“El trabajo en el capitalismo no permite la anhelada dignificación, desarrollo personal y social, pues el objetivo central del capital no es una vida digna en su conjunto, es la búsqueda implacable de ganancias a costa de la situación social de las mayorías”
A partir de la consolidación de esta sociedad industrial, capitalista, el trabajo ha sido considerado como aquel medio que permite la posibilidad de tener un digno nivel de vida, de desarrollo personal y social. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), plantea que no solo es un medio de satisfacción de necesidades materiales, pues también se relaciona con la realización personal[1]. El mismo Freud, de igual modo, aseguraba que el trabajo proporciona un lugar seguro en la humanidad[2]. Sin embargo, si estas eran las esperanzas de los asalariados, esto es, una vida digna en su conjunto, la realidad los va decepcionando cada vez más.
En Colombia, fue la ley 50 de 1990, impulsada por una serie de reformas laborales en Latinoamérica como “solución” a los problemas de desempleo de finales de siglo, la que introdujo el trabajo flexible. Esto es, flexibilidad del tiempo de trabajo (contratos por un determinado tiempo, inseguros), flexibilidad a la hora contratar y despedir (como que no haya contrato escrito), flexibilidad en los salarios, tercerización (que no se contrate directamente, sino a través de una agencia de empleo), entre otras formas carentes totalmente, o en cierto de grado, de derechos y regulaciones laborales[3]. Todo con el pretexto de que las regulaciones al trabajo obstaculizan la generación de empleo, afectan la competitividad y limitan el crecimiento económico[4]. De todos modos, el efecto fue un golpe al trabajo digno, pues para 1998 el sector informal (que no tiene o tiene pocas regulaciones laborales) subió del 45% al 48% y el formal (más protegido de la garra del capital) bajó del 54% al 51%[5].
Más aún, según la Escuela Nacional Sindical (ENS), en la economía colombiana domina la informalidad y el cuentapropismo, debido a que, por un lado, medido por la carencia de protección social (sin EPS, o con poca posibilidad de una buena pensión) el 65,7% de los trabajadores en el país son informales, de hecho en 2017 el 70% de los trabajadores ganó menos de 1,5 salarios mínimos mensuales, lo que ni siquiera llega al costo de la canasta familiar; por otro lado, el cuentapropismo cuenta con el 44% de los más de 22 millones de ocupados. En 2018, por ejemplo, hubo más de 9 millones trabajando por cuenta propia[6]. Mostrando así que el rumbo que tomó el trabajo, antes que la dignificación personal, fue la creciente dificultad e inestabilidad para conseguirla.
Recomendaciones internacionales para vivir de forma precaria
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), como organismo internacional, les planteaba a los países por allá en 1994 que, en vías de que “se incentive la iniciativa privada y de que se cree un clima favorable a la empresa”, se necesitan políticas diversas para impulsar un movimiento vigoroso de creación de empresas en el sector privado. Los poderes públicos deberían eliminar las reglamentaciones y las prácticas que frenan el espíritu de empresa. De esta manera, que aumenten la flexibilización de la jornada laboral tomando medidas como desarrollar el tiempo de trabajo parcial en el sector público y eliminar los obstáculos de la legislación laboral que impiden una organización más flexible del tiempo de trabajo, ya que esto permitiría que las empresas sean más livianas y que se pueda generar más empleo.
De igual forma, pero con el salario, planteaban que como los costes no-salariales (como la seguridad social) representan una parte significativa de los costos totales de la mano de obra, es necesario flexibilizar los salarios en los países en que esto sea posible y, en los que no, reducir los costos no-salariales. Por ejemplo, quitando el impuesto sobre el trabajo (que paga el patrón) y sustituirlo por un impuesto sobre el consumo (como el IVA, que pagan los trabajadores mayoritariamente). O también, suprimiendo las normas que regulan las cotizaciones a seguridad social que desincentivan el trabajo a tiempo flexible, esto es, flexibilizar las regulaciones que permiten al trabajador obtener una medianamente decente seguridad social[7]. “Sugiriendo” así que se traslade a los trabajadores lo que las empresas deberían asumir, los costos no-salariales de la mano de obra, necesarios para que un trabajador pueda vivir medianamente bien.
