La perversión del juancarlismo

Desde el pasado 19 de junio España tiene nuevo rey: Felipe VI. Mucho antes, durante y mucho después (espero) de su coronación, el debate sobre si en España debe seguir existiendo la monarquía o volver a una república está sobre la mesa de políticos, periódicos, intelectuales, emisoras de radio e incluso familias. Como nunca, o como siempre.

Como nunca o como siempre las figuras de Felipe VI y su padre, el reciente abdicado Juan Carlos de Borbón, han sido exaltadas. Desde los principales partidos políticos españoles hasta la prensa del corazón, pasando por suegras y personas de orden (España tiene el dudoso privilegio de utilizar el término “derecha civilizada” de forma normal), las brechas del poder han mostrado ser invulnerables. Semanas antes de la coronación el escritor Javier Cercas publicó un artículo («El País», 2 de junio de 2014) en el que el principal argumento era que gracias al rey Juan Carlos I había democracia en España. Vale la pena leerlo.

Cercas, que no se declara monárquico, considera que el problema es de democracia y no si república o monarquía como modelo de Estado. Para hacer inteligible su argumento acude a un ejemplo a medio camino entre lo aterrador y lo innecesario por evidente: “prefiero mil veces vivir en una monarquía como la sueca que en una república como la siria”. Una postura clara que el español estándar podrá entender a la perfección porque se trata del clásico “más vale un mal trabajo que ningún trabajo” o “prefiero un hijo maricón a que me salga asesino”. La cultura popular y la intelectualidad española se dan la mano de una manera que nos da una mejor dimensión de la jugada, de este mal partido que es la sociedad española post-franquista.

Votar cada cuatro años no conforma una democracia, especialmente cuando uno va movido por el hambre en un país con un desempleo del 26% e intolerables índices de malnutrición y desnutrición infantil. Por no hablar de que las distinciones y las estirpes no son precisamente los pilares del principio democrático. El problema español es la democracia, sí, pero para ser más exactos la dictadura «en» la democracia. Y en la España del presente esa dictadura presenta diversas formas. Sólo me detendré en una: la identificación, después de la dictadura de Francisco Franco, entre Estado español y democracia. Se trata de lo siguiente: reforzar el Estado (en este caso mediante la sucesión apresurada al trono) se refuerza la democracia. Se confunde la protección de los que están en el poder con práctica demócratica.

Es algo que vemos constantemente: aumentar el presupuesto antidisturbios, dar más poder representativo (que no participativo) a los parlamentos, indultar a banqueros y políticos, entre muchos otros ejemplos, se vende como un cierre de filas necesario para reforzar el Estado y, de rebote, a la democracia. Esta es la perversión en la que está instalada la sociedad española. Una perversión que se resume en la expresión “yo no soy monárquico, soy juancarlista”. Esperemos que no llegue a instalarse el filipismo con el nuevo rey y la resignación no pueda más que la libertad, la igualdad y la justicia sin distinciones.

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