“Las hermanas inglesas Brontë: Charlotte, Emily y Anne, en la primera mitad del siglo XIX, debieron utilizar seudónimos de hombres para que sus obras literarias fueran publicadas”.
El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora para recordar las luchas que han dado para tener los mismos derechos que los hombres. Hoy parece un absurdo pero que evidencia la evolución que hemos tenido como sociedad para brindar mayor igualdad y justicia no sólo entre hombres y mujeres sino entre distintas sociedades que hasta hace unos siglos se creían superiores (y en algunos casos se sigue dando) con respecto a otras para someterlas. Esos derechos legítimamente ganados no se han dado por generación espontánea sino tras siglos de luchas por exigir lo que por sentido común merecen.
La desigualdad ha sido evidente y en diferentes contextos: desde el capítulo Génesis de la Biblia donde metafóricamente se dice que la mujer nace de la costilla de Adán para justificar el sometimiento de la mujer por parte del hombre. Hoy en día, de acuerdo con las leyes de la Iglesia Católica, la mujer no es apta para cumplir los mismos roles de un hombre: una mujer no puede ser sacerdote ni mucho menos aspirar al cargo de Papa. En la inquisición, la que se atreviera a estudiar o a cuestionar planteamientos validados como verdad era quemada o ejecutada por “bruja”, o, en el mejor de los casos, para salvar su vida y ejercer sus saberes, debía hacerse pasar por un hombre como se relata en la serie Versalles que documenta la vida del rey Luis XIV de Francia.
Las hermanas inglesas Brontë: Charlotte, Emily y Anne, en la primera mitad del siglo XIX, debieron utilizar seudónimos de hombres para que sus obras literarias fueran publicadas. Incluso hay una anécdota con Charlotte Brontë que para la época era profesora y tenía la ilusión de que sus escritos fueran publicados. Los envió al poeta Robert Southey para conocer su opinión. La respuesta que le dio el profesor es hoy inaudita: “la literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer, y no debería ser así” (ver). Por fortuna las Brontë no le hicieron caso y hoy podemos disfrutar de sus obras: Jane Eyre, Cumbres borrascosas, Agnes Grey.
En Colombia, la mujer comenzó a votar en 1957, más de 100 años después de las primeras elecciones ocurridas en la naciente República. Magdala Velásquez Toro, en el artículo Las mujeres y la propiedad (ver) documenta cómo sólo en el siglo XX se les empezó a reconocer los derechos y que antes de ese periodo, las mujeres colombianas “no podían contratar, ni hipotecar, ni vender, ni comprar bienes inmuebles, ni aceptar herencias, ni comparecer en juicio, sin la autorización escrita del marido”. Hoy pareciera una ficción pero que pone en contexto por qué muchas madres, hasta hace poco, deseaban que sus hijos nacieran hombres. Siendo mujeres, eran testigos de las duras condiciones que les tocaba enfrentar.
Enhorabuena a los movimientos feministas que han logrado el reconocimiento justo de sus derechos. Hoy las mujeres por sus capacidades desempeñan cargos que eran exclusivos para los hombres: ser presidentas de un país, liderar empresas, escribir, pensar, expresar opiniones, elegir lo que quieran ser y vivir. La reivindicación de los derechos de las mujeres, así como de otras minorías, nos enseña cómo romper paradigmas que se daban por buenos por la mayoría de la sociedad para defender y luchar por lo que es justo, así la mayoría no lo crea.
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