Aunque no solo la OCDE contribuyó a hacer más difícil e inestable la vida del trabajador. La llamada crisis de la deuda externa fue un punto de partida (otra de tantas crisis del capital). En los años 70 los países petroleros más ricos elevaron los precios del petróleo de una forma tan exorbitante, que lograron acumular una gran cantidad de dinero, el cual, parte de éste lo inyectaron en la banca internacional en forma de créditos susceptibles de préstamo para los países latinoamericanos que se encontraban con problemas económicos. Como en ese momento el dólar se iba devaluando cada vez más, aquellos países que dependían de este comenzaron a ver cómo su deuda se tornaba cada vez más costosa hasta el punto en que países como México y Brasil anunciaron “su negativa a pagar la astronómica deuda externa adquirida con la banca internacional, bajo la argumentación de su ilegitimidad ética y financiera, la imposibilidad económica de hacerla efectiva y la inconveniencia política ante la situación de pobreza de sus pueblos con prioridades mucho más relevantes”[8].
Es así como el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), decidieron impulsar una serie de políticas llamadas popularmente neoliberales que apuntaban precisamente a la privatización de aquellas empresas estatales que fueran consideradas como rentables con el fin de resarcirse de los préstamos otorgados a los diferentes pueblos latinoamericanos. Las esferas de la seguridad social, las cuales protegían al trabajador del desempleo, las enfermedades, la vejez, etc., eran vistas como un orificio por el cual podría escaparse cualquier oportunidad de lucro, así que presionaron por su reducción y por la eliminación de las reglamentaciones que las soportaban.
En este estado de cosas, para que una empresa, como la plantean estos organismos, pueda ser ligera, competitiva y rentable, se recurre a la contratación de mano de obra externa, ya sea por una agencia de empleo temporal o por medio de los trabajadores independientes quienes son los que están privados de varios derechos laborales. Los contratos con modalidad temporal, que provienen de la flexibilización laboral, crean inseguridad en los trabajadores debido al miedo a perder el empleo, también conllevan a que estos entren en una especie de estado de sumisión ante las condiciones precarias de trabajo que se les ofrece, aceptando así estas condiciones. Por otro lado, la flexibilidad del tiempo de trabajo, es decir, la flexibilización que permite la diversificación del tiempo de trabajo, en el que se abren diferentes tipos de horarios para diferentes personas (como horarios nocturnos, fines de semana), muchas veces solo por temporadas, afectan al trabajador en la medida que debe lidiar con los inconvenientes de la variabilidad del tiempo externamente controlada, esto es, el tiempo es impuesto por las necesidades de la empresa. Si el trabajo aporta a los trabajadores una estructuración del tiempo de vida, en la flexibilización del tiempo de trabajo la estructuración es desordenada y frágil, además de que debe estar sujeta a las necesidades de la empresa y del capital[9]. El trabajador queda con más pocas posibilidades de vivir toda su vida laboral de una forma estable, pues los grandes capitales le han debilitado, en gran medida, los medios para que el trabajo sea un medio de progreso personal.
Las crisis del capital desatan la indignidad, la miseria y los sufrimientos del trabajador
Las crisis económicas del capitalismo dejan ver cómo el desempleo, el no poder acceder a unas condiciones materiales dignas porque no hay trabajo (cuando evidentemente es mucho más necesario trabajar), hunden al trabajador en la miseria y el sufrimiento. La crisis de los años 30 es un claro precedente de esto. En esta época se llevaron a cabo los primeros estudios sobre los efectos psicosociales del desempleo, los cuales demostraron que este deteriora la salud física por el empobrecimiento de la dieta alimenticia, incrementa la tensión familiar y reduce las relaciones sociales, produce sentimientos de inferioridad y pérdida de la confianza en sí mismo, genera una desestructuración temporal de la vida, produce apatía y desinterés por la política o incrementa la vinculación a los partidos nacional-socialistas. Asimismo, si los trabajadores que están empleados se comparan con los desempleados, estos últimos tienen mayores síntomas depresivos, menores niveles de autoestima y un mayor sentimiento de infelicidad con respecto a su vida[10].
En este sentido, la naciente crisis que el COVID-19 disparó y agravó[11], nos muestra en qué medida la esperanza de trabajar digna y satisfactoriamente está cada vez más fuera del alcance de millones de personas. En Colombia, Según la ENS, a causa de la crisis “más de un millón 200 mil trabajadores perderían su empleo. Y al menos 15.5 millones de trabajadores en condiciones de precariedad laboral (informales, cuenta propia, domésticas, jornaleros) han perdido total o parcialmente sus ingresos laborales”[12]. Lo que representa el caldo de cultivo para un despliegue generalizado de sufrimientos. Basta ver el caso de un heladero en Bogotá que, por ver significativamente reducidos sus ingresos luego de la aparición del covid, aseguraba que si hubiese una inyección para morirse no dudaría en colocársela[13].
