La primera ley de Newton establece que un objeto en reposo permanece en reposo o, si está en movimiento, permanece en movimiento a una velocidad constante, a menos que una fuerza externa neta actúe sobre él. El objeto en movimiento que analizamos en esta columna es la retroexcavadora octubrista y, ante su incontenible avance, la pregunta que surge es si existen fuerzas externas capaces de detenerla.
Corrían los primeros meses de 2014 cuando el senador Jaime Quintana sorprendió a los chilenos con las siguientes declaraciones: “Nosotros no vamos a pasar una aplanadora, vamos a poner aquí una retroexcavadora, porque hay que destruir los cimientos anquilosados del modelo neoliberal de la dictadura”. El contexto es el segundo Gobierno de Michelle Bachelet, cuyo empeño en destruir el modelo profundizado por los Gobiernos de la Concertación, contó con cinco (5) fuerzas que sirvieron de puntapié inicial a la crisis que hoy tiene sumido a nuestro país en un proceso de desmantelamiento revolucionario. El frenazo al crecimiento económico, la reforma educacional, la reforma tributaria, inmigración descontrolada y el nombramiento de Jorge Abbott como Fiscal Nacional.
Hacer un análisis detallado de cada una no es posible, pero podemos sintetizar sus principales resultados. Entre 2010 y 2012 el país creció 5,7%, mientras con Bachelet el crecimiento fue de 1,8% anual promedio. Otro indicador relevante, la inversión en bienes y capitales (o formación bruta de capital fijo) que impulsa el crecimiento y el empleo, registró cifras negativas en todos los años de su segundo Gobierno por primera vez en más de medio siglo. La reforma tributaria, supuestamente impulsada para financiar los cambios en educación (gratuita y de calidad), fue una de las causas del frenazo económico. El problema es que dicha reforma no solo bajó la recaudación, sino, además, destinó el 50% de lo recaudado a la contratación de amigotes políticos cuya finalidad no fue ponerse al servicio de los ciudadanos, pues trabajaban también en la captura del Estado. Así, cuando, cansados de tanto descalabro, los chilenos votamos por “tiempos mejores”, fue imposible mejorar las políticas públicas hacia la satisfacción de las demandas de la ciudadanía. El Estado ya se había transformado en el brazo y el cucharón de la retroexcavadora.
Por su parte, la verdadera reforma al sistema educacional no fue la desmunicipalización, sino la destrucción de la cualidad y de la red de emblemáticos en que se sustentaba la piedra angular del sistema: la meritocracia. Es curioso que el lema, “a sacar los patines”, no fuera rechazado por los mal llamados pingüinos que exigían no solo gratuidad, sino, supuestamente, calidad. Sin embargo, nunca se ha visto a ningún soldadito de la revolución, antes vestidos de uniforme escolar y hoy miembros de nuestro alicaído Gobierno, rasgar vestiduras por la destrucción de aquellos establecimientos que fueron cuna de la movilidad social. Hoy dicho proceso continúa con el ataque a los Liceos Bicentenario. ¿Qué hay tras este movimiento de nivelación? El convencimiento de que, para destruir el modelo, es necesario liquidar su estructura valórica, antes anclada en el esfuerzo y los talentos. Hoy, en el nuevo “Chile despierto” desde el 18-O, la distribución de los recursos y puestos se hace en consideración a aspectos identitarios asociados a la condición biológica sexual y la raza.
Finalmente, la inmigración descontrolada que tuvo su primera ola bajo el Gobierno de Bachelet, duplicando la población migrante, provocó la caída de los sueldos reales y un empobrecimiento de la población local. Si a los cuatro (4) fundamentos sumamos la ideología marxista que empapa al Poder Judicial, fuertemente impulsada por un Fiscal Nacional que afirmaba que una Colusión de Tissue (la Colusión del papel higiénico) equivale a mil portonazos, no podemos extrañarnos del malestar que legitimó la violencia y el desmantelamiento institucional de nuestro país desde el 18-O hasta el 4 de septiembre siguiente. Estamos ante las consecuencias de la retroexcavadora que, en su proceso de radicalización, devino en octubrista y cuenta con la venia de los organismos internacionales y el apoyo de las narcodictaduras latinoamericanas.
Si volvemos a la primera ley de Newton y analizamos el mapa de fuerzas políticas, sociales y económicas, nos damos cuenta de que el destino de Chile parece ser el de profundizar el camino hacia el desmantelamiento total de nuestras instituciones, valores y costumbres, aunque el 62% haya rechazado la agenda del Gobierno. Y es que ni siquiera Chile Vamos ha sido capaz de encauzar dicha fuerza social que, a pesar de su contundencia, no tuvo ni siquiera el efecto de poner fin al descalabro constituyente; las élites políticas siguen bailando al ritmo de los octubristas.
¿Cómo salvarnos de este proceso de radicalización revolucionario? Nuevamente, apelando a las mayorías democráticas y llamando a un plebiscito de entrada. Pero los políticos no quieren, porque piensan que el voto del “Apruebo” del plebiscito de entrada es un mandato para la redacción de una nueva Constitución –genial idea del Presidente, apoyada por Carlos Peña–, aunque dicho voto estuviera supeditado al artículo 142. Es de esperar que surjan fuerzas capaces de contrarrestar el avance de la retroexcavadora cuyo objetivo final es la Constitución. A todo lo demás ya le ha cavado una tumba y los ciudadanos lo saben; enterradas están la tranquilidad y la seguridad en las calles, la abundancia de los bolsillos y las posibilidades de salir adelante con trabajo y esfuerzo.
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La versión original de este artículo apareció por primera vez en el medio El Líbero de Chile, y la que le siguió en nuestro medio aliado El Bastión.
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