Una de las lecciones del siglo XX tras el fin de la Guerra Fría fue dejar claro que el modelo políticoeconómico marxista es precioso en teoría pero insostenible en el mediano plazo. El Estado marxista que había prometido la emancipación terminó estrangulándose como consecuencia de las escandalosas evidencias de corrupción y la violación a las libertades individuales mínimas.
La otra lección fue radicalizar, como perfecto, todo lo contrario al marxismo. Economistas, politólogos, juristas y diseñadores de políticas públicas se encargaron de vanagloriar al liberalismo como la única opción posible de felicidad, de libertad, de riqueza. Se hizo hincapié en el progreso por medio del crédito externo, se obligó al tercer mundo a abrir mercados, se impusieron tratados comerciales. De esta manera las multinacionales llegaron a instalar sus plantas para extraer recursos y generar empleo. Solo era necesario dirigir las normas comerciales en favor de los empleadores y entregarle a particulares la mercantilización de los derechos fundamentales.
Para América Latina, ese lugar desde donde García Márquez recreó con su realismo mágico la soledad más aguda y siniestra, la realidad le sigue siendo adversa. Aquí pareciera ser que ninguna política se ajusta a su medida. Cuando la prensa no se ocupa de un Estado, como ocurrió mucho tiempo en Venezuela, era porque los mercados del petróleo estaban ajustados a los intereses del gran capital, pero la inequidad, como ocurre hoy también, era progresiva, sistemática y estructural. Venezuela pudo haber sido el país más rico de América Latina por sus reservas de crudo pero no pudo superar las condiciones políticas para que su población tuviera acceso a servicios públicos o educación. El único país que tiene erradicado el analfabetismo es precisamente aquel en el que se cambia la vida se juega por un plato de lentejas. Todos saben leer pero no hay libertad de expresión ni acceso a los medios de comunicación, más allá de Granma y la retahíla de los Castro. La economía chilena, una de las más prósperas del mundo, según CEPAL, tiene cabida en un espacio donde se acaba la capa de ozono por la permanente extracción de cobre. México, la reserva cultural de América, se desangra por culpa del narcotráfico. Brasil quiso hacer ajustes a su política social y terminaron arrinconando a Lula y a Dilma desde el interior de su Gabinete.
Chávez quiso hacer algo diferente. Tenía buenas intenciones y dos puntos en contra: la historia oficial que ha escrito el liberalismo y la dependencia de las reservas de crudo. De ahí que todo le saliera mal. Empezando por su sucesor. Nicolás Maduro ha cumplido a cabalidad la herencia política. Soporta, como Sísifo, la piedra más pesada. No permitir que los especuladores internacionales del mercado definan la suerte y el uso del petróleo es un acto valiente. Pero tener a su pueblo rendido por la miseria y la desesperada vocación de abandonar el País es algo insostenible y debe detenerse ya. Hace bien América Latina en romper el silencio. El régimen venezolano levantó sus banderas por un proyecto diferente al inclemente capitalismo. Pero en América Latina nada sirve, nada queda bien. Su condena a estar sola parece irreversible.
John Fernando Restrepo Tamayo
Febrero 19 de 2018
[…] Artículo de John Fernando Restrepo Tamayo publicado originalmente en Al Poniente. […]