Cabe preguntarse ¿qué tan absurda es una forma de producir y relacionarse con los otros que niega el derecho y la necesidad de trabajar a muchas personas, y las condena al hambre, al sufrimiento y la miseria? ¿no podría ser posible una sociedad que se plantee como objetivo principal la prosperidad común y no la pobreza generalizada? Pues por lo menos tenemos un diagnóstico: el trabajo en el capitalismo no permite la anhelada dignificación, desarrollo personal y social, pues el objetivo central del capital no es una vida digna en su conjunto, es la búsqueda implacable de ganancias a costa de la situación social de las mayorías. Como dice Marx: “toda la historia de la moderna industria demuestra que el capital, si no se le pone un freno, laborará siempre, implacablemente y sin miramientos, por reducir a toda la clase obrera a este nivel de la más baja degradación”[14].
Con todo, el arma más fuerte que tiene el trabajador para dignificar su existencia actual es la lucha política. Pero no la política tradicional que se vomita en los parlamentos y que en últimas siguen beneficiando a los grandes capitales, si no la política de la gente, que defiende los intereses de la gente, que busca el verdadero desarrollo social y el buen vivir. El trabajador debe asumir la política y lo que implica, debe derrumbar la creencia que por medio de los presidentes ya sea de tal o cual partido, aquel podrá salir de su precariedad, ya que la experiencia demuestra que ningún presidente en la historia ha estado en consonancia con los intereses del pueblo trabajador que dice defender. Por lo contrario, debe asumir la política en las calles y en todas las plazas de los pueblos; es llamado a encarnizar la resistencia como reacción lógica a las fuerzas que disminuyen su existencia, como también a responsabilizarse de los costos de esta, los cuales son insignificantes ante la búsqueda del bienestar y la dignidad de las vidas. Por lo que entenderá que, mediante la política de la gente trabajadora, la riqueza que produce podrá ser suya y para su gente. Así entonces podrá alcanzar el verdadero desarrollo social que cobija su dignificación.
[1] Organización Internacional del Trabajo. (2018). Los individuos, el trabajo y la sociedad. Organización Internacional del Trabajo. Recuperado de: https://www.ilo.org/global/topics/future-of-work/WCMS_618366/lang–es/index.htm
[2] Freud, S. (2010). El Malestar en la cultura y otros ensayos (1a ed.). Madrid: Alianza.
[3] Chávez Ramirez, P. (2001). Flexibilidad en el mercado laboral: orígenes y concepto. Aportes, (17), 57-74.
[4] Lagos Weber, R. (1994). ¿Qué se entiende por flexibilidad del mercado de trabajo? Revista
CEPAL, 54, 81-95.
[5] Guevara Flétcher, D. (2003). Globalización y mercado de trabajo en Colombia: algunas
consideraciones en el marco de la flexibilización laboral. Reflexión Política, 5(10), 102-114.
[6] Agencia de Información Laboral – AIL. (2019). El futuro del trabajo en Colombia: Realidades y desafíos.
[7] OCDE. (1994). Estudio de la OCDE sobre el empleo. Barcelona:”la Caixa”.
[8] Barrios Escalante, S. (2018). “La crisis general del capitalismo (1968-1991)”.
[9] Garrido Luque, A., Agulló Tomás, E., Agulló Tomás, M., Álvaro Estramiana, J., Blanch Ribas, J.,
Durán Veras, M., & Rodríguez Suarez, J. (2006). Sociopsicología del trabajo (1ª ed., p. 99) Barcelona:
Editorial UOC.
[10] Ibid. p.101
[11] Astarita, R. (2020). Virus, crisis económica, materialismo [Blog].
[12] http://ail.ens.org.co/informe-especial/que-pasa-con-el-trabajo-en-medio-de-la-crisis/
[13] https://twitter.com/RevistaSemana/status/1274160516836012034
[14] Marx, K. (1955). Salario, precio y ganancia. En K. Marx & F. Engels, Obras escogidas en dos tomos (1ª ed., pp. 378-428). Moscú: Editorial Progreso.
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