La sociedad del odio

Nos mostramos incapaces de gestionar las nuevas formas de concebir el amor, de concebir la vida, se nos hizo normal que un régimen estricto e inequívoco, para nosotros, sea la ruta, la guía para transitar por este mundo sin entender al otro”


En algún relato de los muchos que tiene el escritor Colombiano Mario Mendoza (La cultura del odio), se despliega una intervención de un hombre en una conferencia en Antioquia en años pasados. Mario la describe de forma tal que en un abrir y cerrar de ojos podríamos comprender por qué nuestro país ha vivido sumido bajo la violencia por tantas décadas y diera la impresión que su larga trayectoria en el conflicto estuviera lejos por terminar.  Y cuando hablo de conflicto no me refiere solo a FARC, ELN, CLAN DEL GOLFO, PARAMILITARES, NARCOTRÁFICO, no. Me refiero la violencia en los hogares, en las ciudades, incluso en la violencia y hostilidad que vivimos en redes sociales, un espacio que suponía nos podría conectar y abrir amplias autopistas de comunicación. 

Hoy, bajo el estallido social que vivimos, con toda la rabia de las masas acumuladas, con los ánimos tan caldeados que pareciera que todo, con un solo rose, con una sola palabra, con un chasquido, fuese a explotar, pongo en estos párrafos algunas de esas palabras que nos recuerdan el sinsentido de nuestra sociedad colombiana, no con el ánimo de aumentar la desesperanza, si no por el contrario como un ejercicio de introspección que permita tal vez comprender desde una arista nuestra realidad y de alguna manera cada uno poder gestionarla. 

“Y así, a lo largo de su vida, toda su educación había sido siempre en contra de algo o de alguien, consejos para defenderse, para contraatacar, para no dejarse, para protegerse de los demás.” La lógica entonces pareciera que fuese natural esperar la confrontación con el que discierne de lo que pienso, siento, hago y hablo, una confrontación dentro de un ciclo vicioso cuyo resultado es la destrucción.  “Los cónclaves masculinos hablando en contra de las mujeres, las madres y abuelas previniendo a sus hijas y nietas contra los hombres, los de Santa Fe detestando a los de Millonarios y viceversa.”. Si, la lista se vuelve interminable, con un punto de partida difícil de identificar y sin un punto final para divisar. 

Nos mostramos incapaces de gestionar las nuevas formas de concebir el amor, de concebir la vida, se nos hizo normal que un régimen estricto e inequívoco, para nosotros, sea la ruta, la guía para transitar por este mundo sin entender al otro, y no me refiero al otro como el ser que esta a mi lado, sino realmente al otro, al distinto a mí, al que difiere de mí, al que está en el extremo opuesto al que estoy yo.  ciertos fanáticos religioso alegando contra los gays, los bisexuales y transexuales, ciertas pandillas de homofóbicos aborreciendo a sus colegas homosexuales, los flacos contra los gordos, los apologistas de las buenas costumbres contra los yonquis, a los que no les gusta el deporte contra los deportistas.”  

Estamos en nuestro modo más primitivo, probablemente nunca hemos salido de él, tal vez el pensar en el cerebro reptiliano como solo una de las tres partes de nuestro cerebro sea un error, tal vez siempre hemos sido dominados por esta zona y probablemente sea más amplia de lo que se nos ha dicho. Solo hay una respuesta primitiva para evitar recibir el daño y para reaccionar en dado caso de que este se me genere. Esta zona de nuestro cerebro está caracterizada por la aparición de conductas básicas simples y sobre todo impulsivas. Normalmente dichas conductas son motivadas por la experimentación de sensaciones como el miedo, rabia o el hambre. “el machismo, el maltrato infantil, la segregación social, el racismo, el clasismo, la violencia laboral, todas estas tienen su origen en una educación cuya base fundamental es el odio.”

Cristhian Esteban Reyes Oliveros

Tengo 25 años y soy profesional en Trabajo Social, egresado de la Fundación Universitaria Juan de Castellanos de Tunja. Dentro de mi ejercicio profesional, como evidentemente este lo demanda, me he vinculado siempre con la causa del menos favorecido, con el desamparado, con el marginado y desde ahí considero que puedo llevar las experiencias de ese ejercicio profesional a un espacio de reflexión escrita como el de Alponiente.

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