Los trastornos por depresión y ansiedad son patologías que se están posicionado con fuerza en todo el mundo. Sin duda, la enfermedad del siglo XXI. No en vano, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que en la actualidad existe un promedio de 300 millones de personas que luchan contra un monstruo que afecta todos los ámbitos de su vida, reduciéndolos a llanto, tristeza, pérdida de interés laboral y social, entre otros síntomas.
La presión que ejerce este tipo de enfermedades para América no es alentadora en comparación con la escala mundial debido a que es una las principales causas de discapacidad. El informe entregado por Organización Panamericana de la Salud (OPS) asegura que los episodios depresivos graves son el quinto estado de la salud humana más discapacitante, después de la esquizofrenia aguda.
En el informe de la OPS, Colombia, entre 35 países de la región, se sitúa como la quinta nación más afectada por la depresión con un 8,2 %. Es decir, alrededor de 3 millones 400 mil colombianos padecen los estragos de una enfermedad a la cual los gobiernos destinan solo el 2 % del dinero que es invertido en el sistema integral de salud.
Ahora bien: ¿Será suficiente el capital humano, técnico y económico que invierten los gobiernos para contrarrestar la tasa ajustada de mortalidad por suicidio? Las cifras parecen no ayudar en absoluto: según la OMS, 800.000 seres humanos que se suicidan al año en el mundo están asociados a trastornos mentales. Según el MinSalud, para Colombia la tasa de mortalidad por suicidio más reciente que se tienen data de 2016 con una cifra bastante desalentadora: 5,07 por cada 100.000 habitantes.
¡5 por cada 100 mil! Cinco seres humanos que merecían y debían recibir una ayuda profesional, oportuna y de calidad. Cinco familias que perdieron un ser querido y ahora llevan el luto a cuestas. Un capital humano realmente valioso que se pierde y que podría ayudar en la construcción de país. Enfermeros, escritoras, abogados, arquitectas…
El gobierno de Duque y el Congreso Colombiano debe entender que las personas que padecen algún tipo de trastorno mental no son cifras, porcentajes o resultados, no; eso déjenlo para los economistas. Está en riesgo la vida de seres humanos. Esto debe ser un factor de presión que impulse a legislar y gobernar en contra de la depresión. A favor de gente que pide un S.O.S por sus vidas.
Aunque se han hecho esfuerzos por tratar los trastornos de salud mental el problema se complica aún más por la escasa calidad de la atención que reciben los casos tratados. Profesionales con poca experiencia y con el menor sentido humano, cuyas relaciones se enfatizan en psicólogo-psiquiatra – computador – paciente. Interminables citas que toman de 10 a 15 minutos en los cuales se debe diagnosticar, medicar y si es de suma urgencia: hospitalizar (para luego ser tratados como una cifra más e ir a parar en los informes de salud mental)
Pero en un Estado como el colombiano, víctima de narcotraficantes, guerrillas, paramilitares, gobernantes corruptos, entre otros; la salud mental debería ser uno de los principales ítems del Programa Integral de Salud. Pero la realidad es otra: medio siglo de violencia ha dejado secuelas graves en la psiquis de quienes habitamos este hermoso país y ahora las prioridades son otras: “El que la hace la paga”, acabar con los acuerdos de paz, polarizar y nepotismo.
Recuerden: No están solos.