conflicto y afirmó que el político siempre quiere la victoria y por eso busca la dictadura. 

Los marxistas han ido más allá. En el Manifiesto del Partido Comunista, Marx y Engels sostienen que «el poder político, hablando propiamente, es la violencia organizada de una clase para la opresión de otra» y Marx, en el primer tomo de El Capital, dijo que «la violencia es la partera de toda sociedad vieja», frase que más tarde algunos mutaron a «la violencia, partera de la historia». Lenin dio un paso adicional en la exaltación de la violencia como instrumento político, como único camino para la consolidación del nuevo Estado, y Stalin y Mao se encargaron de sofisticarla como herramienta de represión.

La historia va de las nocivas consecuencias del poder sobre la naturaleza humana y las necesarias advertencias para ponerle límites a su ejercicio a la  glorificación marxista de la violencia, la revolución, como instrumento político. Como resultado, el comunismo ha dejado más de un centenar de millones de muertos alrededor del mundo.

La democracia, desde esta perspectiva, no es cosa distinta que un mecanismo de control sobre quienes ejercen el poder. El parlamento como instrumento para asegurar la representación de la heterogeneidad social e ideológica; los derechos humanos como límite de la acción estatal; el fraccionamiento del poder en distintas ramas, autónomas e independientes, y el sistema interno de pesos y contrapesos; el imperio de la ley y la obligación de sujeción de quienes detentan poder a lo que la norma determina; la inversión del ámbito de libertad de los funcionarios públicos (los ciudadanos podemos hacer todo aquello que no esté expresamente prohibido, los funcionarios solo aquello que les está permitido); son todos mecanismos para frenar la tentación autoritaria de quienes detentan el poder y salvaguardar al ciudadano de las perversiones y la violencia de quienes gobiernan.

Petro, en quien late un tiranito, ha dado muestras reiteradas de fascinación con el poder y, desde que llegó a la Presidencia, ha buscado una y otra vez mecanismos para quedarse. En las últimas semanas, ha amenazado al Congreso y a las Cortes, ha confundido al pueblo con el presidente, y ha  invitado a la «revolución» que, como él ejerce el gobierno, no puede entenderse sino como un instrumento para aferrarse al mismo.

Hasta ahora, solo palabras y un uso prevaricador de los recursos públicos para aceitar sus huestes. Pero no puede olvidarse que está formado en el marxismo leninismo y que en el pasado acudió a la violencia para alcanzar el poder y justificó el crimen y el asesinato de sus «enemigos». Mal haríamos en subestimarlo o presumir que no son sino discursos y hechos de campaña que, en todo caso, tiene prohibida. Los demócratas estamos obligados a estar alertas y a prepararnos tanto para la eventualidad de que intente un autogolpe como para derrotarlo en las urnas. La unidad es vital. La gran alianza republicana.

Rafael Nieto Loaiza

Impulsor de la Gran Alianza Republicana. Abogado, columnista y analista político. Ex viceministro de Justicia.

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