Asistí a la audiencia en que el juez del concurso dio por terminado el proceso de reorganización de Friogán S.A. y ordenó su liquidación judicial, en medio de una atmósfera dramática, pues estaban en juego el futuro de la empresa, las expectativas de un sector y el empleo de cerca de mil colombianos.
Aquello no era precisamente una sesión de chistes. No obstante, me topé siempre con una sonrisa extraña, irritante; la sonrisa de la arrogancia; la sonrisa de Pablo Muñoz, promotor designado por la Supersociedades para la reorganización de Friogán.
¿De qué se reía?, ¿acaso del fracaso de su gestión como promotor?, pues era su deber facilitar un acuerdo para recuperar la empresa; acuerdo que nunca pudo ser presentado al juez pues su promotor no lo promovió sino que, por el contrario, lo impidió, induciendo la decisión de liquidación.
¿Se reía por su éxito como instrumento útil del Ministerio de Agricultura?, que también lo impidió a toda costa, incluidas dos ocasiones en que saboteó la votación de una proposición presentada por seis de nueve miembros de la Junta del Fondo Nacional del Ganado (FNG), para luego, con el concurso de Muñoz, permitir la liquidación del Fondo –accionista mayoritario de Friogán–, porque su Junta Directiva le estorbaba en sus propósitos.
¿Se reía porque la Superintendencia, extrañamente, desestimó su incompatibilidad como liquidador del FNG y promotor de la reorganización de Friogán? No puede ser neutral alguien obligado a promover la salvación de una empresa y, al mismo tiempo, interesado en su liquidación, pues sus acciones son el principal patrimonio contable del Fondo que está liquidando.
¿Se reía entonces de su eficacia como liquidador del Fondo Parafiscal?, arrasando con su verdadero patrimonio, que no son esas acciones ni aparece en los estados financieros, pues se trata de los beneficios para la ganadería durante más de dos décadas de resultados por parte de un grupo humano de altas calidades; resultados reconocidos por el Ministerio mismo, por la institucionalidad agropecuaria y la comunidad técnico-científica, aunque hoy estemos más bien escasos de respaldos públicos, no solo por la presión del presupuesto y los contratos que se dan o se quitan, sino por la campaña oficial de desprestigio contra FEDEGÁN, infame y sistemática durante cuatro años, por advertir con verticalidad sobre los riesgos que las negociaciones con las Farc traerán para el campo y el país.
¿Se reía de los 349 empleados del Fondo que él mismo está despidiendo en cumplimiento de sus funciones como “liquidador” y en incumplimiento de aquellas como “promotor”?, que también lo fue fallidamente del FNG. ¿Se reirá de sus familias sin sustento, o de las más de mil personas que también perderán su trabajo con la liquidación de Friogán? ¿Se reirá con sorna porque había podido evitarlo y no lo hizo?
FEDEGÁN continuará defendiendo los derechos ganaderos, comenzando por Friogán, pues la última palabra aún no se ha dicho, porque la liquidación judicial permite la continuidad de la operación y la posibilidad de un acuerdo. Quizás la empresa y sus empleados rían de últimos.
FEDEGÁN defenderá la parafiscalidad, que obtuvo para la ganadería hace 22 años, gracias a la representatividad que hoy se pretende desconocer. Como hace medio siglo, defenderá el derecho a la propiedad de la tierra, amenazado en el posacuerdo disfrazado de paraíso; rechazará los impuestos confiscatorios a la tierra mientras el campo siga huérfano de instituciones y bienes públicos; seguirá condenando la violencia y velará por la seguridad jurídica de los ganaderos frente a una jurisdicción sesgada.
FEDEGÁN vive y goza de buena salud.