Cuando me dispongo a leer, estudiar o trabajar, se hace infaltable escoger una buena melodía que ayude a poner en sintonía mis ideas con mis palabras y que todo aquello que quiero expresar simplemente fluya y se plasme en el papel; bueno… o en la pantalla.
Una de mis elecciones más frecuentes, de mis grandes favoritos, son indudablemente los valses de Strauss. Adoro esas melodías que, por decir lo poco, considero excelsas y que me transportan cada vez a aquellos sueños infantiles de cenicientas con pomposos vestidos, bailando en los grandes salones imperiales en donde todos los hombres son cortesanos con las más altas calidades de educación y buen trato; hasta que se acercó mi esposo y me dijo: “¿Cómo sería la pobreza en los tiempos de Strauss?”
Austria, una nación centroeuropea que tiene por capital la ciudad de Viena; atravesada por el rio Danubio; el bello Danubio Azul inspirador de uno de los valses más famosos de Strauss sobre todo para las quinceañeras. Es un país pequeño del que quienes que fuimos juiciosos en la época del colegio recordamos, hasta con cierto cariño, a su Archiduque Fernando de Habsburgo; por aquello de que en ocasión de su asesinato en 1914 se desató la primera guerra mundial, pero eso es tema para otra conversación.
Concentrémonos en Austria. Con una vasta historia monárquica, fue parte del Sacro Imperio Romano Germánico, estuvo dominada por el régimen del despotismo ilustrado en tiempos de la Emperatriz María Teresa, fue ocupada por las tropas francesas de Napoleón para después reestablecer su monarquía en el bien conocido imperio Austro Húngaro que finalmente cae en 1918 cuando termina la primera guerra mundial y marca con ello el final de la dinastía Habsburgo.
En la actualidad, Austria se cuenta en la lista de los 20 países mas ricos del mundo en términos del PIB per cápita; el Capitalismo del Rin, que a todas estas debería adecuarse el nombre al Capitalismo del Danubio, es conocido modelo económico que tiene como principal meta crear una economía que desde la base de la competencia combine la iniciativa con el progreso social asegurado por la capacidad económica.
Con una población de 8 millones de habitantes (diría cierto personaje que sus 8 millones de votantes), distribuida en 9 estados federados (Bundesländer), en donde la más alta concentración de personas la cuenta su capital Viena con 1.65 millones de personas; la calidad de vida de sus habitantes es excepcional, cuentan con altísimos niveles en educación en donde el acceso a la universidad es casi gratuito, leyeron bien “casi”, aun en los países mas ricos y es “casi”; con todo y lo adelantados que son, deben pagar una cuota para acceder a la universidad; servicios sociales de primera calidad que incluyen prestaciones y asistencia médica para empleados y sus grupos familiares; son solo algunas de las bondades con que cuentan estas naciones y que son sostenibles y perdurables en el tiempo gracias a un pequeño detalle: los impuestos. Si señores, todos los habitantes, austriacos o no, están obligados a declarar y pagar renta, por ejemplo.
Respiren profundo y lean nuevamente: los impuestos, ese cortesano bien vestido, que visto y aplicado de una forma correcta y equitativa trae grandes beneficios colectivos a las naciones, pero que al margen de algunas corrientes políticas de corte asistencialista convirtieron al cortesano en monstruo y lo presentaron como el enemigo del pueblo.
¿Será que algún día Colombia tendrá la fórmula o el hechizo mágico que convierta al monstruo en caballero? Ni modo de preguntarle a Carrasquilla quien al parecer es el brujo que nadie quiere, a quien nadie le cree y que falta poco para que lo descabecen los caudillos de la moral, los decentes como se hacen llamar; además con las calidades y cualidades de la mayoría de nuestros actuales legisladores, senadores y representantes a la cámara, creo que es más fácil que un día nos despertemos con un titular en la prensa internacional hablando de la pobreza en Austria que de buenos y equitativos impuestos en Colombia.