Los humanos hemos construido todos nuestros mitos por miedo a la incertidumbre, todas nuestras formas de acercarnos a la realidad están estrechamente relacionadas con el miedo que sentimos de afrontar una realidad que no podemos comprender. En el origen de todos nuestros mitos está el miedo a un futuro que no podemos predecir y, por supuesto, la negación de la impotencia que nos produce no saber de dónde venimos.
Ese temor nos convierte en conservadores, aprendimos a preferir el “malo conocido” porque no aceptamos que el riesgo que hay en el futuro no es inconmensurable. Esa es la actitud que muchos colombianos tienen frente al proceso de paz. Es apenas normal que en una sociedad en la que la mayoría de las personas no han vivido un día en paz le tema a la posibilidad de que se acabe el conflicto.
Desde mi perspectiva es muy difícil saber que va a pasar después de que se firmen los acuerdos. Después de su firma, el esfuerzo de la sociedad para que se cumplan y abandonemos por fin el método de la guerra para defender nuestras ideas políticas debe ser mucho mayor. No es claro el panorama y por eso tenemos una paz incierta, la posibilidad de la paz a la que nos arriesgamos tiene tanto de incierta como de cierta tiene la guerra.
Mientras que el panorama de la paz es difícil de predecir, el de la guerra es cierto, indiscutiblemente cierto y para nosotros es el más malo de los conocidos. Nada hay más cierto que un bombardeo, una mina antipersona o una víctima. Y quiero decirles que le temo muchísimo más a la certeza de la guerra que la incertidumbre de la paz.
En la guerra tenemos la certeza del sufrimiento y del atraso social y económico. Con la apuesta por la paz acudimos a la incertidumbre de que con todo y la paz nuestras realidades sigan siendo las mismas.
Por eso la paz es un riesgo, para todos, imagino que los combatientes tienen más miedo que todos nosotros de arrojarse a una realidad en la que todas las capacidades que han construido en su vida serán inútiles. Aprendieron a hacer la guerra y deben tener mucho miedo de no poder aprender a hacer la paz y a vivir en ella.
Tremenda paradoja, podemos acostumbrarnos a lo malo y no tranquilos con eso somos capaces de preferirlo sobre lo bueno por miedo a la incertidumbre. El miedo es un sentimiento muy fácil de promover, en especial cuando su contraparte es la confianza.
Otro asunto apenas normal es que los colombianos desconfiemos de los acuerdos porque se nos hace imposible confiar en quienes los suscriben y es cierto. ¿qué razón de peso tenemos para confiar en el gobierno? O peor ¿en la guerrilla? Pero confiar en la paz no es confiar en los actores de la guerra. Confiar en la paz significa confiar en la posibilidad que tenemos como sociedad de que quienes no hicieron la guerra se apropien de la paz, yo creo en una paz de ciudadanos. Al final un ejercicio también de fe, pero prefiero la ingenuidad de creer en mis vecinos que en la estupidez de creer en los actores de la guerra.
En resumen, la paz es incierta, pero su incertidumbre se constituye en una posibilidad que no tenemos con la certeza de la guerra y yo la prefiero.